EL MISTERIO DE CRISTO

Separata del libro: “FRUTOS DE ORACIÓN. Retazos de un diario”

Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

564. Experimento con el misterio de Cristo como con el de la Eternidad, que, mientras más la conozco, menos la puedo expresar por la simplicidad perfectísima, subsistente y divina de su realidad. (24-10-74)

565. El que vive del Espíritu Santo es llevado a María, y Ella le muestra en su seno el secreto de la Encarnación, donde el Padre dice al hombre su vida, por su Hijo, en la virginidad maternal de la Señora. (22-12-74)

566. Cuando Dios me quiso decir su gozo infinito, el Verbo se hizo carne y, a través de María, me lo deletreó en mi Iglesia santa con corazón de Padre y amor de Espíritu Santo. (25-9-63)

567. ¡Qué grande es que Dios, que por su capacidad infinita no puede ser más que Dios, se haga Hombre…! ¡Y qué grande es que el hombre pase a ser Dios! ¡Misterio incomprensible de amor infinito! (7-3-67)

568. La Encarnación es el romance de amor de Dios al hombre que se escribió en las purísimas entrañas de María. (12-9-63)

569. ¡Día de la Encarnación…! Día eminentemente sacerdotal, de acción de gracias y de anonadación, porque Dios hizo lo inimaginable e incomprensible para la mente humana por amor a sí mismo y a los hombres. ¡Misterio de ternura indecible y de esplendor infinito, de sencillez escalofriante y de majestad soberana!, ante el cual sólo cabe adorar temblando de amor y respeto. ¡Día de la Encarnación: Dios es Hombre, y el Hombre es Dios! (4-4-75)

570. El Verbo Encarnado abarca, en la realidad de sus dos naturalezas, la Eternidad y el tiempo, la divinidad y la humanidad, la criatura y el Creador, en una unión tan perfecta que, siendo Él en sí el Cielo y la tierra, no tiene más persona que la divina. (15-10-74)

571. Cristo es tan sumamente maravilloso, que Él mismo es la Unción y el Ungido; la Unción en cuanto Dios, y el Ungido en cuanto hombre, teniéndolo todo realizado en sí por la plenitud exuberante y trascendente de la Encarnación. (15-10-74)

572. Jesús es la perfección consumada del Plan de Dios, anunciado a Abraham, padre de todas las naciones, y proclamado por los Santos Profetas del Antiguo Testamento, en la manifestación del Amor Infinito hacia el hombre y en la respuesta del mismo Amor Infinito, hecho hombre, hacia Dios. (15-10-74)

573. En el misterio de la Encarnación están recopilados todos los misterios de la vida de Cristo, porque encierra en sí la donación de Dios al hombre y la injerción del hombre en Dios; siendo manifestada y consumada esa donación mediante la vida, muerte y resurrección de Cristo, según la voluntad del Padre, bajo el impulso y el amor del Espíritu Santo. (12-1-67)

574. La Encarnación es el acto amoroso de Dios, lleno de compasión y misericordia infinita, derramándose sobre el hombre en el seno de la Virgen con voluntad redentora. (27-3-62)

575. Gracias, Señor, porque te hiciste Hombre y, por ello, eres capaz de sufrir, morir, resucitar e, incluso, quedarte durante todos los tiempos en la Eucaristía, prolongando todo el misterio de la donación de tu amor en la Iglesia por medio del sacerdocio. (4-4-75)

576. Como el sacerdocio es unión de Dios con el hombre, Cristo, que es en sí mismo esa Unión, contiene la plenitud del sacerdocio. (25-10-74)

577. Jesús es, por intrínseca propiedad, el Sumo y Eterno Sacerdote, porque es en sí Dios y hombre, con la posibilidad infinita que Dios se es y se tiene, y con la posibilidad máxima que el hombre es y puede ser. (25-10-74)

