Escrito de

la MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,

del día 8 de junio de 1962, titulado:

Dios se es infinitamente feliz, eternamente dichoso. Él se es sin necesitar de nada ni de nadie, de tal forma que lo que Él es, se lo es por sí mismo, en sí mismo y para sí mismo, teniendo, por perfección de su ser, su misma perfección en tres Personas.

Él se es la Contemplación infinita y dichosísima, que, expresada por el Verbo en el amor del Espíritu Santo, no necesita nada fuera de sí.

¡Oh Amor Infinito, Felicidad increada y eterna, Padre tan bondadosamente Padre, que, sin necesitar de nosotros para nada, se mira en sí mismo, en lo que se es Él, en su razón de ser, en eso que a Él le hace ser Dios, y, manifestándose en voluntad creadora, se reproduce a lo finito en aquellas criaturas racionales a quienes quiere hacer «dioses por participación» e «hijas suyas»! Y, al crearlas de esta manera, las hace reyes, pues han surgido como expresión humana de la misma realeza divina.

Así, mirando Dios su serse, la razón de su serse, se contempla, se goza, se recrea, y, como Creador y Legislador eterno, crea seres a imagen de eso mismo que a Él le hace ser Dios, para que gocen de su misma dicha pudiendo ser «dioses por participación».

Mas, mirando cómo Él se es Dios, lo mira en su Hijo, y en ese Hijo nos crea, haciéndonos «dioses e hijos del Altísimo».

Ninguna cosa material es Dios por participación; todas le expresan, pero ninguna tiene en sí reflejado eso que a Él le hace ser Dios, ya que no han sido creadas para participar de la vida divina.

Amor, qué misterio encierra la creación del ser racional, hecho para poseerte y gozarte eternamente como «hijo tuyo» y «Dios por participación…». Nunca podremos comprender en la tierra la hermosura del alma formada a imagen del serse del Ser, ni el destino que Dios le tiene reservado, ni, por lo tanto, su excelsa grandeza.

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Hoy, al leer estas frases refiriéndose a los enemigos: «Con odio implacable los aborrezco, son mis enemigos declarados», toda mi alma dio un grito diciendo: «¡No!, ¿cómo voy yo a aborrecer a quien ha sido creado por Dios y llamado para ser Él por participación…? Al alma creada para gozar de Dios eternamente, para ser en su seno beso de amor, imagen e hija del Altísimo, que está en este lastimero estado de pecado y camino de perdición, ¿la voy a aborrecer? ¿Cuántos hombres van caminando hacia el fin para el que fueron creados…?».

«Dios mío, mi confianza está en Ti». Me siento madre fecunda e Iglesia-madre de todas las almas. Las amo a todas y a cada una con todo mi ser, con todas mis fuerzas, que me vienen participando del amor que Tú les tienes.

También sé que Tú quieres salvarlas a todas; para tu gloria nos has creado, para participarte y hacernos dichosos. Pero, ¡oh terror!, el pecado, que se opone a la santidad infinita de la Majestad soberana, es terrible, y la justicia de nuestro Padre Dios, infinita…

¡Oh qué horrible pensar que esas almas, hijas de mi alma-Iglesia, creadas por Dios para ser «hijas suyas» y «dioses por participación», se hayan convertido por el pecado en un lodazal, e incluso en pedestales desde donde el demonio rige al mundo…!

Veo almas, jefes de estado de naciones extranjeras, totalmente tomadas por el demonio, desde las cuales el maligno es el que rige a medio mundo… ¡Es para que nos muramos de pena llorando por ellas…!, porque no sólo van ellas por el camino de la perdición, sino que son piedra de escándalo y ruina de las demás…

¡Qué estado más lastimero el de un alma en pecado mortal…! ¿Y todavía voy yo a odiarlas…? ¡No!; ¡a amarlas con todo mi corazón porque son hijos míos, hijos de mis entrañas de madre-Iglesia, que, huyendo del rebaño del Buen Pastor, se alimentan, como el hijo pródigo, con la comida de los cerdos, dejando el alimento de la Vida que mi Santa Madre Iglesia tiene en su seno…!

Alma querida, toda mi entraña, participando de los latidos paternales de Cristo, llena de compasión te dice: Si estás creada por Dios para participar de Él, y te veo en este estado tan lastimero, y eres hijo mío por serlo de mi Iglesia Madre, ¿cómo voy a odiarte…? ¡Bastante desgracia tienes…! «¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!»; se han dejado coger por el enemigo, abandonando el Manantial de Vida para hacerse «cisternas rotas…».

Odio al pecado, lo aborrezco y lo detesto con todo mi ser; pero al pecador, por haber sido creado por Dios, hecho a imagen suya para participarle y gozarle, le amo con toda mi alma. Y toda yo, llena de compasión, le grito: «¡Hijo, ven a la Fuente de la Vida, donde por medio de los Sacramentos se te dará a participar del Dios viviente, saliendo así de esa muerte en que te encuentras, para que seas feliz aquí y en la Eternidad, pudiendo dar a Dios la gloria que de ti esperaba…!».

