Escrito de la MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,

del día 29 de diciembre de 1962, titulado:

«VIVIR»

¡Vivir…! En esta palabra se oculta un gran misterio de felicidad, alegría y eternidad. Por eso en este día, sintiéndome profundizada en el secreto que esta palabra encierra, veo que hemos sido creados para la Vida eterna, y que, mientras estemos en el destierro, debemos procurar vivir de la Vida mediante la fe, la esperanza y la caridad.

¡Vivir…! Esa es la necesidad que todo ser racional, creado por el Infinito, siente.

Vivir es ley que todos llevamos impresa en el alma. Por eso, cuando la muerte llega, para los que no tienen fe la vida se acaba, y ese grito que todo hombre tiene impreso en sí de vivir, se rebela. Y ante el misterio que el contraste de la muerte y la exigencia de vivir les presenta, los pobrecitos que no han profundizado en el misterio de la vida, se desconciertan, viendo en la muerte natural la destrucción total de todo aquello que en sí experimentan de amor, vida, felicidad, hermosura, eternidad.

Por la experiencia de su ser que les clama: ¡vida!, exigiéndoles la llenura de todas aquellas necesidades que en sí sienten, desfallecen ante el silencio tenebroso de la sepultura, que, según ellos creen, terminará con todas aquellas necesidades que llevan impresas en su alma, quedando todo para ellos en gran misterio.

¡Pobrecito hombre, que ha sido creado para vivir y no para morir, y, al entender la muerte natural, no como paso de esta vida a la otra o como castigo del pecado y destrucción del «yo», sino como término tristísimo e incomprensible de todas las apetencias de su alma, su amargura es indecible, al ver que la muerte ha vencido a la vida!

¡Vivir…! Hemos sido creados para la Eternidad. Nosotros, los que vivimos de fe, esperanza y caridad, sabemos que esta palabra vida, que llevamos grabada en el alma, es el término sabroso, el premio glorioso para el que hemos sido creados, mediante el cual, participando de Dios, seremos dichosos por toda la Eternidad.

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Tú que sientes necesidad de vivir, que vas buscando los placeres, la felicidad que sólo en Dios se encuentra, vive de esperanza en las verdades que la fe te presenta, y verás que se va encendiendo en tu ser un amor que te hará vivir una vida que ni la muerte natural ni el tiempo podrán quitarte.

El tiempo es un regalo que el Amor Infinito hace al hombre para que pueda ganar la Vida eterna; es la prueba que ha de demostrar a Dios el amor que la criatura debe a su Creador. Por eso procura vivir sin desperdiciar un minuto, porque no sabes cuándo vendrá el Padre de familias a recoger tu alma.

Cristiano, cualquiera que seas, que por el Bautismo estás consagrado, tú que te has entregado a vivir para Dios, que deseas glorificarle, piensa que has de dar vida a las almas, pues tu consagración te hizo universal. Que no se te pueda decir: tú que sabías lo que era la Vida, y que por ser Iglesia tenías la Palabra divina en tu seno, ¿qué haces que no me das la vida que por tu medio el Señor quiere comunicarme? ¡Enséñame a vivir para que yo también tenga vida, sea feliz y dé gloria a Dios!

Si, además, estás entregado a Dios por el sacerdocio o la consagración, todos los hombres te exigen el alimento divino que Dios ha puesto en ti para comunicárselo.

Procura vivir, aprovecha todos los momentos, y, siendo consciente de esa terrible verdad de tu consagración, no olvides que «entre el vestíbulo y el altar deben llorar los Sacerdotes ministros del Señor» y las vírgenes, ejerciendo su sacerdocio y sabiendo que la eficacia de la oración excede casi infinitamente a la de la acción. Y, si a la oración se le añade el espíritu de sacrificio, vivido por amor en olvido total de sí, nuestras plegarias serán como incienso que, subiendo ante la presencia divina, darán mucha gloria a Dios y abundante vida a las almas.

