Mientras que un jubiloso himno de alabanza resuena por los ámbitos del Cielo y hasta los últimos confines de la tierra:
«Portones, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas
que va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es el Rey de la gloria?
Es Yahvé, fuerte y poderoso,
es el Señor héroe de la guerra.
Portones, alzad los dinteles,
que se alcen las antiguas compuertas,
que va a entrar el Rey de la gloria.
¿Quién es ese Rey de la gloria?
Yahvé de los Ejércitos,
Él es Rey de la gloria»;
el Ungido de Yahvé, ante el cual los Ángeles de Dios adorando, llenos de expectación en júbilo glorioso, contemplaban el alma del Cristo que, triunfante, abría por el fruto de su Redención con sus cinco llagas el Seno del Padre; trayendo detrás de sí al júbilo eterno la corte gloriosa y triunfante de los antiguos Padres: Abraham, Isaac y Jacob con los santos Profetas, con los hermanos de raza de Cristo del Pueblo de Israel, elegidos primogénitos para ser depositarios de las promesas de Dios al hombre, y con la legión de cautivos rescatados por el precio de su Sangre y que esperaban su santo advenimiento.
Oyéndose en las alturas de los ámbitos anchurosos de la Eternidad como un himno de triunfo:
¡Bienvenido sea el Hombre que ha abierto con sus cinco llagas el Seno del Padre!
Ya se cumplieron todas las promesas de la Antigua Alianza de Dios con la humanidad, siendo Cristo la Promesa cumplida y terminada en triunfo glorioso y definitivo de conquista de gloria, que entra en la Eternidad vencedor del pecado y triunfador sobre la muerte.
Mientras que mi alma, siendo introducida por Dios en aquella cámara nupcial en compañía de los Ángeles y bajo la anonadación, trasbordada de sorpresa indecible e indescriptible, y delirante de amor y de gozo; contemplaba –penetrada de la sabiduría amorosa del Infinito Ser y trascendida y levantada por la mano poderosa de su coeterna soberanía llena de poder y majestad, para que de algún modo lo pudiera manifestar aunque bajo la limitación de mi pobreza y la ruindad de mi nada– el espectáculo más grandioso, triunfal y sorprendente que se haya podido realizar ante el triunfo del alma del Hombre entrando en señorío eterno, como el Unigénito del mismo Dios, en la gloria de la Eternidad.
Por lo que hoy bajo el impulso del Omnipotente y por el poder de su gracia, que, del modo que Él sólo sabe, me introduce en sus misterios para que los manifieste; expreso algo –tan sólo de lo que me es posible bajo el pudor espiritual de mi alma-Iglesia y como el Eco de esta Santa Madre antes de irme con Cristo a la Eternidad– de cuanto mi alma vivió y contempló el 28 de marzo de 1959, sumergida en el misterio de la entrada del alma de Cristo en la Gloria, y cobijada en el regazo de la Virgen bajo el amparo de su Maternidad divina, hecha una cosa con Ella, e invadida de la luz de la contemplación de María.
La cual trascendida, en paso veloz, cual Reina y Señora, penetraba, sobrepasada de amor, júbilo y adoración, en el misterio de la entrada del alma de Cristo, su Hijo, en la Eternidad.
Transcribiéndose hoy algo de lo que ahondada en el misterio Dios me hizo vivir aquel día en profunda veneración de contemplación amorosa en sabiduría sapiental de reverente y profunda adoración.
«¡Ay María…! Ella, en el momento que Jesús subió al Padre, unida al alma de su Hijo, participó de una manera tan sobreabundante y subida, translimitada por el gozo del Espíritu Santo, de la alegría, felicidad, gloria y gozo dichosísimo del alma del Unigénito de Dios y su Hijo entrando en la Eternidad.
Y a pesar de estar María en el destierro, su alma, trascendida y translimitada, estaba con la de su Hijo; motivo por el cual la Virgen no necesitó ir al sepulcro… […]. Pues antes que a nadie a Ella se le apareció el Señor el día de la resurrección.
Porque Jesús metió a su Madre Santísima de tal modo en los misterios de su vida, muerte y resurrección, que, antes que a nadie se le descubrieran, Ella los vivía en contemplación amorosa de gozo o dolor en la unión participativa del misterio del Unigénito de Dios y su Hijo.
Por eso María, con la muerte de Jesús, descansó, ante la voluntad del Padre cumplida y la glorificación de su Hijo y de su Dios.
María estaba contemplando la entrada del Hijo de Dios y su Hijo en el Cielo, mientras que moraba en la tierra, como Madre de la Iglesia, con los Apóstoles.
