Escrito de la
MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,
del día 10 de septiembre de 1976, titulado:
ES MI VIDA BUSCAR AL AMOR SIN CANSARME
Yo te busco en mis ansias de amar, mi Señor, porque anhelo tenerte sin velos, en tu entraña; descansando en tu pecho bendito en mis noches, que son largas, profundas, secretas, calladas…
Si el silencio me envuelve, mi Dueño, yo te llamo en mi hondura en tu seno, y te encuentro.
¡Es tan dulce tu voz en mi oído, con candentes palabras…!
¡Es tu rostro sereno, tan divino y sagrado, sin saberlo expresar con mi acento…!
Si apercibo tu paso, cuando vienes a mí cautivado, se me encienden mis fuegos en romances lacrados.
Amador de mi vida, si en la herida sangrante de tu pecho, reposo contigo […], adorante, complacido me miras, porque «así» Tú me pides que me acerque al sagrario, a Ti unida.
Yo te busco en mis horas calladas y cargadas de dones, y te llamo en ternuras de dulces clamores; y me enciendo en nostalgias, que son peticiones de encuentros, en besares de gloria con la luz de tus Soles.
Muchas veces te oí, Luchador de conquistas cargado, pronunciar en mi alma tus palabras eternas, exigiendo mi don sin mirarlo; sin pensar cuál sea éste, si me gusta o me cuesta lograrlo…
¡Tú no pides, mi Dueño, más que aquello que das en amor entregado!
Si me acerco a tu seno bendito, en la excelsa morada de tu alteza infinita, Tú te inclinas a mí; y allí dentro, desde el Sancta Sanctórum de tu inmensa excelencia, me reclamas que entre en tu Seno, apoyada en tu fuerza; y me muestras misterios que no es dado saber a hombre alguno, sin subir a la altura intangible de tu ser, en lumbreras coeternas de excelentes secretos…
Al océano excelso de tu inmenso poder me llevaste, sin saber cómo fue, tras un vuelo.
Y allí supe, sin maneras de acá, con tu modo de allá, el profundo saber de tu encierro: ¡Sapiental Expresión pronunciabas, ¡oh Padre!, en tu sola Palabra de divinos cantares…!
¡Qué romances más dulces yo escuché en tus umbrales…!: Melodías eternas en fluyentes amores de filial complacencia, ¡triunfales!
¡Oh qué Amor resurgía en besar de Coeterno, en descanso amoroso de Familia, en un beso…!
¡Ya no importa si quedo en silencio aquí abajo!; pues, después de saberte en tu alteza, he quedado transida, esperando, sin cansarme en mis penas, que me lleves, en el día de tu eterno querer, allí dentro, de nuevo.
Si me acerco al sagrario y te miro jadeante en nostalgias de amores, Tú me invitas que descanse contigo, mi Eterno; y allí oigo la misma Armonía que, en divinos acentos, refulgente de gloria, yo viviera en mis días de Cielo…
Y si miro a mi Cristo llagado, en la cruz por amores muriendo, yo comprendo que Él es la Gloria de Respuesta adecuada al Excelso, respondiendo a la Alteza infinita desde el suelo…
Y apercibo también que el Amor me reclama muriendo: que me entregue, sin nada querer, sin buscar más que ser a su lado, «así» una con Él, como Iglesia que clama en destierro.
Es mi Iglesia el Cristo bendito de todos los tiempos, abarcando en su seno a Dios mismo y a todos los hombres, en un modo tan bello, que, en romances de eternas conquistas, me repite, en las notas que envuelve el misterio, el vivir del Dios vivo, por amores reventando de amor, y colgado muriendo.
Si te busco, mi Dios, yo te encuentro también, con honduras secretas de divinos ensueños, allí dentro en el seno materno de la Virgen bendita; que, de tanto ser Virgen, fue besada en su entraña con un beso tan bueno, divino y eterno, que la hizo ser Madre del Ungido de Dios; al cual Ella le llama ¡Hijo mío!, con pleno derecho.
Es mi vida buscar sin cansarme, esperando, transida en mis vuelos, los encuentros de tiernos amores que al azar se me dan cuando menos lo pienso.
Mi vivir es llamar en anhelos cargados y sellados por hondos silencios; y es saber que me escucha el Dios vivo y se inclina hacia mí, para alzarme hacia Él, abajando su alteza hasta el suelo…
Y temblando de amores, conociendo el misterio, lloro y río, en contrastes cargados, en mi marcha hacia el Cielo.
Soy extraña y distinta de todos aquellos que caminan conmigo hechos uno, sin querer más que a Dios, sin buscar más que serle descanso y consuelo.
Soy feliz en mi espera, porque vivo «así» donde quiero; ya que sólo deseo estar siempre en el centro del querer de mi Sol, ¡aunque sea en destierro…!
Si le llamo, me responde; si le busco, le encuentro; si me lanzo hacia el Ser, Él me adentra en su seno; y si vengo al Sagrario o a mi Cristo en la cruz, ¡siempre alcanzo al que espero…!
Y si llamo a mi Madre con ternuras inéditas, cual lo haría el pequeño, me acurruca en su entraña y me dice, con palabras cadentes de profundos acentos, que Ella es Madre al ser Virgen y por serlo, en el beso infinito que, en arrullos de amores, le ha dado el Dios bueno.
Hoy mi espera es pedir y tener, es buscar y encontrar en nostalgias descansando en la lucha de mi largo trayecto; porque Dios es mi Todo, y, al tenerlo en su vida, yo apetezco su encuentro en el modo silente que, en clamores, le llamo y le tengo.
¡Amador de mis dones, el buscarte, con mi modo de ser, es encuentro…!
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia
Tema extraído del opúsculo nº 4 de la Colección: “Luz en la noche. El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa”.
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