578. Cuando Dios quiere unir a los hombres consigo, se hace Hombre y, así, Él mismo es la UNIÓN del hombre con Dios, ya que en Cristo está el Padre con el Espíritu Santo, y en Él están también todos los hombres; los cuales pasan a vivir con la Familia Divina por medio del misterio pascual, que tuvo su principio en el momento de la Encarnación; realizándose este misterio en el seno de María, donde el alma-Iglesia, por su injerción en Cristo, queda penetrada de Divinidad. (19-9-66)

579. ¡Silencio…! que se está celebrando la primera Misa en las entrañas virginales de María mediante la unión hipostática del Hombre-Dios. (25-3-61)

580. Es tan excelente la Santidad infinita de Dios, que, al ser ultrajada, no había posibilidad en la criatura para repararla dignamente; y Dios mismo, al encarnarse, se hace Respuesta infinita de reparación, que resarce y adora su santidad. (16-10-74)

581. ¡Qué alegría que, aunque todos los hombres le dijéramos a Dios que «no», Él se hizo su Hombre, y Éste fue tan rico, que su «sí» superó infinitamente los «no» de toda la humanidad! (19-1-67)

582. En el instante de la Encarnación, el alma de Cristo, por la grandeza de su perfección, fue capaz de vivir, contener y abarcar en la experiencia saboreable o dolorosa de su ser, toda su postura sacerdotal de recepción del Infinito y de respuesta, en retornación, al mismo Infinito; de receptor de la donación de Dios para todos los hombres y de recopilador de todos ellos en sí, siendo la respuesta de todo lo creado ante la infinita Santidad. (15-9-74)

583. La plenitud del Sacerdocio del Hombre-Dios, le hace ser la Adoración perfecta, la Respuesta que, en victimación sangrienta, satisface adecuadamente a la santidad de Dios ofendida, y el derramamiento de la infinita misericordia; la Unción y el Ungido; la Divinidad y la Humanidad; la Santidad infinita y el Recopilador de los pecados de todos los hombres. (25-10-74)

584. La primera postura sacerdotal de Cristo se manifestó principalmente recibiendo a Dios en la Encarnación; la segunda, respondiéndole en su vida privada; la tercera, dándonos a todos la vida en su inmolación; y la cuarta, en su resurrección, llevándonos con Él a la vida nueva; aunque en todos y en cada uno de los momentos de su vida, Cristo vive las cuatro posturas de su Sacerdocio. (12-1-67)

585. La muerte de Jesús fue el supremo himno de adoración de la criatura que, ante el Creador, responde en manifestación cruenta de reparación diciendo al Dios tres veces Santo: Tú sólo eres el que te eres, y yo sólo soy por Ti, como hombre. Y al cargar con los pecados de todos, muero en reconocimiento de tu excelencia, y resucito en manifestación de que soy esa misma excelencia por mí mismo reparada. (16-10-74)

586. El Verbo Encarnado, durante su vida mortal, era el Cristo penante que vivía de Eternidad; y ahora es el Cristo glorioso y eterno que contiene también en su alma la tragedia de todos los tiempos. Y, por eso, en la plenitud de su Sacerdocio, es el Cristo Grande que encierra en sí el Cielo y la tierra, la Eternidad y el tiempo, la Divinidad y la humanidad; siéndose Él en sí mismo el Glorificado y el Glorificador, el Adorado y la Adoración, la Reparación y el Reparado. (4-4-75)

587. Jesús, en el Cielo, es la Adoración incruenta que, en retornación de amor, responde al Amor Infinito ultrajado por sus criaturas. (16-10-74)

588. Jesús, por su Sacerdocio, es la Adoración del Padre, que se prolonga y se prolongará por toda la Eternidad. Cuantos de alguna manera participamos de su Sacerdocio, deberíamos ser partícipes de esa actitud de adoración suya… ¡Mas de qué manera tan terriblemente inconscientes lo somos! Pero… ¡qué gozo que el Sumo y Eterno Sacerdote es más grande que todos los hombres juntos, y responde infinitamente a Dios, en adoración de respuesta amorosa, por Él y por todos nosotros! (15-10-74)