Hoy el Cielo está de fiesta, porque ha entrado Jesús en él y ha empezado la Iglesia gloriosa; pero la tierra está de luto porque los hombres han matado al Hijo de Dios, el Mesías Prometido y anunciado por los santos Profetas, y los Apóstoles no sabían el gozo que Él tenía, mientras que María lo contemplaba llena de gozo indecible, inundada del amor del Espíritu Santo. Y por ello gozaba con Jesús y sufría con los Apóstoles; gozaba, como Madre de la Iglesia, con la Iglesia gloriosa, y sufría con la Iglesia penante y dolorida.
¡Qué grande y desconocida es María con relación a los planes eternos de Dios sobre Ella…!».
«[…] ¡Oh, qué día más grande…! ¡Cuánta fiesta…! […]
El alma de Jesús sale corriendo…, corriendo…
¡Qué corte…! ¡Qué corte lleva Cristo detrás…! […] ¡Qué corte…! ¡Como un novio el día de sus bodas…! ¡Es la Iglesia triunfante…!, Nueva y Celestial Jerusalén, restaurada por la Sangre del Cordero.
¡Qué corte tan interminable…! ¡Qué cánticos de gloria…! ¡Qué júbilo…! ¡Qué júbilo…!
¡Se rasgó el velo del templo porque se abrió el Seno del Padre!
¡El alma de Cristo, en el Seno del Padre, como Verbo y como Hombre, gozándose…! Su cuerpo reposa en el sepulcro…
¡Se rompió la antigua ley al rasgarse el velo del templo…! Cristo ha perfeccionado la ley al reventar en la cruz… “¡Todo está consumado!”.
¡Ya sale cantando la Iglesia triunfante la Nueva Alianza por Jesús…! ¡Se abrieron las puertas de la Eternidad con las llagas del Cordero…! ¡Se rompieron los cerrojos de bronce con el triunfo del Verbo Encarnado…! ¡Se abrazaron Dios y el Hombre en Cristo en el triunfo invencible y definitivo de la Eternidad!
“¡Gloria a Dios en las alturas…!”. Cristo Hombre entra en la Gloria seguido de una corte… Pero ¡qué corte lleva Cristo tras de sí, tan triunfante y tan gloriosa…!
¡Qué día más grande…! ¡Qué compuesta está la Iglesia y qué contenta entrando con Jesús en el Cielo…! ¡Y yo tan pequeñita, despavorida y temblorosa, lo estoy contemplando por ser Iglesia, bajo el amparo de la Maternidad de María…!
¡Qué corte lleva Cristo…! Es la Iglesia triunfante, Jerusalén Celeste, regada y bañada con la Sangre del Cordero, que hoy empieza su triunfo glorioso en compañía de los Ángeles de Dios. Hoy entra Cristo seguido de la corte de todos los Padres antiguos.
“¡Gloria a Dios en las alturas!” cantan los Ángeles. ¡Todos se postran ante el Hombre…! Todos los Ángeles se postran ante el Hombre-Dios que entra en el Cielo triunfante.
“Gloria a Dios en las alturas…”. ¡Gloria a Dios! ¡Gloria a Dios por el Hombre…!
Ya el Hombre está en el Seno del Padre gozando de la gloria de Dios, como Dios y como Hombre…
¡Bienvenido sea el Hombre al Seno del Padre…!; el Hombre que abrió con sus cinco llagas el Seno del Padre por el derramamiento de su Sangre divina, cual Cordero Inmaculado, en el ara de la cruz.
“Cuando entregue su vida en sacrificio por el pecado, verá su descendencia, prolongará sus años; lo que el Señor quiere prosperará por sus manos. A causa de los trabajos de su alma verá y se saciará de su conocimiento. El Justo, mi Siervo, justificará a la multitud, cargando con las iniquidades de ellos. Por eso yo le daré por parte suya muchedumbres”.
¡Oh! ¡El Hombre más que el Ángel…!
¡Oh…! ¡Los Ángeles adoran al Hombre-Dios! ¡Y todos se abrasan, postrados en adoración, de amor ante el Hombre-Dios llagado, que ha sido escarnecido…! […] ¡Todos adoran al Hombre-Dios que, por el derramamiento de su Sangre, rescató al hombre caído, levantándonos, como Primogénito de la humanidad, a la dignidad de ser hijos de Dios en el Hijo y coherederos con Él y por Él de su misma gloria…! […]
¡Pero qué alegría más grande en el Cielo…!
El Hombre-Dios entra gozoso en el Seno del Padre con sus cinco llagas abiertas para derramar por ellas las gracias a los hombres.
María se queda todavía en el mundo, contemplando…
¡Qué gozo! Yo contemplo con María la gloria de Jesús.
