Escrito de la MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,
del día 19 de junio de 1962, titulado:
EL AMOR PURO EN EL CIELO
¡Qué feliz es Dios…! ¡Qué Ser tan dichoso…! ¡Qué alegría tan infinita la de mi Señor…! Todo Él es contento, en tal infinitud, plenitud y fecundidad de ser contento y dichoso, que Tres se es.
Amor, yo necesito vivir en la Eternidad para ser robada por Ti. Mi bienaventuranza esencial consiste en gloriarme en que Tú seas tan feliz, en gozarme en que Tú seas Dios.
¿Cómo serás Tú, cuando toda esta exigencia casi infinita que me abrasa de felicidad, de ser dichosa, de gozarme, quedará saturada y excedida en su necesidad de glorificación, al verte a Ti tan feliz, tan dichoso y tan Ser, de forma que mi bienaventuranza consistirá, en su parte esencial, en ser robada por tu felicidad?
Amor, eres tan feliz, ¡tanto…, tanto…, tanto!, que, al contemplarte a Ti, yo quedaré eternamente feliz de saber que Tú eres tan dichoso.
¿Qué serás Tú, cuando, al contemplarte a Ti, olvidada de mí, tendré mi gloria y gozo máximo en verte tan dichoso, en que Tú te seas como te eres en tu vida esencial y trinitaria…? ¿Cómo serás y de qué manera, que el alma, al contemplarte, tendrá su felicidad máxima, rebosante de alegría y dicha, olvidada de sí, en que Tú seas feliz…? ¡Qué felicidad exhalará tu ser y comunicarás de la sobreabundancia del contento eterno que Tú te tienes, cuando sólo el saber lo dichoso que te eres Tú hará al alma, creada para participar del Infinito, dichosa por toda la Eternidad!
Amor, necesito decir el motivo de por qué en el Cielo estaremos todos en el grado máximo de amor puro según nuestra capacidad, ¡y no puedo y no sé…!
¡Oh mi Trinidad Una!, yo sé que he sido creada para poseerte; para ser Dios por participación y vivir de tu vida; para engolfarme en Ti; para saborearte, saberte, mirarte… sin nada ni nadie que me lo impida; para tenerte a Ti por siempre y ser toda yo una trinidad en pequeño, imagen de tu Trinidad, participando de tu perfección y siendo alegría de tu alegría.
Pero hay algo en mí que yo me sé y que veo sobrepasa casi infinitamente todas estas tendencias puestas por Ti en mi alma, y es la necesidad urgente de gloriarme en que Tú seas tan feliz; no tanto en lo que Tú me des, ni en recibir mi recompensa, sino en saber yo que tendré la alegría eterna y el gozo casi infinito y purísimo al verte a Ti tan feliz, al saber que Tú te eres tan contento y al amarte por lo que te eres y no por lo que me das. Sé que eres de tal perfección y felicidad en Ti mismo, que verte a Ti gozar será nuestra mayor alegría; no tanto el gozar nosotros de tu vida, sino el ver que Tú gozas y de la manera que gozas.
Eres tan glorioso, ¡tanto, tanto…!, que todas las almas, por egoístas que hayan sido en la vida mirándose a sí mismas y buscando su felicidad propia, al contemplarte a Ti tan dichoso, serán en todo su ser un grito de alegría que romperá en amor purísimo; dándote gracias, no tanto de que Tú la hayas hecho tan feliz, sino de que Tú te seas feliz.
¡Qué feliz es Dios!, ¡qué irradiación de gozo tan infinita y eterna la de su ser!, que todos los Bienaventurados, en el momento de contemplarle a Él, quedarán olvidados de sí, en adoración profunda de amor rendido, entonando un Santo eterno de agradecimiento glorioso al Ser que, de tanto ser feliz, se es Tres.
De tal manera se es Dios feliz que, por sérselo Él, todos lo seremos, teniendo nuestro gozo esencialísimo y nuestro amor puro en gozarnos de verle a Él tan contento, tan feliz y tan ser. Por eso el alma, en el momento de entrar en la Eternidad, queda, según su capacidad, hecha un acto de amor puro. Ya que la felicidad del Infinito ha excedido y rebasado tan infinitamente la necesidad que ella tiene de ser feliz, que esa misma felicidad del Infinito, dejándola olvidada de sí, la pone en este acto de amor puro que consiste en gozarse y alegrarse en que Dios sea tan ser, tan dichoso y tan infinito; siendo toda ella un himno de gloria que le dice: Amor, me has robado de tal forma, que mi alegría más grande es saber que Tú eres tan feliz, y darte gracias por ello.
Y como consecuencia de esta primera gloria esencial y purísima que el alma tiene de gozarse en que Dios sea Dios, viene esta otra, al verse ella, en ese mismo instante, hecha Dios por participación, hundiéndose con las divinas pupilas en la contemplación del Infinito, y rompiendo en una participación eterna del Verbo, siendo toda ella Verbo que le dice a Dios, según su capacidad, lo que Él es, y amando a Dios como lo necesita, por participación en el Espíritu Santo.
Llena de contento, se goza el alma en que ella es Dios por participación, y porque ella proporciona a todos los Bienaventurados el gozo de verla tan Dios y tan feliz; teniendo como gloria esencialísima la alegría de gozarse en Dios, en que Él es tan feliz y dichoso, y su segunda gloria, esencial también, en participar de Dios, ya que se goza, no tanto en que ella le participe, sino en el contento accidental de Dios al darse a participar por su criatura.
