Escrito de la

MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,

titulado:

PORQUE CREO EN LA VIDA ETERNA, ME ABRASO EN MIS NOSTALGIAS POR EL ENCUENTRO DEFINITIVO CON EL AMADO

Y enaltecida por la fe de Abraham, «padre de todos los creyentes», repleta de esperanza en las promesas de Dios, y encendida en las llamas refrigerantes del Espíritu Santo, vuelvo a entonar mi canción de:

Yo tengo fe… Y «creo en la vida eterna».

«¡Oh qué misterio tan verdadero es el de la Eternidad…! –escribía el 10 de noviembre de 1961–. Toda mi alma, iluminada por la fe, está reventando en felicidad de tanto tener esperanza en la Eternidad.

Experimento que mi vida es un trasunto de ese día eterno en el cual, cerrando los ojos al destierro, me encontraré cara a cara, para siempre, contemplando al Ser en su ser reventando en Tres… ¡Para siempre…!

¡Oh Día eterno de la Eternidad, tan profundamente te has incrustado en mi alma, que eres tú y sólo tú el único centro de atracción para mí en este destierro…! Te saboreo sin llamarte; te espero segura; corro en tu búsqueda, enamorada. Te necesito porque eres mi principio, mi fin y mi vida; eres mi parte y mi herencia. ¡Sólo para ti nací, y no podré ser feliz plenamente, ni descansar, hasta que me sacie a la luz de tu semblante…!

La muerte, para mí, no es muerte, es la puerta que se me abrirá a ese día eterno, ¡mañana!, en el cual, perdida en la espesura infinita de tu inconmensurable ser, yo estaré abismada, robada y poseída por la simplicidad silenciosa y sencilla de tu inmutabilidad.

¡Oh Eternidad querida!, ¿es posible que no seas un sueño ni una cosa lejana…? ¡No!, eres más mía que yo misma y más cercana que mi misma alma. ¿Es posible que mañana yo esté engolfada en ti para siempre, contemplándote cara a cara, metida en la sabiduría profunda del Engendrador eterno, expresando en un júbilo dichoso con el Verbo, abrasada en la corriente divina, pacífica, silenciosa y avasalladora del amor del Espíritu Santo…?».

Seguir leyendo...

   «Si el Amor me llamara,
yo le respondería,
y en su seno entraría
dentro de su recámara…
   Y allí Él me diría
su infinita Palabra,
y yo respondería
toda a Él retornada…
   ¡Oh si al Amor yo viera
en la luz de su cara…!
Le miraría tanto,
que en Él me trasformara,
haciéndome un poema
que su gloria cantara…
   Y, si entrara en su amor
y con Él me abrasara
en la luz de su fuego
y en la unión de sus fraguas,
yo me haría torrente
de cristalinas aguas,
repletando, en mis fuentes,
al que a mí se acercara…
   ¡Si viniera el Amor,
yo con Él me marchaba!».
22-10-1971

«¡Mi esperanza no tiene límites…! Es segura como la muerte, cercana más que yo misma, sabrosa como el mismo Dios…!

Mi fe es un trasunto del Cielo… ¡La Eternidad me ha robado y vivo poseída por su esperanza…!».

«Hace algún tiempo que una esperanza pacífica, silenciosa y verdadera, me hunde en la Eternidad; esperanza que es actualizada y vivificada por una fe constante y tan certera que casi deja de ser fe.

Yo sé que la Eternidad es como mi fe me la presenta y mi esperanza la espera, y no la veo como una cosa lejana. Veo que la vida del hombre es como un soplo sobre la tierra, “como la flor del campo, así florece; apenas la toca el viento y ya no existe”, y, por lo tanto, que toda esta dicha tan inmensa y verdadera de la Eternidad ¡es mañana…!».

