Escrito de la MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,

del día 13 de septiembre de 1963, titulado:

HIJO DE DIOS

Iglesia mía, ¡qué rica eres…! Estás engalanada con la misma sabiduría de mi Padre Dios. Eres jardín florido, Iglesia mía, huerto cerrado, oloroso y perfumado con el ungüento precioso que la Divinidad derramó sobre ti el día de tus bodas.

Que venga al seno de mi Madre Iglesia el que quiera saber de divinidad, el que necesite ahondarse en el secreto del alma de Cristo, el que busque saborear a mi Madre Inmaculada… Todo el que desee y quiera vivir, que venga, ¡que venga!, que en el seno de la Iglesia Madre, ánfora preciosa y repleta de divinidad, se encierra todo el secreto escondido antes de todos los siglos, para comunicarse a los Principados y Potestades, según la multiforme sabiduría de Dios.

A nosotros, los más pequeños de la Iglesia, nos ha sido dada esta misión de descubrir el misterio de Cristo, que, en el seno de la Trinidad, estaba oculto desde antes de todos los siglos; secreto que la Iglesia tiene en su seno y, como repartidora de los tesoros divinos, lo comunica a sus hijos.

¡Qué maravilloso es el misterio de la Trinidad…! ¡Qué infinito el vivir de mis Tres…! ¡Qué eterna la vida de mi Familia Divina…! ¡Qué rica su perfección…! ¡Qué exuberantes sus atributos…!

Todo este misterio divino de infinitud perfecta es la riqueza de mi Iglesia Madre. Y también Cristo, con toda su perfección, su tragedia, su vivir, su misión, que no es otra esencialmente que comunicarnos la vida divina con corazón de Hombre-Dios.

María, con su virginidad avasalladora, con su maternidad infinita, con su señorío poderoso, con su sencillez maternal, es asimismo la riqueza de mi Iglesia santa, como lo es Cristo y como lo es la Trinidad. ¡Qué riqueza la que se encierra en esta ánfora preciosa y repleta de divinidad, que es la Iglesia mía…!

En el seno de esta santa Madre, se obra entre la Trinidad y su decir hacia nosotros, que es Cristo y María, como un misterio, en imagen, de la misma Trinidad.

El Infinito, en su Familia Divina, se da a la humanidad del Verbo Encarnado, al alma inmaculada del Verbo de la Vida; Cristo deposita todo ese vivir y toda esa riqueza de su Padre Dios en el alma de María; Ésta recibe la vida que tiene de Dios a través de Cristo, y, vuelta hacia la Trinidad y hacia el alma de su Hijo Encarnado, le retorna todo su don, que es el vivir de su Dios y de su mismo Hijo, que a Ella le ha sido dado.

Cristo lo vuelve todo al Padre y lo da todo a María; María, todo lo que ha recibido lo retorna al Padre y lo retorna a su Hijo. Y Dios se lo da todo a Cristo y a María.

Dios se da del todo al alma de Cristo y se queda con todo. El alma de Cristo lo deposita todo en María y se queda con todo. María tiene su tesoro en el seno de la Trinidad y se queda con todo, retorna todo su tesoro al alma de Cristo y lo tiene todo en su seno. El Espíritu Santo envuelve toda esta donación, haciendo que sea todo una obra de amor entre Dios y su criatura, para gloria suya y regalo a su Iglesia.

 

Este es el tesoro de mi Iglesia mía: la Trinidad dándose a Cristo y a María; y éstos retornando a la Trinidad la misma vida que la Trinidad les da impulsados por el Espíritu Santo.

Dios obra hacia dentro en su misterio divino, y cuando mira hacia fuera, ese mirar, en expresión amorosa, es su Verbo Encarnado; y para que tuviera la fisonomía de su paternidad maternal, crea a María.

¡Qué riqueza la que penetra el alma mía en el seno de mi Iglesia santa…! ¡Qué mina tan profunda es la entraña de mi Padre Dios en sí mismo y en su expresión hacia mí, que es Cristo y María…! ¡Qué ciencia de sabiduría amorosa la que yo tengo en mi Madre Iglesia, sin poderla expresar…! ¡Qué hondura la del misterio que mi ser hoy contempla, tan hondo, tan profundo…!

Mi Iglesia santa es divina porque su Cabeza es el Verbo Encarnado que, en su persona, es toda la Divinidad.

Como en el seno del Padre están el Hijo y el Espíritu Santo, y en el seno del Espíritu Santo están el Padre y el Hijo, así en el seno del Hijo, que es la Cabeza gloriosa de mi Iglesia santa, están el Padre y el Espíritu Santo en toda su riqueza y perfección.

