Quisiera en primer lugar agradecer, en nombre de La Obra de la Iglesia, a S. E. Mons. Cesare Nosiglia, que haya venido, trasladando algunos compromisos pastorales, para presidir el funeral de la Madre Trinidad, así como la presencia de los demás Obispos. Somos testigos de cómo y cuánto ama ella a los Sucesores de los Apóstoles, viendo en ellos el rostro de Jesús y su presencia.
Muchas gracias de todo corazón; en este momento, la presencia de ustedes es para todos nosotros consuelo y descanso, sintiéndonos Iglesia, unidos al Papa y a los Obispos representados en ustedes. Sabemos que muchos Obispos en el mundo, pertenecientes a La Obra de la Iglesia y profundamente vinculados a la Madre Trinidad, no han podido venir por la situación sanitaria del momento que vivimos; a ellos nuestro más sentido agradecimiento por todos sus testimonios de cartas, llamadas telefónicas, flores que nos han hecho sentir su cariño.
La vida de la Madre Trinidad siempre ha estado marcada por la cruz: «Te encuentro en todas partes hasta que llegue al Cielo» , escribía en una de sus poesías; dolores y soledades del alma, pero también del cuerpo.
Quiero ahora dar las gracias a todos aquellos –médicos, enfermeras, personal sanitario– que han ayudado a la Madre Trinidad en sus múltiples enfermedades. Jesús decía que «quien ayuda a un Profeta porque es Profeta, recibirá la recompensa del Profeta…». Dios, que todo lo ve, sabe cuántos esfuerzos, profesionalidad y cariño ha ejercido cada uno de ustedes para curar, o al menos aliviar, las enfermedades y los dolores de la Madre Trinidad. Él les recompensará según su infinita generosidad.
Muchas gracias a los miembros de La Obra de la Iglesia que a lo largo de los años han ayudado más de cerca a la Madre Trinidad, acompañándola en sus enfermedades y sufrimientos, y ayudándola directamente en su misión.
Queridos hermanos de La Obra de la Iglesia, hoy todos sentimos profundamente la esperanza de la Eternidad y al mismo tiempo un sentimiento de orfandad. La Madre, en la vida de La Obra de la Iglesia, era todo, y lo tiene que seguir siendo, aunque de otra manera.
Hemos recibido una herencia magnifica; con el Salmo decimos: «Me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad». (Sal 15, 6). A nosotros nos corresponde vivirlo con toda su profundidad, encarnarlo. Permitidme decirlo con las palabras de un Arzobispo que nos ha escrito:
«La existencia de la Madre Trinidad fue un constante buscar la vida, sembrar amor, y sobre todo anheló la Eternidad. Hoy ella está delante de Dios, ha saciado ya esa hambre de Eternidad, y nos toca a todos nosotros, les toca a ustedes, Sacerdotes, Consagrados y Consagradas, cuidar como un gran tesoro su legado, sus obras, acciones y palabras. Es un legado que deben entregar a la Iglesia, y deben comprometerse a seguir construyendo la gran Obra de la Iglesia»
Empieza una nueva fase en la historia de la Obra de la Iglesia, hemos perdido su presencia física, pero –lo sabemos– su espíritu estará siempre presente para acompañarnos.
Le pedimos al Señor que así como hoy acompañamos a la Madre Trinidad en su vuelo hacia el Cielo, un día –«mañana no más», porque la Eternidad es mañana– nos reunamos con ella en el gozo de la Familia Divina, dando –digámoslo todos con la Madre–:
¡Gloria al Padre, Gloria al Hijo y Gloria al Espíritu Santo «así y aquí en la tierra como en el Cielo». ¡Lo demás no importa…, no cuenta…, es intrascendente…!
Roma, Basílica de S. Pablo Extramuros, 1 de agosto de 2021