   «Cuando sueño que Dios llega
en la noche lastimera del destierro,
se conmueven exultantes mis entrañas,
y mi espíritu, reseco por mi anhelo,
se siente refrigerado
por la brisa del Eterno.
   Cuando sueño que Dios llega,
y apercibo el contacto de su beso,
y rumoreo sus pasos,
y saboreo su aliento,
y vislumbro las lumbreras
que revientan de su pecho,
rompo en llanto, y, cruzando los abismos
que separan nuestro encuentro,
a Él me lanzo presurosa, sin pararme en los peligros
que, en mi pasar, voy teniendo.
   Cuando sueño que Dios llega,
tras la noche del destierro,
siento recrujir mi entraña
con la brisa de su vuelo.
   Cuando sueño que Dios llega,
despierto siempre en los cielos,
en los cielos de mi hondura,
donde Él mora contento.
   Cuando sueño que Dios llega,
mi sueño pasa en un vuelo».
29-1-1973

Y mi alma, herida de amor por la luz refulgente del Dios eterno, gime en nostalgia por su encuentro definitivo, y lo anhela jadeante, en torturante sed, «como el ciervo brama por las fuentes de las aguas».

«¡Oh Eternidad infinitamente santa, en la cual el alma pequeñina y sedienta de justicia y verdad se saciará cara a cara con las divinas Pupilas, en la contemplación de tu divina Faz…!

¡Oh Eternidad, Eternidad…!, eres la apetencia saboreable de mi alma desterrada, la necesidad urgente de todo mi ser desencajado en este lugar de mentira, de incomprensión, de dolor y de prueba…

Eres tú, ¡oh Eternidad querida!, la necesidad, en saciedad, de mi alma enamorada y cautivada por la hermosura de tu rostro…

Te conocí y me enloqueciste de amor, ¡oh Ciudad de Dios!, donde yo estaré eternamente embriagada en el festín divino de mi celestial Esposo; donde, en tu verdad, mi fecundidad repleta y perdida en la Fecundidad divina, estará con tus hijos y mis hijos, siendo una alabanza perfecta de tu divinidad…

Te encontré, te conocí y penetré que tú sola eres la única capaz de saciar esta sed ardiente que me devora de amor, justicia, verdad, fecundidad y virginidad…».

«¡Oh, qué deseos como infinitos de saciarme en aquel Manantial donde brota el agua de tu divina sabiduría…! a la cual fui llevada y contemplé […] en la luz de tu ser…

Y tan divinamente a mi Dios contemplé, que, en su misma armonía, con mi Verbo canté, abrasada en el fuego de mi divino Amor, aquel Concierto eterno que, en su serse inmutable, se es mi eterno Sol…

Y después de mirarte y de verte en tu luz, me vi cual desterrada, perdida y abismada, sin la luz increada que en tu ser contemplé… Y me quedé sin verte en tu eterna mirada, sin cantarte en tu ser, sin amarte en tu amor en la luz infinita de tu eterno saber…

Y aunque sé que te sé en la pobre tiniebla de mi pobre saber, ahora sé que te canto sin saberte cantar en tu ser; ahora sé que te amo en la espesa tiniebla de este oscuro entender…

Y al mirarte, decirte y amarte sin saberlo saber, yo he encontrado la dicha, en mi pobre destierro, de vivir en tu ser en espera del día, en el cual el amor infinito de tu eterna Verdad, deposite en mi alma aquel beso inmutable que me dé cara a cara a saber el misterio infinito de mi eterna Deidad.

Un día a verte iré, oh Eternidad querida, para siempre…, para siempre… Y allí me perderé ¡para siempre!, en la luz luminosa de tu eterna pupila…

¡Oh Amor…! mientras llega aquel día en el cual yo estaré abismada en tu ser en la luz de tus Ojos, mientras llega aquel día en que a Ti te tendré para siempre, sin poderte perder, mi postura será: en la cruz con mi Cristo cosida al madero de mi inmolación; sufriendo esta sed de Eternidad que me abrasa;

morando en el destierro y sufriendo el martirio del desamor a Dios por parte de mis hermanos y mis hijos; ejerciendo mi sacerdocio, clavada entre el Cielo y la tierra, en mi misa incruenta de mi inmolación total. Sí, ¡en la cruz con mi Verbo, en el Seno del Padre, metida en el regazo divino, sostenida por los brazos de la Paternidad infinita y besada por el beso inmutable del Espíritu Santo…!».