Hijo que quieres seguirme, tú, al menos, vive tu vocación. Estáte «entre el vestíbulo y el altar» ejerciendo tu sacerdocio, y sabiendo que el más fecundo de los apostolados y la forma mejor de dar vida a las almas, es llenarte de esa vida divina que el Infinito quiere comunicarte, para darla a los demás.

No olvides que, ante todo, tu vocación te pide conocer a tu Padre Dios, perderte en su misterio y ahondarte en Él, participando de su eterna alegría, viviendo y haciendo en ti, mediante tu vida de oración, una fuente de agua viva que abra en tu alma cauces de vida eterna donde todos los hombres puedan ir a beber en abundancia, llenando la exigencia de vivir que todo hijo de Dios tiene impresa en sí.

Aprovecha todas las ocasiones que el apostolado externo te presente para dar vida. Comunica la Palabra divina que tú posees por ser Iglesia; pero no olvides que la eficacia principal está «entre el vestíbulo y el altar», ejerciendo tu sacerdocio y procurando esta misma postura en todas tus actividades.

Es necesario que se abra en ti una necesidad insaciable de darle almas a Dios; que sientas en tu ser la urgencia de que todos los hombres de la tierra, de cualquier raza, clase o condición que sean, vivan para la vida eterna, dándoles a todos esa felicidad para la que fueron creados. Pero, para abarcarlos a todos bajo tu irradiación, sólo «entre el vestíbulo y el altar» conseguirás la fuerza que tu alma necesita.

El cristiano que vive su cristianismo necesita hacer participar a los demás de la felicidad que él posee, y tiene urgencias de llegar a todas partes, porque su caridad le pide ayudar a todos llenándoles de vida. Y ante su impotencia de acción, al ver que el círculo de personas que le rodea es tan limitado, y que la exigencia como infinita de llegar a todos los hombres es su misión, sólo puede descansar plenamente «entre el vestíbulo y el altar», sabiendo que allí, en actitud sacerdotal, su irradiación los abarca a todos sin distancias, sin tiempo, sin condición de razas, sin fronteras. En esa actitud sacerdotal abrazarás a todas las almas.

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¡Oh Amor!, «entre el vestíbulo y el altar» mi alma te clama: «Dame hijos para tu gloria, o moriré…».

Ante la fuerza de la oración, no hay nadie que quede sin recibir el influjo del alma-Iglesia que vive profundamente su cristianismo, siendo su irradiación según la participación que por su vida de gracia tenga de Dios; participación que le da, según su medida, más o menos fuerza para ejercer su sacerdocio en favor de los demás.

Hijos de la Iglesia, venid al banquete divino del Amor eterno. Venid, que mi alma con la Iglesia, en actitud sacerdotal, está «entre el vestíbulo y el altar», sacando el tesoro del corazón de Dios para comunicároslo.

Alma querida, cualquiera que seas, tal vez la más desamparada de la tierra, la más olvidada, la más incomprendida, la más sola, la que crees que no tienes a nadie en quien descansar, para mí eres la más querida.

Quiero que sepas que por ti, oh hija queridísima de mi seno de Iglesia, estoy «entre el vestíbulo y el altar» ejerciendo mi sacerdocio, y llorando, como Santa Mónica, para alcanzar de Dios la vida que tú necesitas. Quiero que sepas también que ni el tiempo ni las distancias existen para mí; me da igual que vivas en este siglo, que hayas existido en el principio de los tiempos o vayas a vivir al final de los mismos.

Seas desgraciada o feliz, tú que este escrito lees, has de saber que mi alma ha estado contigo en esos momentos en que el silencio y la soledad te envuelve, acompañándote y dándote calor de hogar. Porque he sido hecha por Dios madre tuya, ya que no hay distancias ni tiempos para la esposa del Espíritu Santo, que, sintiéndose fecundizada por Él, se sabe madre universal de todas las almas, experimentando en sí que ama a todas y a cada una, con la misma capacidad al amar a todas que al amar a cada una.

