Testigos de la intercesión de la Virgen María.
Me han pedido una crónica de la misión que hemos hecho hace unas semanas en México y sobre todo me gustaría dar testimonio de la acción clara de la Virgen en todo momento, incluso meses antes del viaje, que nos ha ido abriendo las puertas para la organización de los retiros previstos. Todo al final ha resultado maravilloso, hemos vivido una experiencia preciosa y volvemos llenos de alegría y de agradecimiento a Dios y a nuestra Madre Santísima.
Me acuerdo cuando hace años, en 2015, después de nuestro primer viaje apostólico a Chicago, le llevamos a la Madre Trinidad un cuadro de la Virgen de Guadalupe, y desde entonces, en ella surgió una devoción muy especial por esta imagen que la misma Virgen grabó milagrosamente en la tilma del indio San Juan Diego, y que supuso el auténtico instrumento para la Evangelización en América. Es por ello que en toda esta misión a México nos hemos sentido tan unidos a la Madre Trinidad, y nos hemos confiado a la protección de la Virgen Madre de Dios.
La Virgen nos ha acompañado constantemente bajo distintas advocaciones, pero siempre Ella: de la Virgen de Fátima a la Virgen Blanca, de la Virgen del Carmen a la de los Remedios, de la Virgen del Rosario a la de la Asunción, de la Virgen del Consuelo a la Virgen de Guadalupe como broche final. Es gracioso pero ha sido así. Ahora me explico.
Desde que aterrizamos en la Ciudad de México a las 5.00 de la mañana el pasado 18 de febrero, donde nos esperaba heroicamente Mons. José Trinidad Zapata, Obispo de Papantla, fuimos directos a Poza Rica, una ciudad de su Diócesis, a unas cuatro horas de la capital, donde más tarde dimos un retiro para laicos en la parroquia de la Virgen de Fátima. Fue una inmensa alegría ver la iglesia a rebosar, unas 400 personas, que escuchaban con atención y con sed de Dios, y al terminar el retiro se agolpaban sobre nosotros para preguntarnos más sobre la Madre Trinidad, La Obra de la Iglesia, para manifestar su agradecimiento y dar gloria a Dios por el regalo de escuchar este mensaje, que no es otro que redescubrir lo grande que es ser hijos del Padre Celestial, viviendo del misterio de Dios que se nos da por Cristo en María, y en el amor del Espíritu Santo, a través de nuestra Iglesia Santa.
Al día siguiente fuimos a Papantla, al centro de retiros “Casa de la Iglesia”, en medio de la naturaleza, un lugar de silencio y paz, encomendado a la Virgen Blanca, que presidía la plaza del complejo. Allí dimos el primer retiro para sacerdotes, de los dos previsto en la misión. Estuvimos de lunes a viernes con unos 45 sacerdotes diocesanos, que poco a poco iban entrando en el ambiente de silencio del retiro, y al terminar, llenos de gozo y alegría, mostraban su profundo agradecimiento y sorpresa por haber descubierto a través de la Madre Trinidad este tesoro que es para todos, profundizando en su vocación sacerdotal y dispuestos a empezar una vida de más oración silenciosa ante Jesús, que nos espera siempre en el Sagrario. La misma experiencia la tuvimos con el segundo grupo de sacerdotes la siguiente semana, y además contamos con la presencia de Mons. José Trinidad. ¡Qué alegría percibir que crecía en todos ellos, unidos a su Obispo, la conciencia de vivir más profundamente su ser de Iglesia, para conocer y amar más a Dios, a Jesús en la Eucaristía y a la Virgen, como verdadera Madre de Dios y Madre nuestra!
El viernes, después de terminar el primer retiro de sacerdotes, tomamos la ruta hacia Puebla, pasando por Teziutlán, la sede donde vive el Obispo, que nos enseñó el Santuario histórico de la Virgen del Carmen y la Catedral Santa María de la Asunción. De nuevo, en todo veíamos la mano de la Virgen. De hecho, al llegar por la noche a Puebla, pasamos cerca del famoso Santuario de la Virgen de los Remedios, iluminado en lo alto del cerro. Fuimos acogidos por los Siervos de Jesús, a los que agradecemos de corazón su hospitalidad.