De tal forma hace Dios al alma ser Él por transformación, que ella es también el gozo de todos los Bienaventurados. Y como cada uno de ellos participa así de Dios y goza así de Él, resulta que, siendo Dios todo en todos, sólo hay un grito en el Cielo: gozarse en Dios, en que Él se es tan feliz en sí mismo, y en que Él es tan feliz al hacer dichosos a todos los Bienaventurados.
Siendo Dios todo en todos, y siendo todos Dios por participación, no habrá en el Cielo más que Dios, porque todos nos amaremos unos a otros y nos gozaremos unos de otros, al ver en cada uno a Dios y cómo cada uno le ama y está en el grado máximo de amor puro, amándole según su capacidad.
Ya comprendo, Amor, por qué en el Cielo todos nos amaremos tanto. Porque yo veré allí que todos tienen su alegría esencial en verte a Ti tan dichoso; y, como todos están en ese grado máximo de amor que consiste en gozarse al verte a Ti tan feliz, mi alma será también una acción de gracias a todas las almas porque te aman así.
Yo te daré gracias eternamente de que Tú seas tan dichoso, y te daré gracias eternamente, oh Amor, porque todos los seres que de Ti participen tengan su mayor contento, estando en el grado máximo según su capacidad, en darte gracias de que Tú seas tan feliz, tan Ser, tan Dios, tan Uno y tan Tres, pues yo no tengo más contento que el de verte a Ti tan contento, el de saberte tan feliz, el de contemplarte tan eterno.
«Y oí a todas las criaturas que hay en el Cielo, en la tierra, bajo la tierra, en el mar –todo lo que hay en ellos–, que decían: “Al que se sienta en el trono y al Cordero la alabanza, el honor, la gloria y el poder por los siglos de los siglos”. Y los cuatro vivientes respondían: “Amén”. Y los ancianos se postraron en adoración».
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia
LOS PORTONES DE LOS CIELOS
29-1-1973
Cuando pienso en el momento delirante
en que se abran los Portones de tu seno
y yo entre, tras la noche de la vida,
en la hondura misteriosa de tu encuentro,
¡es tan honda la alegría
que en mí siento!,
que el momento espeluznante de la muerte
se convierte, en mis adentros,
en un gozo desbordante,
porque sabe que es el paso trascendente
que me lanza, como un rayo llameante,
al secreto de tu pecho incandescente.
¡Oh Portones de los Cielos,
que me rasgáis, tras la entrada,
las cortinas suntuosas de aquel Templo,
tras las cuales está el Santo de los Santos
celebrando su misterio
en el gozo venturoso
de los buenos…!
¡Oh Portones luminosos, tras los cuales se aperciben
las eternas melodías en inéditos conciertos,
y se escucha el recrujido, en volcanes encendidos
por las llamas llameantes de sus fuegos…!
¡Oh sonido palpitante con que exhala
dulcemente,
en su hálito silente, el Eterno,
la Palabra explicativa
que Él expresa en su misterio…!
¡Qué momento trascendente,
cuando el alma reverente
se introduzca en lo profundo de aquel seno…!
¡Y contemple, con su vuelo, al Amor que los envuelve
con la aurora arrulladora del abrazo de su Beso…!
¡Qué misterio tan sublime!
¡Qué momento!:
cuando se abran los Portones
suntuosos de aquel Templo,
y se corran las cortinas,
y se descubra el Misterio,
y los Soles luminosos resplandezcan refulgentes
de aquel pecho palpitante del Excelso.
¡Qué momento el de la muerte!,
que desgarra con su noche lastimera
las angustias del destierro,
y despide tras el grito
de su hielo
las cadenas
de este cuerpo,
para dar paso a las almas
que se lanzan,
como en misterioso vuelo,
a las puertas suntuosas
y magníficas del Cielo…
¡Qué momento el de la muerte!,
cuando el cuerpo quede yerto,
cuando el alma se remonte velozmente,
como un águila triunfante,
tras la brisa de su vuelo,
a cruzar los hondos senos del abismo
que separan a la vida de la muerte,
a la tierra de los Cielos,
a los hombres de los Ángeles,
a la Gloria y al destierro,
en un vuelo deslumbrante
hacia el seno venturoso del Dios bueno.
Y cual águila imperial, liberada del cadáver,
vuele el alma victoriosa hacia los Cielos
a saciar las resecuras de las ansias de sus hambres
en los claros manantiales de las aguas del Eterno,
donde brota a borbotones un torrente cristalino,
para saciar los sedientos
que traspasan los umbrales del destino…
¡Oh Portones de los Cielos!
con sus cortinas triunfales
que ocultan, tras su misterio,
el «Sanctórum» que es velado
por las ráfagas candentes de sus fuegos,
y al Inmenso que se oculta
con su gloria tras el velo…
¡Oh Portones suntuosos!,
cuando corráis las cortinas y yo entre tras mi vuelo…
¡Oh Portones de la Gloria!,
abrid paso, que ya llego.
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia
Tema extraído del opúsculo nº 7 de la Colección: “Luz en la noche. El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa».
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