   «Adora el alma mía en el silencio,
respondiendo amorosa a su Amador;
se entrega como puede en su nostalgia,
clamando por de nuevo oír su Voz.
   La esposa fue llagada lentamente
ante el paso silente del Amor,
y vaga, suspirando, con gemidos,
ver la luz del Eterno Resplandor.
   Oprimida en vivencias melancólicas,
espero en un mañana de ilusión,
con triunfos de conquistas del Amado;
¡la cruz será el camino hacia el Señor!
   Esperas prolongadas de secreto,
anhelos reprimidos con temblor
me piden los amores del Inmenso,
en dulces apetencias de visión.
   ¡Nada es tan hondo cual vivir soñando
en el toque sagrado de mi Dios!
   Nostalgias recargadas de nostalgias…,
esperas prolongadas de opresión…,
dulces melancolías silenciadas,
envueltas y repletas de dolor…
   Un día luminoso de esperanza,
seguro en su conquista hacia mi Sol,
es el Inmenso que, a su dulce paso,
vestido de su luz y su esplendor,
me lanza con poder hacia su encuentro,
cargado del misterio de su don».
4-12-1974

∗∗∗

Yo tengo fe… Y mi fe es segura, firme e inquebrantable, no por lo que yo sienta o viva, sino porque me la ha dado mi Santa Madre Iglesia, infalible al transmitir la palabra que el Verbo le entregó; y mi esperanza es certera porque mi Iglesia Santa me la infundió con mi fe el día del Bautismo y la ha ido haciendo crecer en mi alma con sus enseñanzas y con los dones y frutos del Espíritu Santo.

Y por ser Iglesia, y dentro de esta Santa Madre su Eco, Dios, en su plan eterno, quiso mostrarme en su luz sus misterios, para que cantara y contara a todos las riquezas de la Iglesia.

Por eso muchas veces se dignó, por un designio suyo incomprensible, llevarme a su seno, lo cual ha dejado a mi alma herida de muerte en deseos de la posesión en plena luz del Dios eterno.

El día 30 de abril de 1960, escribía: «Dios me introdujo de nuevo, casi como el 18 de marzo de 1959, de una manera profundísima e inimaginable en la hondura insondable del Misterio de su vida;

llevándome a la profundidad de su Virginidad trascendente, ¡intocable e insondable!, para que contemplara aquel Sancta Sanctórum de la adorable Trinidad, velado y oculto; en el cual el Padre, rompiendo en resplandores de santidad, en el instante-instante sin tiempo de Eternidad infinita y abarcadora de Dios serse El que se Es, irrumpía engendrando a su Verbo, en engendrar supremo de infinita y amorosa Sabiduría en el abrazo infinito y mutuo del Espíritu Santo.

[…] ¡Me fue levantado el velo del Sancta Sanctórum donde Dios se oculta!

E introduciéndome el Infinito Ser en su cámara nupcial, sorprendí aquel Misterio infinito e inaccesible, que sólo Dios vive, y en el que no se puede entrar sin ser llevada por Él a la hondura de su recámara nupcial de infinita y eterna Santidad, cubierta por el velo del Sancta Sanctórum de su Virginidad trascendente».

«Y allí, […] ¡fui introducida!, sin poder comprender cómo pude entrar; y mucho menos cómo, después de haber salido, he podido seguir viviendo todavía durante tantos años.

Aunque sí pude vislumbrar algo de por qué me metió Dios en aquel Sancta Sanctórum tan hondo, de trascendencia infinita.

Donde Él mismo me imprimió que no se podía entrar; cosa que debía comunicar. Al mismo tiempo que tenía que manifestar que esta pequeña, asustada y temblorosa hija de la Iglesia había entrado por una voluntad infinita del Eterno Ser, tan sólo para ayudar a la Iglesia con cuanto, para que lo comunicara, Él, introduciéndome en su Misterio, me hacía vivir.