Pero ¿cómo podría darte vida a ti, si mi postura no fuera estar «entre el vestíbulo y el altar», única manera de poder llegar a todos los tiempos? Y ¿cómo me atrevería a llamarme madre de todas las almas, si mi oración ante el Señor no poseyese la eficacia que la madre espiritual necesita para alcanzar del Esposo eterno vida en abundancia para todos los hijos? ¿Cómo me llamaría yo tu madre, si no te diera vida? Y ¿de dónde cogería la vida, si no fuera al Manantial infinito? Sí, allí, en el secreto oculto de nuestro Padre Dios, está la Fuente de la vida, donde tengo que llenarme para ser fecunda y darte a ti la vida que como hijo de Dios necesitas.

Eucaristia

«Entre el vestíbulo y el altar lloren los Sacerdotes ministros del Señor» y clamen las vírgenes; ejerzan su sacerdocio y vivan su consagración, saciando en esta Fuente de vida la necesidad que sienten de llegar a todas las almas. El círculo de la acción, por muy grande que éste sea, ¡es tan limitado…! ¡y la necesidad que el alma-Iglesia siente de dar vida es tan como infinita…!

Si te sientes llamado al apostolado activo y tienes impresa en ti la necesidad, tal vez, de irte a misiones extranjeras, yo bendigo tu pensamiento; porque si lo haces buscando sólo la gloria de Dios, es el Espíritu Santo el que te mueve, llevándote a dar vida mediante la palabra a estas almas que, tal vez sin ti nunca conocieran a Dios. Pero no olvides que tú no podrás saciar la necesidad que experimentas de dar a conocer y amar a Dios, aunque entregares toda tu vida al apostolado, si no dedicas grandes ratos a ejercer tu sacerdocio de paternidad o maternidad espiritual «entre el vestíbulo y el altar»; haciendo vida en ti esta actitud, de tal forma que, en cualquier momento de tu existencia, estés llegando a todas partes, aunque tu acción externa sea limitada.

Porque no creo que tú, escogido para vivir tu sacerdocio, puedas contentarte con los aplausos de un brillante apostolado que te proporcione tu acción, sin dedicar grandes ratos a estar «entre el vestíbulo y el altar», comunicando vida divina a todas aquellas almas que, en comparación con éstas a las que puedes llegar con tus palabras, son como infinitas, y que te están clamando: ¡tú que tienes la Vida!, ¿por qué no me la das? Y si tienes tan poca vida por tu escasa y pobre oración, que no llegas a mí que me estoy muriendo, ¿cómo te atreves a dedicarte sólo a un montoncito de almas, cuando el universo entero te clama con gemidos inenarrables que te llenes de vida divina mediante tu intimidad con la Vida eterna, para que, como buen padre o madre, la comuniques a todos tus hijos? ¿Cómo puedes conformarte, y tal vez vivir contento, porque a los hombres que están cerca de ti les das vida, mientras que los ausentes, por estar engolosinado tú con los que te rodean, se mueren porque no la reciben?

¡«Entre el vestíbulo y el altar lloren los Sacerdotes» y vírgenes del Señor…!, ¡todo cristiano que sienta en sí exigencias de ser fecundo y dar vida! Que todos podamos decir por nuestra llenura de vida divina, mediante una profunda e intensa intimidad con el Señor: «El que tenga sed, que venga a mí y beba», y el que tenga hambre, que venga a mí y coma, que el Amor Infinito ha hecho en mí «una fuente de agua viva que salta hasta la vida eterna».

Al igual que el Beato Juan de Ávila os digo: «El que tome oficio de padre o madre, a llorar aprenda». Sí, el que tome oficio de padre o madre, a orar aprenda. Porque ¿cómo podrá presentarse ante la mirada divina el que fue llamado para dar vida a las almas, si, por no ponerse él a recibirla como el Amor le pide, en los manantiales infinitos, ni para sí tiene?

A orar aprenda «entre el vestíbulo y el altar» el que tome oficio de Sacerdote. Porque la muerte de algunos de sus hijos, si les viniese tal vez por no haberles dado él la vida divina que por su medio ellos esperaban, ¡gran peso será para su alma en el día del juicio!