Al día siguiente Don Javier pudo desayunar con el Arzobispo de Puebla, Mons. Víctor Sánchez, a quien habíamos informado de nuestra presencia y se alegró mucho de que fuéramos a su Diócesis. Vivimos un precioso día de retiro, al que pusimos el nombre “Descubre el verdadero Rostro de la Iglesia”. De eso se trataba, de ayudar a aquellos seglares, hombres y mujeres, a profundizar en la auténtica belleza y riqueza de Nuestra Santa Madre Iglesia, llena y repleta de Divinidad. Nos ayudó a organizarlo una familia maravillosa de allí, que conocí a través de unos amigos mexicanos en Madrid, y que se ocuparon de la convocatoria y de toda la gestión. La acogida que nos dieron fue espectacular y vivimos una experiencia realmente bonita, al ver la ilusión con la que los laicos participaban en el retiro, escuchaban, se confesaban, adoraban al Santísimo, hablaban en la convivencia, preguntaban y comentaban. Todos terminaron muy contentos y llenos de alegría, pidiéndonos que volviéremos pronto a México, ¡y que pusiéramos ya una fecha para fundar allí! Eso sabemos que está en manos de Dios y el tiempo y las circunstancias irán hablando a los Superiores para llegar a tomar esa decisión. Esperemos que la Virgen de Guadalupe, que presidía la capilla del Instituto donde dimos el retiro, nos lo conceda en un futuro próximo.
El domingo por la mañana pudimos visitar la maravillosa y verdaderamente impresionante Capilla de la Virgen del Rosario, joya del barroco típico de Puebla de la época de la Evangelización. Una Capilla, o más bien una Basílica, que expresa a través del arte la grandeza de Nuestra Madre Santísima. De nuevo veíamos en todo la mano de la Virgen que no nos dejaba solos. ¡Qué buena Madre
Tras visitar la preciosa Catedral de la Archidiócesis y celebrar la Santa Misa con algunas personas que habían participado el día anterior en el retiro, nos despedimos de Puebla para volver a Papantla. Allí, junto a Mons. José Trinidad, tuvimos por la tarde otro retiro para laicos en el mismo centro de la semana anterior, la “Casa de la Iglesia”. La Capilla del centro, al lado del patio de la Virgen Blanca, se llenó hasta arriba, y todos los asistentes quedaron impresionados, contentos y agradecidos. Fue un momento más de gracia en los días de misión.
Tras el segundo retiro de sacerdotes en Papantla, que comentaba más arriba, nos tocó despedirnos del Obispo, porque nos esperaba al día siguiente la última actividad apostólica de la misión: un retiro para seglares en el centro de la Ciudad de México. Nos alojamos con los padres agustinos, en la Parroquia de San Agustín, donde encontramos la preciosa imagen de la Virgen del Consuelo. Agradecemos también a ellos su hospitalidad y su ayuda. El hecho de poder alojarnos allí fue también providencial y lleva toda una historia detrás donde vi la acción directa de la Virgen (pero sería ya demasiado largo contarlo porque me estoy alargando). Pudimos tener todo el día de retiro con un grupo de laicos, gracias al trabajo, dedicación y esfuerzo de una señora que conocí en Madrid. ¡Fue todo precioso, muy bonito, de verdad! Se palpaban los corazones abiertos, sencillos, disponibles a escuchar, a participar, a querer conocer más sobre el mensaje que trae La Obra de la Iglesia, porque, efectivamente, “¡esto es para todos!” y a todos tiene que llegar.
Finalmente el domingo 3 de marzo, último día del viaje, vivimos literalmente un sueño hecho realidad. Pudimos culminar nuestra misión con la peregrinación a la Villa, la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, el Santuario más visitado del mundo, después del Vaticano. Algo impresionante, ¡maravilloso! Tuvimos otro regalo más de la Virgen sin haberlo planeado: con un grupo reducido de algunas personas que vinieron al retiro, una guía estupenda nos dio una explicación de toda la historia de las apariciones y de los lugares santos del entorno (el Cerrito del Tepeyac, donde fue la primera aparición de la Virgen a San Juan Diego, la Capilla de Indios, la Basílica antigua, la Basílica Nueva y otras capillas adyacentes). Cuatro horas de peregrinación que concluyeron con un rato tranquilo de adoración al Santísimo en el Templo Expiatorio a Cristo Rey (la Basílica antigua) y la Santa Misa solemne junto a la Virgen de Guadalupe en la Basílica Nueva, presidida por el Señor Cardenal, Arzobispo Primado de México, Mons. Carlos Aguiar Retes, a quien saludamos con tanto afecto. ¡Qué emocionante fue el momento de silencio ante la Virgen de Guadalupe, qué sobrecogedor, qué profunda unión con Ella! ¡Se sentía su presencia de una manera fortísima! En ese momento nos acordamos de la Madre (que estará junto a Ella en el Cielo), de toda La Obra, de todos sus miembros, de todas y cada una de las personas que se habían confiado a nuestra oración… Le dimos las gracias por todo el viaje apostólico, le pedimos por todos los frutos que darán estos retiros y por la futura misión de La Obra de la Iglesia en México y en todo América.
Una misión inolvidable que quedará grabada en nuestros corazones para siempre y que esperemos que haya sido el comienzo de algo grande, de futuras misiones a esta tierra mexicana, tan bendecida por Nuestra Santísima Madre, la Virgen de Guadalupe. ¡Gracias, Madre!
D. Miguel Silvestre Bengoa