Por eso, al leer hoy este Salmo arriba indicado, todo mi ser ha dicho ¡que no!, ya que hace unos días siento que me abraso de amor por las almas más empecatadas de la tierra, según mi experiencia, almas hijas, que, si siguen así, perderán a Dios para siempre. ¡Perder a Dios para siempre…!, ¡para siempre…!, ¡para siempre…! ¡Perder a Dios para siempre…!

¡Hijos, venid a la mesa de la Sabiduría divina, al festín divino de vuestro Padre Dios…! Mirad, que mientras estéis en tiempo de prueba podéis volveros al Amor Infinito, el cual, derramándose sobre vosotros misericordiosamente, os hará entrar para siempre en su seno haciéndoos «hijos suyos y herederos de su gloria…».

Alma querida, cualquiera que seas, piensa que puedes perder a Dios para siempre, y, si lo pierdes, es por tu culpa… ¡Anda…!, vuélvete a Él, arrójate en los brazos del Amor Infinito chorreando sangre por ti…, ¡solamente por tu amor…!

Hace algún tiempo, un día, al encontrarme entre algunas personas para mí en pecado mortal, sentí una voz interna que me decía, inclinándome en perdón y compasión hacia ellas: «Por ellas he derramado toda mi Sangre…».

Desde aquel día odio al pecado, pero amo al pecador con un amor de compasión que me roba el alma ante su desgracia, ya que no hay desgracia como esta, ni tan grande ni tan desconocida.

Muchas veces, al ver la grandeza de Dios, he comprendido lo que tiene que ser un alma, cuando el Increado, la Felicidad por esencia, encarnándose, muere en una cruz para salvarla. Pero en estos días, en los cuales me siento llevada a las almas más empecatadas de la tierra, al ver su estado de tiniebla oscura, de endurecimiento completo y de apartamiento absoluto de Dios, he sentido una compasión inmensa de caridad hacia ellas.

Las he visto como tronos donde el enemigo se sentaba a placer, teniéndolas bajo su gobierno y siendo manejadas por él…; y ante contemplación tan espantosa y escalofriante, al verlas en este estado de desgracia y al contemplar la grandeza casi infinita para la que han sido creadas, no puedo menos, como madre-Iglesia que se siente toda madre desgarrada de dolor, «llorar, cual otra Raquel, a estos hijos perdidos». Pero como sé que, mientras estén en la tierra, pueden entrar en camino de salvación, mi esperanza suspira dispuesta a todo, con tal de que estas almas hijas puedan convertirse a Dios y gozarle eternamente.

¡Ahora comprendo el misterio de la Encarnación…! Mi entender sobre los ocultos designios de la Sabiduría Eterna es muy corto; pero si yo hubiera sido Dios, siendo infinitamente feliz y dichoso, sin necesitar de nada ni de nadie, también como Él, al ver a estas almas tan desgraciadas y que yo podía salvarlas, me habría encarnado sufriendo muerte de cruz y afrentas, con tal de sacar a una sola de ellas de este lastimero estado. Y ante esta consideración he recibido una luz en la cual he comprendido el misterio de la Encarnación y Redención, y he dado gracias a Dios por el beneficio tan inmenso que nos ha concedido al darnos a su Hijo muriendo en una cruz.

He visto también la diferencia entre un alma empecatada y el demonio; son totalmente distintos. El alma empecatada da compasión, y el demonio, odio; el demonio no tiene remisión, y el alma, mientras esté en la tierra, puede entrar por camino de salvación. ¡Hay que amarlas y salvarlas como sea de este lastimero estado en que se encuentran…!

Si supiéramos lo horrible que es el pecado, lo desgraciada que es un alma apartada de Dios…

Sí, Jesús bueno, ya comprendo tu cruz, la sed del Calvario, tu muerte afrentosa…; ya comprendo este: «¡Perdónales, porque no saben lo que hacen…!».

¡Oh dolor inexplicable de Cristo ante las almas en pecado…!

¡Ay, lo que es un alma creada por Dios!, ¡lo que es un alma…!

¡Hijos, si supierais lo que es un alma creada por Dios y caída en pecado…! Considerad lo que será, cuando Dios, infinitamente feliz y contento, sin necesitar de nada ni de nadie, haciéndose hombre muere en una cruz para poderla arrancar de tal estado y salvarla…

¡Cómo y cuándo podremos comprender el gran beneficio del Sacramento de la Penitencia, que a todo el que se acerca a él lo deja limpio…! ¡Portento del amor de Dios para con el hombre, que da a ese mismo hombre la potestad de perdonar el pecado y hacer al pecador hijo suyo…! Dios sabe lo que es un alma y lo que es el Cielo; por eso pone, para salvarla, todos los medios, a costa de su misma muerte…

¡Todas las almas para mi Dios…! ¡No hay pena semejante a la de ver un alma en pecado…! ¡Y todavía nos estamos mirando a nosotros mismos…! ¡Es que no nos damos cuenta de lo que es un alma en pecado…!