SMisa

Miembros de La Obra de la Iglesia, al menos vosotros, «¡entre el vestíbulo y el altar!» ejerciendo vuestro sacerdocio para que seáis fecundos y toda la Obra de la Iglesia dé la vida que el Señor, por su medio, quiere comunicar al mundo; orando y actuando según la voluntad de Dios para con cada uno, pero todos con una profunda vida de oración en extensión y en intensidad.

¡Vive…! Aprende tú, hijo querido, a ejercer tu sacerdocio, a vivir, sabiendo que la fe hace que, para tu alma, no haya distancias ni tiempo. Aprende a vivir, y entonces podrás con gozo, en cualquier momento de tu vida, acompañar a Jesús en Belén diciendo: «Hoy nos ha nacido el Salvador».

Como en Dios no hay tiempo y para el alma-Iglesia no hay riberas, todo lo que fue hace veinte siglos, tú lo puedes vivir realmente ahora por medio de la fe. Pero sea ésta tal, que, yéndote al portal de Belén, en el momento que el Verbo de la Vida sale del seno de María para comunicarse a los hombres, tú le recibas, y esta frase tan dolorosa: «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron», en ti deje de ser realidad.

Actúate en esta vida de fe, ilumínala con la caridad, avívala con la esperanza y procura vivir durante toda tu vida todos los pasos de la vida mortal de Jesús. Acompáñale en el pesebre, en Nazaret y en los momentos de su vida pública; no faltes a su crucifixión; contempla su resurrección y gózate en su ascensión… ¿Por qué has de envidiar a los que con Él vivieron? ¡Es que no vives de fe!

Yo me creo la criatura más feliz de la tierra. Por ser Iglesia, viviendo la riqueza de mi cristianismo, he sentido la alegría de haber estado en Belén…, vi a Jesús en Nazaret…, le acompañé en su vida pública…, le consolé en Getsemaní…, le adoré en el Calvario…, le besé en su resurrección…, y mi esperanza quedó cumplida en su ascensión….

¡No tengo que envidiar a nadie!, pues he presenciado que el Señor dijo a Tomás: «Has creído porque has visto; bienaventurados los que sin ver creyeron». Tengo impresa en mi alma la luz de la fe que me es más cierta que mis propios sentidos, siéndome más cierto lo que ella me enseña, que todo lo que yo, por mí, pueda saber.

Mi alma ha estado con Jesús en todos los pasos de su vida, y tengo la alegría de poder vivir en cada momento el misterio de Jesús que más me agrade. Porque, guiada por la fe, penetro en los secretos recónditos de la Iglesia, y abrasada en la caridad, recibo en mí todos estos misterios vividos en amor o en dolor, acompañando a Jesús en los momentos de su vida.

Tengo una alegría que no tuvieron los discípulos del Señor; y es que ahora, al cabo de veinte siglos, pudiendo por la fe vivir aquellos momentos, el desarrollo de la Iglesia ha dado a mi alma un conocimiento que ellos no poseían por no haber recibido la plenitud del Espíritu Santo.

Por lo cual, con los pastores me voy al portal de Belén y, sabiendo a lo que voy, calo en el hondo misterio que allí se obra, iluminada por los dones del Espíritu Santo que enciende mi fe. Y en el mismo momento que el Verbo sale del seno de María, le recibo en mi seno antes de que Ella le coloque en el pesebre; porque no había quien le recibiera, «María puso a Jesús en el pesebre». Esta frase del Evangelio tiene un hondo misterio: fue voluntad del Padre que Jesús fuese colocado entre las pajas para manifestarnos que «vino a los suyos y los suyos no le recibieron».

Mi alma se adelanta a los pastores y vive, en luz clarísima de fe, aquel momento, que sólo los Ángeles pudieron apercibir, del nacimiento del Verbo de la Vida. En ese mismo instante abro mi alma para que la Madre lo deposite en mi seno, y, en silencio de esposa, aprovecho estos momentos en los cuales mi Dios hecho Hombre estaba ansioso de comunicarnos su pregón, y lo recibo en mi seno.