¡Esta es la Cabeza de mi Iglesia mía…! ¡Éste es el vivir de mi Madre santa…! ¡Éste es el misterio del Cristo Total…! ¡Qué misterio tan divino y tan humano, tan de Dios y tan de hombres…! Es Dios que habla al hombre en el Beso del Espíritu Santo, con alma de Cristo y corazón de Madre, por María.

Yo no concibo en mi alma universal las capillitas. Porque, cuando miro a Dios en su plan eterno, veo a María, veo el alma de Cristo, y por ellos contemplo la hermosura de mi Iglesia santa. Cuando canto a Cristo, canto a mi Dios, a mi Madre Inmaculada y a la Iglesia mía. Cuando miro a María, veo a mi Dios, a mi Madre Iglesia y a mi Cristo. Y cuando miro a la Iglesia, contemplo el rostro de Dios en su trinidad de personas, que en su faz hermosa se me muestra y en su vivir eterno se me da; y contemplo a Cristo y a María, que, en donación de amor, por mi Iglesia, me dan la vida eterna del Infinito.

¡Ay Iglesia mía…!, si yo desvarío de tanto quererte cantar sin poder…; si yo desvarío de tanto querer decir tu misterio y no saber…

Un solo plan divino mi alma sabe, y es que Dios, cuando quiso expresarme su vida eterna, dándomela en participación y en comunicación, dijo por su Verbo lo que era; y en su decir, el eco se desdobló en la humanidad de Cristo y en María, y, en una sola voz, fue dicho en mi Iglesia.

Iglesia mía, ¡qué hermosa eres…! Es por ti por lo que mi alma, puesta en oración, mediante los sacramentos y dones recibidos, puede escuchar, atender y vivir todo este secreto eterno que el Verbo, a través de María, ha depositado en tu seno. Por eso, hijo querido, minero en el seno de la Iglesia, adéntrate en su misterio para penetrar en la riqueza que, dentro de esta santa Madre, se encierra.

Es la Iglesia la que, mediante el bautismo, llena la capacidad que Dios puso en ti para ser hijo suyo. Es el bautismo la puerta que te introduce en el seno de tu Padre Dios y te hace partícipe de la Familia Divina, mediante la unción de la divinidad, que, al caer sobre ti, te hace tener un sacerdocio místico, recibido del Sumo y Eterno Sacerdote y que, por tu filiación divina, has de vivir en su máxima perfección.

¡Si supieras, hijo querido, el gran misterio que la Divinidad te comunica el día en que, por medio de la Iglesia, pasas a ser hijo de Dios y heredero de su gloria…! La Trinidad eterna, en su virginidad oculta y misteriosa, se derrama hacia ti, de forma que las tres divinas Personas, morando en tu interior, son el Eterno Viviente en tu alma pequeñina de cristiano.

El día del bautismo, inconscientemente por tu parte, tuvo lugar el gran encuentro de Dios y tu alma: el Espíritu Santo, en unión del Padre y del Hijo, te unge con su unción sagrada y tu alma queda repleta de divinidad. ¡Es el gran momento de tu consagración! ¡El gran momento de tu existencia…! Mediante él, tú pasas a ser hijo de Dios y entras en una comunicación familiar con el Eterno Viviente, dentro de ti, en sus Tres; eres ungido con un sacerdocio místico, pero vivo, que te hace ser, con Cristo, mediador, intercesor y comunicador de la vida divina a los hombres; ya que las tres divinas Personas, en donación amorosa, se han derramado sobre tu alma, tal vez inconsciente, mediante la unción de la divinidad, que, en ese mismo instante, injertándote en Cristo, te ha hecho participar del Sumo y Eterno Sacerdote y te da un sacerdocio místico maravilloso. Donación, regalo y don que el Amor Infinito comunica a tu alma mediante su Esposa la Iglesia, la cual, como Madre, te ha hecho tan hermoso el día de tu bautismo, a ti, cualquiera que seas, que has pasado a ser hijo de Dios y heredero de las divinas Personas.

¡Hijo de Dios…! No sé, alma querida, si has penetrado alguna vez lo que el Verbo, el Unigénito del Padre, hace en el seno de la Trinidad. No sé si sabes lo que es ser hijo de Dios, porque para saberlo hay que penetrar en el misterio grande de la Familia Divina, saber lo que hace el Padre amando al Hijo, mirar lo que hace el Hijo amando al Padre, en tal fusión amorosa, en tal amor coeterno, tan estrecho y tan infinito, que un solo amor los dos tienen; que en unión estrechísima, por perfección de su mismo amor unitivo, el Padre y el Hijo, en su abrazo apretado, viven en comunión con el Espíritu Santo, Amor personal de la unión perfecta y amorosa de ambos. ¡Tanto, tanto, tanto…!, tan estrecho y tan hondo es el abrazo simultáneo y profundo, íntimo y sabroso, que se dan mis divinas Personas en su amor paternal y filial, que el Fruto sabroso, amoroso y perfecto de ese amor es una Persona tan perfecta, eterna e infinita como el amor que se tienen el Padre y el Verbo.