¡Sólo para ayudar a la Iglesia!, […] ¡¡Sólo para eso!!

Y por este medio tan sublime y tan inexplicable para mí, glorificarse a sí mismo a través de la última, despreciable, inculta, desvalida y pobretona hija de la Santa Iglesia Católica, Apostólica y bajo la Sede de Pedro.

A la cual, mi pobrecita alma temblorosa, tenía que manifestar con el entorpecido repiquetear de mi voz, como el Eco tan sólo, diminuto, asustado y tartamudeante, del Pueblo de Dios.

“ ¡Silencio…! ¡Silencio…! –exclamaba atónita ante lo que mi alma estaba contemplando–.

¡Silencio…! ¡Que ha sido alzado y descubierto el velo virginal de recato indecible que se es Dios, para que sus hijos, por un misterio infinito de amor eterno que el hombre jamás podrá comprender, puedan sorprenderle en aquel punto, en que el seno divino, reventando, como en cataratas y cataratas de batallones y batallones de Virginidad de ser, en Virginidad fecunda, rompe en Paternidad…!

¡Silencio…! ¡Silencio…! ¡Que, en adoración perenne y sorpresa indecible, están todos los Bienaventurados en un ¡oh! de sorpresa eterna, ¡atónitos!, contemplando al Eterno Oriens surgiendo de las entrañas virginales del fecundo Padre, en Canción infinita de vida divina…!

¡Silencio…! Que en aquel punto misterioso y secreto del serse del Ser, en el abrazo eterno del Espíritu Santo y en las alas virgíneas de su coeterna Virginidad, se están besando en su misma Boca, rompiendo en una alegría de gozo indecible, las tres divinas Personas en unión trinitaria de Familia Divina.

El Cielo consiste en una sorpresa eterna, en adoración perenne de admiración sorprendente, ante la contemplación del Eterno Serse, ¡siempre siéndose y siempre sido!, en su Virginidad eterna rompiendo en Tres…

¡Esto sí que es fiesta en el Seno-Amor…!, ¡en la Entraña misma del Entrañador…!, ¡en la gran sorpresa de aquel punto-punto en que se está siendo el Eterno Sol…! ”

[…] Y estando contemplando y viviendo todo esto en el gozo de los Bienaventurados, ¡en un instante-instante de misterio indecible! me sentí introducida, de una manera sorprendente e incomprensible, en la hondura sacrosanta del Arcano del Sancta Sanctórum del Infinito Ser;

sorprendiendo la vida inmutable e inefable de la adorable Trinidad en el punto misterioso, velado y oculto, donde en rompientes de infinitas cataratas de sabiduría amorosa, el Padre irrumpe engendrando a su Verbo en el abrazo coeterno e infinito del Espíritu Santo.

“ ¡Oh…! ¡Silencio…! ¡Silencio…!

¡¡Silencio…!! ¡Respeto…! ¡Adoración…!

¡¡Que estoy sorprendiendo la terribilidad terrible del serse del Ser, reventando en una brisa infinitamente silenciosa de armonía calladita, rompiendo en Tres…!!; ¡en Tres divinas Personas de subsistencia coeterna e infinita! en aquel ¡punto-punto! en que Dios se es…; para que, introduciéndome dentro de Él, le sorprenda en el instante-instante de serse lo que es, y de estárselo siendo, y de cómo lo es, y por lo que se lo es.

¡Silencio…! ¡Silencio de adoración, en veneración profunda…! ¡¡Que me está siendo levantado el velo de la Infinita Virginidad, para introducirme en el Sancta Sanctórum de la adorable Trinidad…!!

Y mi alma, subyugada…, robada… y postrada en reverente adoración, ¡sorprende y contempla el instante-instante en que Dios se es…!