¿A ver quién es más feliz, aquellos pastores o yo…? Ellos no sabían cómo lo tenían que hacer, pero a mí la fe me ha enseñado, inflamada en el amor, a aprovechar este momento del nacimiento de Jesús para recibir el mensaje de amor eterno que, al encarnarse, el Verbo vino a comunicarnos.

Estuve en el pesebre y en la cruz; vi la gloria del Verbo divino en su ascensión; recibí sus primeras palabras y las últimas. Y todo, porque la fe, excediendo mis sentidos, me hace vivir.

Por eso, en este día, hijos de mi alma, os pido: Vivid. ¡Es necesario vivir! Y la Fuente de la vida está en el seno de la Trinidad, que nos descubre la fe que el Verbo Encarnado depositó en la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.

¡Oh Amor…! Espero los bienes prometidos; pero vivo lo que espero, porque la fe, inflamada en la caridad, me hace vivir de esperanza.

Vive lo que esperas, alma querida. Tú al menos, hijo de mi Obra Iglesia, vive tu vocación, actúate en vivir lo que la fe te presenta, y ama toda esa realidad tan maravillosa de tu cristianismo, que, por desconocida, la empobrecemos.

¡Vivir…! ¡Qué alegría tan grande siente mi alma de ser cristiana…! ¡Qué dogma tan maravilloso el de mi Iglesia Santa…! ¡Qué felicidad vivir de fe, esperanza y caridad, y qué gozo saber que, para el cristiano que vive su cristianismo, no hay tiempo, ni lugar, ni distancias, ni siglos…!

En la vida de oración el alma se remonta hasta el mismo seno de la Trinidad y allí contempla el misterio secreto del engendrar divino, sorprendiendo, en el silencio de la oración, al Verbo rompiendo en expresión infinita de amor eterno. Abismada, penetra en el misterio recóndito de la espiración amorosa, por el Padre y por el Verbo, del fruto infinito de amor eterno que, personificado, es el Espíritu Santo; Amor que enlaza a la Trinidad en el secreto misterioso de su eterna virginidad.

STrinidad

Tampoco, como ya hemos visto, hay momento de la vida de Jesús o de María que no podamos vivir presente en nuestra vida.

Jesús todo lo tuvo presente desde el momento de su concepción hasta su ascensión a los cielos. Por eso lo que tú vivas ahora, en este momento, Él lo recibió vivido entonces, teniendo la alegría y el consuelo de verse acompañado por tu alma en los pasos de su vida; y tú tienes la alegría, no de haberle acompañado en un paso de su vida una sola vez, sino que, durante todos los momentos de tu existencia, puedes acompañarle en el pesebre, en Nazaret, en su vida pública, etc., etc., cosa que no pudieron hacer entonces los que con Él estuvieron, si no vivieron de fe.

¡Amor…! Toda mi vida, vivida así, es ¡vivir…!; toda mi vida, vivida así, da vida; toda mi vida, vivida así, es felicidad, verdad, fecundidad… Por eso, con toda la alegría de mi alma, puedo decir que, mediante mi vida sencilla de fe, esperanza y caridad, no hay nada que no posea, ni nadie a quien pueda envidiar. Mi alma ha ensanchado su capacidad, y, viviendo en la verdad, no hay nada que desee que no tenga.

Alma-Iglesia, cualquiera que seas, si quieres vivir llenándote de vida divina, ejerce tu sacerdocio «entre el vestíbulo y el altar». Aprovecha el nacimiento de Jesús para recibir el Pregón eterno del Amor Infinito que arde en ansias de comunicarse; y vete al Calvario para recibir el testamento del que, en medio de su dolor, es Pregón de amor eterno. Sé padre o madre universal, llegando a todos los hombres, y no te olvides de consolar, ayudar y fortalecer a aquellos que en los últimos tiempos, cuando el mundo esté cerca a su fin, pasen por aquella «gran tribulación», tan grande que, como dice el Evangelio, «será abreviada por amor a los escogidos».