¡Qué dichoso Jesús en el Seno del Padre…! ¡Gloria a Dios…! ¡Qué gozo! […]
¡Qué silencio hay en el Cielo y qué fiesta…! Es un silencio inefable.
¡Qué cántico de júbilo silencioso…!
¡Todo el Cielo estático, adorante ante el Dios llagado…!
El Hombre ha dado a Dios toda la infinita gloria de reparación que Él se merece, y deja su costado abierto, manantial de agua viva que salta del Seno del Padre por Cristo a los hombres…
Con Cristo empieza la Iglesia triunfante… Hija de Jerusalén, avanza gloriosa como Esposa del Cordero Inmaculado, que no habrá quien se ponga delante y corte tu paso de Reina.
¡Es la primera la Iglesia triunfante…! ¡Qué gozo…! ¡Qué gozo…!
¡Gloria a Dios en el Cielo…! ¡Ya se abrió el Seno del Padre para todos los hijos de buena voluntad…! ¡Nunca más se cerrará…! Cristo lo ha abierto… y está esperando a todos los hombres… Él lo abrió y se puso en la “puerta” con los brazos extendidos, para que nunca más se cierren los Portones suntuosos de la Eternidad…
[…] ¡Qué contenta y jubilosa está mi alma en este día de gloria…!
¡El Hombre cantando a Dios el cántico nuevo, el cántico magno del amor…! El alma de Cristo, perfecta y acabada, le canta a Dios el cántico nuevo, el cántico magno que sólo Él puede cantar…
Ya el hombre está cantando redimido, y el Padre mira a los hombres con amor. Cada hombre le habla de su Cristo y está injertado en Él; y al abrazar a Cristo en su seno, abraza a todos los hombres.
Ya el hombre tiene una tonalidad nueva y distinta, y ofrece al Padre con Cristo, por Él y en Él, en sacrificio infinito, la Sangre del Cordero Inmaculado…
¡Ya se rompieron las normas de la antigua ley, el símbolo del Cordero Pascual…! Ahora es Cristo el Cordero Inmaculado que, en oblación perenne, se ofrece al Padre por los hombres.
¡Está cantando toda la tierra en el Hombre-Dios! ¡Toda la tierra está de color de rosa…! ¡Tiene una tonalidad nueva y distinta! […]
Todo está de fiesta, el Cielo y la tierra: el Cielo, porque entró el Hijo del Hombre; y la tierra porque ya tiene quien responda y glorifique a Dios por ella…
[…] Hoy todo es adorar… Estoy adorando y contemplando…
¡Pero qué bonita está la tierra…! ¡Qué canto de júbilo le canta el Hombre a Dios…! ¡Qué triunfante…! ¡Qué triunfante se abre el Seno del Padre para que entren los hombres…!
¡Oh, pero qué silencio…! Todo el Cielo en silencio… ¡Qué gozo…! ¡Oh, lo que es el hombre delante de Dios…! ¡Dios mío, lo que es el hombre por Cristo…!
¡Oh…! Los Ángeles ministros de Dios, ¡y los hombres hijos de Dios…! Los Ángeles adoran al Hombre con las alas extendidas –sin alas–, […] rostro en tierra… –sin rostro–; inclinados hasta el suelo… –sin suelo–. ¡En el Cielo no hay suelo…! Adoran desde lo más profundo de su anonadamiento al Hombre Dios que, por la realeza de su infinita excelencia, abre con sus llagas el Seno del Padre…
Ya entra el Hombre en el Cielo, y entra como Hijo del Rey, no como ministro; y cada hombre es un hijo de Dios por Cristo. Y el Padre recibe con gozo la Misa, porque recibe a su Cristo, a su Verbo…
Cada Misa es el Sacrificio incruento de Cristo, del Hijo de sus complacencias… ¡Ya entró en el Cielo el Hijo de Dios hecho Hombre y el Hijo del Hombre que es Dios…!
¡Y qué cara de contento tiene el Padre…! ¡Y qué contento está Dios viendo a su Verbo…! ¡No puede negar nada al hombre…! ¡Se ha abierto para los hombres la Fuente de la Vida, los Manantiales de la Divinidad en torrenciales afluentes de vida divina que sale como una catarata por Cristo, por los Sacramentos…!
¡Qué día de tanta gloria…! ¡Qué contento está el Padre viendo en el Cielo y en la tierra al Hijo muy amado en quien tiene puestas todas sus complacencias…! ¡Todas…!, ¡todas sus complacencias en el Hombre-Cristo…!
