NUEVO DON SE DERRAMA EN ÁFRICA,

PARA GLORIA DE DIOS

Cuando se empieza a entrever la clausura del año jubilar por la aprobación Pontificia de La Obra de la Iglesia, un beso del Espíritu Santo se siembra en las tierras de misión como preludio de algo grande que habrá de florecer a su tiempo. Nuevo regalo, nueva gracia derramada por Dios desde el Cielo, que aprueba gozosamente la presencia de la Obra de la Iglesia en la tierra africana de Malabo, rincón predilecto desde donde brotarán fuentes de indulgencias para el mundo entero.

25 de Noviembre de 2023, víspera de Cristo Rey, nueva fecha para el pueblo de Guinea Ecuatorial, fijada providencialmente por su pastor tras años de espera, de búsqueda y de lucha por traer un germen de la Obra de la Iglesia, que está destinado a fecundizar pronto la Iglesia de África.

Momento sagrado, impregnado de unción que, no solo recae sobre columnas y pilares del nuevo templo, sino que satura de solemne luminosidad los corazones de los fieles que, hechos uno con sus pastores, los obispos Monseñor Juan Nsue, Arzobispo de Malabo, y Monseñor Santos, obispo de Uganda, que vino a participar de nuestro gozo, y en la compañía amparadora del presidente de La Obra de la Iglesia, el provincial de los sacerdotes y la directora general de la rama femenina, se congregan para dar gloria a Dios.

Día de gozo por poder ver un sueño hecho realidad y palparlo con nuestras manos: la inauguración del nuevo templo parroquial en el sencillo barrio de San Juan, bajo el título de Nuestra Señora de Valme; cuya imagen, presidiendo con señorío la bella morada que los fieles han preparado al Señor, parece extender su manto sobre las calles del barrio para incitar la urgente conquista de las almas para Dios.

Reflejo pequeñito de la canción de nuestra Madre Trinidad a la Iglesia Santa de Dios, ha sido esta obra, que el Arquitecto divino ha ido guiando para expresar su gloria y adentrarnos en ella.

“¡Iglesia mía, Iglesia santa…!, si yo pudiera cantar tus glorias…, manifestar tu hermosura y proclamar tus grandezas… Pero no, no tengo palabras para cantarte, ni expresión para piropear a mi Iglesia Reina.”

Los cientos de personas sedientas de luz, que se agolpaban hace tres años en el local provisional de la naciente parroquia y que sufrían con paciencia las inconveniencias del clima y los ruidos de las sectas de alrededor, hoy se acercan con gozo a beber de la fuente de la salvación eterna en el silencio de los muros recién bendecidos, construidos con lo poco que poseen y con lo que, con una generosidad heroica y un amor filial, han ido depositando como ofrenda agradable a Dios.

“¡Está engalanada…, toda vestida de blanco…, sin velo de luto…! ¡Toda cubierta de joyas, con su rostro resplandeciente de alegría y felicidad, de plenitud y de vida…! “

Día de color en la Iglesia de Malabo, de elegancia, de fraternidad y de unión de los hermanos que, hechos uno en el Señor, alaban en acciones de gracias melódicas ante la bondad divina, con ese acento africano que tanto nos recuerda el anhelo de nuestra Madre Trinidad: “Los negritos., los amarillos… ¡Que vengan todos!”

“¡Ay, si yo pudiera cantar a mi Iglesia católica, apostólica, bajo la sede de Pedro…! ¡Si pudiera cantarte la canción que te cuadra…! ¡Si pudiera decirte a todas las almas como yo siento que te digo en la mía…! ¡Si tuviera palabra para expresarte…!”

Será el Señor. Lo hará Él, así como ha hecho todo descaradamente en La Obra de la Iglesia. Será Él quien, rompiendo por el Verbo, cantará en silencio su Canción infinita de divinidad, en medio de la confusión ruidosamente apabullante en que las almas que habitan en nuestra feligresía viven inmersas. Las casi 100 sectas que, como un pulpo asolapado, esclavizan a la gente sencilla de Porvenir, Ballares, Hacienda Natividad, Buena Esperanza, San Juan, Sipopo… y demás barrios encomendados a la nueva parroquia, son la expresión palpable de la vivencia desgarradora de la Madre Trinidad:

“¡¡Una densa nube cubre a la Nueva Jerusalén, a la Ciudad de Dios entre los hombres, envuelta en oscuros nubarrones de confusión que ocultan la luz resplandeciente de la faz de Cristo, repletándola y hermoseándola con su misma divinidad…!!”

Dios lo hará. Y para ello se quiere servir de este sencillo y escondido pueblo de Malabo para imprimir en él la llamada apremiante del Eco de la Iglesia, y hacer brotar una renovación, la renovación de la Iglesia, no solo en África, sino en el mundo entero para gloria de Dios.

La comunidad de responsables de La Obra de la Iglesia residentes en Malabo