El Verbo divino mora siempre «en el seno del Padre». Del seno del Padre saltó al seno de María, y del seno de María quiere saltar a tu alma para manifestarte su secreto. Escucha en silencio eso que Él quiere decirte; no olvides que Él es la Palabra infinita en el seno de la Trinidad y que vino a manifestarnos, en la Iglesia y a través de ella, todo lo que Dios es. Para recibir su mensaje de amor, no puedes conformarte con saber algo de lo que vino a decirte, sino que, siendo avariento de recibirle, has de escuchar todo aquello que Él vino a comunicarte; no te conformes con menos. Abre tu alma al Amor Infinito, para que halle el descanso que Él deseó encontrar cuando vino a los suyos, y no tenga que volver a repetir: «Busqué quien me consolara y no lo hallé».

Tú al menos, hijo querido de mi Obra Iglesia, vive tu ser de Iglesia, sabiendo que la alegría más grande de tu alma es ser hijo de Dios y heredero de su gloria; filiación divina que también te hace ser Dios por participación, ya que, por tu ser de Iglesia, vives del mismo vivir del Infinito.

Ahóndate en el misterio trinitario que en el seno de nuestra santa Madre se encierra. Recibe el Decir del Padre a su Iglesia, pues, al quererle manifestar todo lo recóndito de su vida divina, tan maravillosamente lo hizo, que la misma Palabra que Él tiene para decirse en sí mismo se la dio a su Iglesia Santa, para que ésta nos dijera todo lo que Él es y cómo se lo es.

Escucha al Verbo Encarnado que te está expresando el secreto eterno de tu Padre Dios. Haz silencio en tu alma para apercibir el Cántico de amor que Cristo te está diciendo en Belén, en Nazaret, en Jerusalén y en el Calvario; acompáñale en la Eucaristía y recibe su secreto de gozo infinito y de dolor por desconocido. Aprende que «tanto amó Cristo a su Iglesia, que se entregó por ella», y entrégate tú también con Él por la Iglesia para que llenes tu misión.

Mira al Espíritu Santo, que, ardiendo en Caridad eterna por darse a la Iglesia, es el Amor que empuja al Padre para que le diga a ésta, por su Verbo, lo que Él es; y es el mismo Espíritu Santo el que, abrasando al Verbo en amor por su Iglesia, le hace entregarse por ella dando su vida en la cruz.

Canta las riquezas de tu Madre Inmaculada; éntrate en su vivir, que es el mismo de Cristo.

Vive tu ser de Iglesia conociendo y penetrando todas estas riquezas que esta santa Madre tiene en su seno, sabiendo que tu vocación es recalentar, reavivar y vivir, para hacer vivir su dogma maravilloso; dogma que es la vida de la Trinidad, que, por Cristo y a través de María, se te regala en tu Iglesia Santa.

Aviva tu fe viviendo en comunión con esta gran familia espiritual que forma el Cuerpo Místico de Cristo, para que, unido con toda la Iglesia, formando con ella como una sola alma y siendo consciente de esta gran fraternidad, te pongas al pecho de Cristo a beber la vida infinita que, saltando del seno de la Trinidad, hoy quiere comunicársete.

Miembro vivo de la Iglesia, si quieres llenarte de vida y comunicarla, si tienes en tus entrañas sed de almas que te lleve a misiones, si quieres llegar a todas partes, si necesitas no encontrar límites, si quieres vivir la vida de Dios, del Verbo Encarnado, de María y de la Iglesia, ejerce tu sacerdocio «entre el vestíbulo y el altar», llenando en ti, y, a través tuya, en las almas que te están encomendadas, esas exigencias de vida que el Amor, al crearnos, ha impreso en nosotros.

¡Qué feliz es Dios…! Y ¡qué dichoso el que viviendo de la fe, que es más cierta que la luz del mediodía, de esperanza y de caridad, experimenta en sí una llenura de vida tal, que pueda decir: «El que tenga sed, que venga a mí y beba», y el que tenga hambre, que venga a mí y coma; porque «entre el vestíbulo y el altar», llenándome de vida divina, mediante mi sacerdocio, se ha hecho en mí una fuente que salta hasta la vida eterna!

Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

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