¡Todas…! ¡Todas…! ¡No queda ninguna complacencia para nadie…! Todas para el Verbo… Y como el Verbo es Hombre, todas sus complacencias para todos los hombres que injertados en Él, son el Nuevo Pueblo de Dios, Asamblea sagrada, “la raza elegida, el sacerdocio real, la nación consagrada, el Pueblo adquirido por Dios para proclamar las hazañas del que nos llamó a salir de la tiniebla y a entrar en su luz maravillosa”, lavado y rescatado con el precio de su Sangre divina derramada, que quita los pecados del mundo.
El hombre es más que el Ángel, por Cristo, porque Él es el Hijo amado del Padre, y Cristo no se hace Ángel, se hace hombre; no se hace Ángel para redimir a los ángeles que también habían pecado.
Y al ser el Verbo Hombre, el Hombre tiene un mérito infinito y por eso el Hombre-Dios hace al hombre hijo de Dios y heredero de su gloria; menos al hombre rebelde que no quiere aprovecharse de su Sangre, de sus méritos ni de su Redención; pero ese hombre rebelde, si viene a la Fuente de la Vida, quedará con todas las gracias de los verdaderos hijos.
[…] ¡Oh, qué gozo…! ¡Estoy contemplando llena de estupor, anonadamiento y santo temor de Dios, trascendida de todo lo de acá […] cuando Jesús entró en el Cielo…! ¡Estoy contemplando […] hace veinte siglos entrar el alma de Jesús en la Eternidad…! Estoy contemplando el alma de Cristo entrando en el Cielo el Sábado de Gloria…; […] ¡el momento de subir el alma de Cristo!; ¡lo que es Cristo…!, lo que hacen los Ángeles al entrar el Hombre…, lo que es el hombre para Dios; no es ministro, es hijo y heredero de su gloria…
El hombre, por Cristo, contempla con el Padre, canta con el Verbo y se abrasa en amor con el Espíritu Santo…
¡Ésa es la vida de la gloria…! ¡Hijos de Dios…! Los Ángeles ministros… ¡Qué alegría…! El Hombre es Dios y los Ángeles adoran al Hombre que abre con sus cinco llagas el Seno del Padre… […] Ya que el Hombre es el Verbo del Padre, Encarnado.
[…] ¡Qué silencio…! ¡Pero qué silencio…! ¡Pero qué silencio…! Dios se es el Inmutable en su júbilo de amor y gozo infinito y coeterno.
¡Ay… cómo entra Cristo en el Cielo…! ¡Ya entra Cristo en el Cielo, tan contento! ¡Y qué contenta y qué compuesta entra la Iglesia gloriosa con Cristo…!:
“Ya entra la princesa, bellísima, vestida de perlas y brocado; la llevan ante el Rey, con séquito de vírgenes, la siguen sus compañeras: las traen entre alegría y algazara, van entrado en el Palacio Real.
‘A cambio de tus padres tendrás hijos, que nombrarás príncipes por toda la tierra’.
Quiero hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos”.
[…] El rasgarse el velo del templo es el símbolo de que Jesús con su muerte abrió el Seno del Padre, abriendo las compuertas majestuosas y suntuosas en gozo eterno de triunfo de gloria, rasgando el Seno del Padre que estaba cerrado… Y con su muerte se rompió la antigua ley para empezar la Nueva Alianza, prometida a nuestros Primeros Padres, a Abraham, Isaac y Jacob, anunciada por los santos Profetas, donde Dios vivirá ya siempre abrazando al hombre que le perdió por el pecado original: “Ellos serán mi Pueblo y Yo seré su Dios”.
¡Qué silencio…! ¡Es el gozo de Dios silencioso…!
¡Todo el Cielo está en silencio!, aunque esté de fiesta en el día glorioso y triunfante de la entrada del alma del primer Hombre en las mansiones suntuosas de la Eternidad.
“¡Bienaventurada culpa que nos mereció tal Redentor!”, el cual está sentado a la diestra de Dios ante la expectación gozosa de todos los Bienaventurados que, en compañía de los Ángeles, entonan el himno de alabanza que sólo a Dios y al Cordero se le puede cantar:
“Vi y oí la voz de muchos Ángeles en derredor del trono y de los vivientes y de los ancianos; y era su número de miríadas y miríadas y de millares de millares que decían a grandes voces:
Digno es el Cordero, que ha sido degollado, de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría,
la fortaleza, el honor, la gloria y la bendición.
Y todas las criaturas que existen en el Cielo y sobre la tierra y en el mar y todo cuanto hay en ellos oí que decían:
Al que está sentado en el trono y al Cordero la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos de los siglos” ».
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia
TEMA: “¡BIENVENIDO SEA EL HOMBRE AL SENO DEL PADRE!”. (Colección «Luz en la noche. El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa» Opús. nº 11)
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