Así ama Dios en su seno; así se ama Dios en su entraña; así ama el Padre a su Hijo; así ama el Verbo al Padre, ¡así ama Dios…!, siendo tan perfecto en su Amor, como es Padre y es Hijo. Dios se es Tres en su seno para ser feliz, perfecto y fecundo como Él, en su ser y en sus personas, necesita y se merece.

Anda, hijo de Dios, tú que fuiste ungido por la Divinidad el día de tu bautismo, tú que tienes sobre ti la unción sagrada y eres templo y morada del Altísimo, vive el gran misterio que en ti se obra, corresponde a la Trinidad con tu amor, ya que el día de tu unción tan inconscientemente lo recibiste. Responde hoy al don del bautismo que cayó sobre ti cuando no tenías libertad para responder.

¿Eres hijo de Dios? Vive como tal, comunícate con la Familia Divina, recibe en ti su misterio y tórnale tu amor, ése que, en el Espíritu Santo, tú tienes a Dios cuando amas. Tu vida, por tu incorporación al Cuerpo Místico de Cristo, es más divina que humana.

Es la Iglesia la que, con corazón de Madre, te ha metido a participar en el secreto hondo, en la médula profunda de tu Padre Dios. Llama a Dios ¡Padre!, y así vive lo que eres. Pero vive lo que le llamas, sé buen hijo de tu Padre Dios, agradece el gran beneficio de tu filiación divina, aprovéchate de los tesoros que en el seno de la Iglesia Madre se encierran.

No olvides nunca, cristiano, cualquiera que seas, que no hay vocación como tu vocación, no hay llamamiento como el tuyo, no hay predilección tan grande como la que el Eterno tuvo contigo el día en que, por medio de tu Iglesia Católica, Apostólica y Romana, te hizo hijo suyo y te incorporó en el gran misterio del Cristo Total.

Eres cristiano y eres Cristo, eres hijo de Dios y participas de la vida divina, estando destinado a vivir en comunicación con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo. Todo lo que Dios tiene por naturaleza, tú lo tienes por regalo gratuito que, a través de tu Iglesia, Él te ha dado para que lo vivas en participación plena y felicísima como verdadero hijo.

Todos los dones que el Señor derrame durante toda tu vida sobre tu alma son secundarios, consecuencia de éste y con relación a él. Es éste el que te hizo hijo del Infinito, el que te encajó en el plan divino; ya que, desencajado por el pecado original, no podías entrar en la región de los hijos de Dios.

María, tu nueva Madre, la Eva salvadora, es el medio que Dios se escogió para darse a tu alma, por Cristo, con corazón de Madre.

¡Todo son regalos para el hijo de Dios! La misma Iglesia, Cristo y María son regalos que el Amor Infinito ha dado a tu alma para que, por ellos, pudieras entrar a participar en el festín infinito y gozoso de tu Padre Dios.

Has visto lo que hace el Verbo en el seno del Padre: recibir todo lo que Él es y tornárselo en una entrega total de amor eterno. El Padre también a ti, hijo querido, miembro de mi Iglesia mía, te da toda su vida, te regala a su Verbo, te abrasa en el Amor del Espíritu Santo. El Verbo se entrega por ti, dichoso, en una destrucción de su naturaleza humana, en una muerte ignominiosa, en una crucifixión amorosa para cantarte, envuelto en su misma sangre, cubierto con el manto real de su divinidad, su amor infinito. El Espíritu Santo abrasa a las divinas Personas en amor a ti.

Los Tres se te dan para que tú te des. Los Tres se te entregan para que tú te entregues. Mira cómo se te dan, y entrégate tú a Dios, como Dios se entrega a ti.

Es la cruz el sello que te señaló al hacerte cristiano, es la bandera que te conducirá a la Eternidad, es el camino que el Verbo escogió para ir al Padre acompañado de ti. Lánzate en busca del Amor eterno, entrégate sin reservas.

Pero mira, ya que has de vivir de la misma vida de Dios, haciendo con el Padre lo que Él hace, correspondiendo con el Verbo como lo hace el Hijo y amando en el mismo fuego del Espíritu Santo, no olvides que el mismo Amor que a ti te ungió quiso que, mediante la Encarnación del Verbo, se hiciese su donación al hombre, de tal forma que Dios, siendo hombre, retornara al seno del Padre acompañado de una legión de cautivos.

Eres cristiano, tienes tu sacerdocio místico, estás ungido de la divinidad, has pasado a participar de la Familia Divina; pero también a ti una legión de cautivos te espera para que los lleves tras de ti a las regiones del Amor. No creas que irás solo al festín divino de la Familia Eterna. El sacerdote, a imitación del Sumo y Eterno Sacerdote, ha de ir acompañado de la legión de almas que, por su sacerdocio místico u oficial, el Señor le encomendó.