589. La vida divina es comunicación intratrinitaria, por lo que Dios, cuando se da hacia fuera, espera, por exigencia de su misma perfección, retornación perfecta; y éste es el gran misterio del «Cristo Total» que, en su Cabeza, como Dios, se da respuesta infinita a sí mismo unido a su Cuerpo Místico. (10-1-64)

590. En el Sacrificio del Altar, se nos da todo el compendio apretado del misterio del Hombre-Dios en su vida, muerte y resurrección; se nos hace vivir a nosotros también ese Sacrificio junto a Jesús, por Él y en Él para la gloria del Padre y bien de todos los hombres, perpetuándosenos en la Eucaristía la presencia real de Cristo con todo cuanto es, vive y manifiesta. (15-9-74)

591. Sólo en la luz del Espíritu Santo, es descubierto el verdadero misterio del Dios-Hombre en la trascendente plenitud de su Sacerdocio; por eso, quien pierde el contacto con Dios, en las tinieblas de su sabiduría humana, sólo descubre en Cristo su humanidad y, relacionándolo consigo mismo, lo desfigura. (18-4-69)

 

 

592. Dios se hizo una naturaleza humana para encarnarse, y tan perfecta fue por voluntad del mismo Dios, que no tuvo ni pudo tener más persona que la divina. (23-9-63)

593. No necesitó la naturaleza humana de Jesús persona humana para ser perfecta, porque fue creada para unirse a la divina en el Verbo. (23-9-63)

594. Si la naturaleza humana de Jesús hubiera tenido que tener persona humana para ser perfecta, no se hubiera podido encarnar el Verbo en ella. (23-9-63)

595. Dios se derrama tan pletóricamente sobre la humanidad de Cristo en unción sagrada, que toda esta humanidad, adhiriéndose a la Divinidad, puede decir por su persona divina: «Yo soy el que Soy». (15-10-74)

596. Cuando miro al Verbo Encarnado como Dios, veo en Él toda la perfección infinita de la divinidad; y cuando le miro como hombre, le veo recopilación perfecta de toda la humanidad. (15-10-74)

597. La perfección de Cristo es tan rica, que es capaz de abarcar, no sólo por ser Dios en su naturaleza divina, sino por ser hombre en la perfección y por la perfección de su naturaleza humana, a toda la creación con todas sus criaturas, tiempos y circunstancias, siendo Él, misteriosamente, el compendio apretado de toda ella. (15-10-74)

598. Jesús posee la penetración completa y abarcada de todas las cosas en su hondura, anchura y largura, por ser más grande y perfecto que todas ellas en su naturaleza humana. (26-10-74)

599. Jesús es la sabiduría eterna del Padre en Expresión cantora; es la Luz del Resplandor eterno; es el todo infinito de Dios en deletreo amoroso de conversación divina y humana; por lo que, cuando estoy con Él, estoy ante la contención apretada que encierra en sí cuanto es el que Se Es, y cuanto es toda la creación. (14-9-74)

600. Mi alma está impregnada de luz sencilla y profunda sobre el misterio del Verbo Encarnado, poseedor, enseñoreador y abarcador del tiempo y de la distancia, para vivir con todos y cada uno de sus hijos en todos los siglos, y para hacer que, el alma-Iglesia, iluminada por la fe y la caridad del Espíritu Santo, le viva real, aunque misteriosamente, en cada uno de los momentos de su vida. (24-10-74)

601. Para la perfección del alma de Cristo no existe el tiempo en cuanto que su misterio se realiza en favor de todos los hombres de todos los tiempos. (15-10-74)

602. Es lo mismo decir que Jesús vivió treinta y tres años y los hizo extensivos a todos los tiempos, que decir que vivió todos los tiempos y los redujo visiblemente a treinta y tres años. Estos treinta y tres años fueron la manifestación, ante los hombres, de la realidad abarcadora de toda la creación y de todos los siglos que Él era. (15-10-74)

603. La vida de Jesús es tan grande en inmensidad, abarcación, largura y anchura, que sobrepasa el tiempo y la distancia. Y, siendo el Cristo Grande, vive en todos los tiempos y para todos ellos; por lo que, en cualquier tiempo, se le puede vivir en la donación comunicativa de su misterio. (24-10-74)