No tenemos que tenerle miedo a la bomba atómica, a esos instrumentos que matan el cuerpo y no pueden dañar el alma… El miedo está en que le quiten las almas a Dios; almas creadas para Él, para ser «dioses por participación» e «hijos suyos» ¡que pueden perderle para siempre…!

Amor…, «¡dame almas o moriré…!». ¡Todas las almas para Ti…! ¡No resisto ver una en pecado…! Quiero ser corredentora contigo para salvarlas… ¡Tus almas y mis almas en tu seno…!

¡Ya comprendo…! No podía Dios hacer otra cosa…: «Con un bautismo de sangre tengo que ser bautizado, ¡y cómo traigo en prensa mi corazón mientras no lo vea cumplido…!».

¡Gracias, Jesús…!, ¡gracias por tu crucifixión y muerte! ¡No podía hacer otra cosa tu corazón de Padre, ya que «la muestra máxima de amor es dar la vida por la persona amada»!

Es necesario que todos los cristianos conozcamos a Dios, para que, comunicándole, llenemos nuestro fin, y conociéndole a Él, entremos en un conocimiento profundo de la malicia del pecado. Vivamos en la verdad. No olvidemos que estas almas son hermanas nuestras, tal vez hijos, y pueden perderse para siempre; que aunque aquí muchas veces no lo sintamos, cuando estemos en el Cielo veremos quizá que muchos hijos espirituales nuestros están en el infierno para siempre. ¡Y nosotros gozando de Dios…!

Yo sé que seré dichosa y veré a Dios, pero no puedo conformarme con eso; necesito que todas mis almas hijas, que son todas las almas de la tierra, estén donde yo esté. Sí, necesito estar con todos mis hijos gozando de Dios. «¡Padre, que allí donde yo esté, estén todos mis hijos conmigo…!». «No te pido que los saques del mundo, pero sí que los arranques del maligno».

Es necesario que nos entreguemos totalmente a Dios para que abarquemos a todas las almas. Un alma no es una flor que Dios ha creado, que hoy florece y mañana se marchita y ya no existe más, no; es una criatura creada para participar de Dios y gozarle, metiéndose en el mismo pecho del Altísimo.

¡Oh el hombre que va buscando a Dios sin saberlo, corriendo tras la felicidad, el amor y los placeres, sin saber que toda esa exigencia que él siente de ser feliz sólo en la posesión de Dios la podrá llenar…!, y, ¡oh desdichado!; en su búsqueda se mira a sí mismo, se olvida de Dios, y cae apartándose del Sumo Bien.

¡Estos hombres, creados por el Infinito y para el Infinito, pueden perderse para siempre! Y tú, alma sacerdotal, tal vez puedas echarles una mano… Por eso te pregunto: ¿En qué te ocupas…?, ¿aún te queda tiempo para mirarte…? ¿En qué empleas tu tiempo…? ¡Por amor de Dios, te pido que no te mires, que pienses en Dios, que cuando te encuentres mirándote lo rechaces como si fuera una tentación de impureza! Hemos sido creados para mirar a Dios; ¡deja de mirarte a ti!

Tú, por una gracia especial, seguramente te salvarás, pero ¿qué será de todas esas almas hijas que te están encomendadas…? ¿Quién no tiene en su familia alguien en camino de perderse para siempre…? Y ¿todavía tienes tiempo para mirarte…? «¡Los hijos de las tinieblas son más sagaces que los hijos de la luz…!».

Hijos, ¡a luchar para darle almas a Dios, para hacerlas «hijas suyas», «dioses por participación» y «herederas de su gloria»…!

Sabemos que al fin vendrá el Reino de Cristo y que su triunfo será eterno. Pero, ¿y las almas que van ahora por caminos de perdición…?; ¿y tantos hijos nuestros que mueren diariamente…?

¡Oh si supiéramos lo que es un alma en pecado…! No tenemos más enemigos que el demonio y el pecado. Es como si todas las almas nos estuvieran clamando: «¿A ver qué haces…?; ¿en qué te ocupas…?, que me estoy muriendo y te necesito; ¡no te mires!, ¡ven a salvarme…!».

¡Cuántos hombres estarán agonizando ahora, en pecado mortal…! Y ante esta terrible verdad, dime ¿qué haces…?

Dios mío, danos un profundo conocimiento de Ti mismo y de las almas, llenando así nuestra vocación de irradiarte a todas ellas. Danos ese conocimiento amoroso que Tú nos pides; conocimiento que llena de amor, y amor que se da sin reservas a Dios y a los hombres.

Dios mío, ¡almas para tu gloria, y tu gloria para todas las almas! ¡Que no se quede ninguna sin saber de tu alegría, para que tu alegría las haga dichosas a todas…!

Dios mío, ¡almas…! ¡Todas para Ti…! Atráelas, cautivadas por la hermosura de tu rostro, al seno amoroso de tu Iglesia Santa, pues tu amor la envuelve toda, llenando y saturando en hartura a todos los hijos que, acogidos bajo su manto, esperan darte gloria y gozarte en ella eternamente.

Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

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