Eres miembro del Cuerpo Místico de Cristo; no vivas solo, porque Dios te creó para vivir en familia. Todos los fieles forman la gran comunidad de los hijos de Dios, que unidos trabajarán en la Viña del Señor, para hacer participar a cuantas almas puedan de esa misma vida divina que ellos tienen mediante el gran sacramento del bautismo.

Hijo querido, no sé si eres sacerdote oficial o tienes sólo tu sacerdocio místico. Sea el que fuere tu sacerdocio, vívelo con la responsabilidad que ello supone.

Porque si, además de haber sido bautizado, has sido escogido, predestinado y ungido nuevamente con la unción de la divinidad para hacerte sacerdote oficial dentro del Cuerpo Místico de la Iglesia, ¿qué es tu sacerdocio…?, ¿cuál tu misión…?, ¿cómo has de ponerte ante la Santidad Infinita a recibir su unción sagrada, a participar de su vida divina, a recoger su mensaje eterno para comunicarlo a todas aquellas almas que, siendo sacerdotes por el bautismo, no viven ni saben su sacerdocio, porque tú no se lo enseñas ni les haces participar, en correspondencia recíproca al Señor, de la grandeza de su unción sacerdotal…?

¿Cómo te llamarás padre, si no das vida…? Y ¿cómo darás vida, si no vives tu sacerdocio, que es estar «entre el vestíbulo y el altar», recibiendo la vida divina con el Sumo y Eterno Sacerdote y comunicándola a la gran Familia de los cristianos?

¡Gran obra ha encomendado el Señor a nuestras almas! Hay que recalentar, revivificar y rejuvenecer, como decía nuestro queridísimo Papa Juan XXIII, la hermosura, la vida y la riqueza, un tanto olvidada, de la Madre Iglesia. Hay que mostrar a las almas su faz serena, hay que cantar a sus hijos su hermosura, hay que desentrañar su mina profunda, para sacar todos los tesoros increados y creados que en ella se encierran. Pero no olvides que esta vocación más la llenarás viviendo que actuando, más muriendo que triunfando, ya que la fecundidad del apostolado está en la participación de la vida divina que hay que dar a los hijos de Dios.

Tu vocación es hacer que los cristianos vivan lo que son, entren en comunicación con las divinas Personas, penetren en el alma de Cristo, se profundicen en el seno de María y, haciéndose una cosa con ella, corran por el seno de la Iglesia Madre para vivir de todos los dones que en ella se encierran.

Tu vocación es también buscar almas que sean Iglesia, para que vivan de la felicidad que, mediante ella, por el bautismo, se nos comunica.

«Obra de la Iglesia», procura por todos los medios que los hijos de Dios vivan su filiación divina. Muéstrales, como puedas, los grandes misterios que en su alma se encierran, y corre donde los hombres te llamen, para hacer hijos de Dios a los que todavía no lo son.

Trabaja para que los cristianos vivan su cristianismo en abundancia, en la incorporación felicísima al Cuerpo Místico, donde todos los creyentes se comunican los bienes de su Padre Dios para santificación, perdón, recuperación y santidad de todos los miembros de la comunidad cristiana.

Busca almas que entren en esta gran Familia, para que, con todas las almas del mundo, todas las criaturas creadas con capacidad de vivir de Dios, se haga un solo Rebaño y un solo Pastor, con su entrada en la gran comunidad de los creyentes.

¡Que vengan…!, ¡que vengan a mi Iglesia mía los que quieran llenarse de divinidad! ¡Que vengan a mi Iglesia santa todos los que necesiten vivir del Infinito…!, que a esta santa Madre se le revienta su seno en amor maternal y en expresión de divinidad.

¡Que vengan…!, porque el que rechaza estos tesoros que la Madre Iglesia le ofrece y que en su seno se encierran, se expone a perder para siempre la felicidad, la alegría, la santidad y el amor que la Familia Divina, por medio de la Iglesia, quiso comunicarle.

¡A ver si hay una madre que dé tal vida a sus hijos, que solamente en el día de su bautismo, que es su nacimiento a esta familia cristiana, les dé tal vida que los haga hijos de Dios y llene sus almas de divinidad…!

¡A ver si hay una madre como mi Madre Iglesia, que solamente con darnos su nombre, nos hace vivir del Infinito…!

¡A ver si hay una madre que, simplemente por ser madre nuestra, nos haga hijos de Dios…!

¡Este es el secreto que la Iglesia santa tiene en su seno: hacer dioses e hijos del Altísimo a todos sobre los que, con derecho de Madre, hace recaer la unción sagrada de la divinidad…!

Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

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