Y, como los Bienaventurados, rostro en tierra, adoro aquel Misterio indecible de majestad soberana, donde nadie puede entrar si no es invitado y llevado por la misma mano del excelso Ser que, descorriendo el velo de su Virginidad, nos introduce en el festín infinito de su eterna felicidad…

¡Silencio…! ¡Silencio…! ¡Silencio…!

¡¡Que me está Dios descorriendo el velo de su Sancta Sanctórum…!! Y, en invitación amorosa, me está introduciendo donde Él, para que le sorprenda en el instante velado de recato indecible, de Virginidad eterna y trascendente, en que Él se es…

¡Silencio…! ¡Silencio…! ¡Silencio…!

¡¡Oh fecundidad, fecundidad de las entrañas entrañadoras del Eterno Sol…!! Tú te eres, por serte el Santo, el Intocable, la Virginidad eterna rompiendo en Paternidad.

¡Silencio…! ¡Silencio…!

En silencio…, metida en el Seno-Amor…, en el Sancta Sanctórum del Intocable…, mi alma, adherida al Espíritu Santo, besa con el beso de la boca divina el punto mismo de la fecundidad engendradora del Padre rompiendo en un Hijo de virginidad eterna…

¡Silencio…! Que se está expresando la Virginidad eterna en un Hijo… ¡Que se está besando, en un Beso misterioso de eterno silencio, en la Luz infinita de su inagotable ser, rompiendo en terribilidad terrible de Luz increada, en su serse el Ser el Eterno Sol…!

¡Silencio…! ¡Silencio…! ¡Silencio…!

¡Finura indecible…!

¡Que estoy contemplando la Divinidad rompiendo en Paternidad engendrando, envuelto en los pliegues eternos de su virginal ser…!

¡Oh, qué silencio en mi alma…!, ¡allí, donde Dios…!, ¡viviendo y bebiendo de aquella Virginidad eterna…!, ¡saciándome en sus inagotables fuentes, y como saturándome de Divinidad…!

¡Oh qué silencio…!, ¡qué misterio…!, ¡qué secreto…!, ¡qué hondura…!

¡Silencio…! ¡Qué bien se está en silencio, apercibiendo el concierto de la generación divina en el abrazo coeterno del Espíritu Santo!

¡Oh generación eterna del Eterno Sol…!

¡Oh…!, ¡cómo lo veo…! ¡Cómo lo veo…!

¡Está procediendo…!, ¡surgiendo…! el Eterno Oriens, en el mismo seno del Eterno Sol.

¡Oh…!, ¡El siempre Nuevo…!, ¡El Eterno Dios!, ¡el que siendo siempre el Eterno Sol, siempre es nuevo por su serse siempre el Renuevo eterno del Engendrador…!

¡Oh qué gran misterio…! ¡Silencio…! ¡Silencio…!

¡Silencio de adoración!, ¡que está el Padre pronunciando su Palabra increada en aquel punto secreto de la generación del Verbo…!

¡Oh qué fino es Dios en su ser, rompiendo en Tres…!

¡Oh cómo lo veo en su actividad trinitaria…, en su generación eterna…, en su paternidad virginal…, en su engendrar recatado…, en su serse, El que se Es, la majestad soberana de gozo indecible en suavidad sonora…!

¡Silencio…! ¡Silencio…! ¡Silencio…!

¡Gracias, Señor…! ¡Gracias, Señor…! ¡Gracias, Señor…!

Yo hoy, anonadada, temblorosa y asustada, al comprender lo que he visto y oído, respondo adorante en un silencio de adoración profunda y de anonadación reverente…

Y, traslimitada, temblando de amor y respeto, vuelta hacia Ti, clamo: ¡Gracias, Señor, pero yo no soy digna…! ”».

Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

Tema extraído del opúsculo nº 17 de la Colección: “Luz en la noche. El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa”.

Nota.- Para descargar el opúsculo completo para imprimir haz clic aquí.

Nota.- Para descargar el opúsculo completo para dispositivos electrónicos haz clic aquí.