604. Cristo, durante sus treinta y tres años, vivió realmente mi vida, cargando con los pecados que yo cometería después de veinte siglos, y presentándose con ellos ante el Padre como realidad presente. Yo también, cuando injertada en Él, me presento ante el Padre, no me presento con un Cristo de recuerdo, sino con el Cristo viviente que en el seno de la Iglesia, a mí me hace vivir con Él, en mi tiempo, toda su realidad. Cristo vivió conmigo y yo vivo con Él. (15-9-74)

605. Por la perfección de su ser, el Sumo y Eterno Sacerdote, fue capaz de contener a todos los hombres en la inmensidad de su abarcación, y es capaz de vivir, a través de la Iglesia y por medio de la Liturgia, con y para todos ellos. Por eso es posible que todos los hombres, en su tiempo, vivan de su misterio. (15-10-74)

606. Jesús me une a Él por el misterio de la Encarnación, en su tiempo, y se une a mí, en el mío, a través del bautismo; al quedar injertada en Él, paso a ser miembro de su Cuerpo, del que Él es Cabeza, desapareciendo los impedimentos del tiempo para vivir la realidad del Sumo y Eterno Sacerdote en la plenitud de cuanto es, vive y manifiesta. (15-9-74)

607. Cuando yo me uno al Verbo Encarnado, por mi injerción en Él, me uno también con el Padre y el Espíritu Santo, pasando a vivir su misma vida, por participación, y siendo ellos UNO en mí –no uno conmigo–; en esa misma injerción me uno con los hombres de todos los tiempos y ellos conmigo, siendo todos uno en Cristo, y, por Él, entre nosotros, viviendo todos unidos con y en la Familia Divina. (13-7-66)

608. El tiempo y la distancia son como un monstruo gigantesco que intenta ponerse entre Cristo y nosotros para separarnos. Pero ¿cómo podrá ser esto si nuestro espíritu vive porque es miembro de Cristo y está vitalmente unido a Él? (15-10-74)

609. El día que el Verbo Encarnado me injertó en Él, quitó misteriosamente entre Él y yo la distancia y el tiempo. Él empezó a ser mi Cabeza y yo miembro de su Cuerpo. (15-10-74)

610. Yo me río del fantasma del tiempo, que aparece como separador del misterio de Cristo con nosotros. (24-10-74)

611. Mi vida de fe, esperanza y caridad, me quita la dimensión del tiempo, él es más pequeñito que yo, tanto que para mi alma-Iglesia no existen sus distancias y fronteras. (24-10-74)

612. La vida de fe, esperanza y caridad es más grande y extensiva que la distancia y el tiempo. Y no es que Jesús venga a mi tiempo o yo al suyo, no; es que, por el misterio de la Iglesia, Él abarca todos los tiempos y durante todos los tiempos, por lo que Jesús está conmigo y yo estoy con Él realmente, aunque bajo el misterio. (26-10-74)

613. El Verbo Encarnado es más antiguo, más duradero y más amplio que todos los tiempos, y yo estoy injertada en Él directamente como miembro de su mismo cuerpo; por lo tanto, viviendo de su realidad tal cual es, y saciándome de los manantiales que brotan de su pecho bendito, transciendo los tiempos y me hundo en la Eternidad. (1 5-10-74)

614. Como Cristo es la contención de todos los tiempos y la abarcación de la creación, Él es la frontera con la Eternidad y la misma Eternidad sin fronteras, por ser Dios y hombre. (29-10-70)

615. La más perfecta imagen, como criatura, de la perfección infinita, es Jesús en cuanto vive y hace; y por ello, es capaz de contener en sí todo el plan de Dios terminado y acabado. (25-10-74)

616. El Verbo vino a comunicarnos el gran mensaje divino, y éste nos lo dijo en la Encarnación, Belén, Nazaret…, en su predicación y en la crucifixión; y nos lo sigue comunicando en la Iglesia durante todos los tiempos por la Liturgia, y también en la intimidad del alma y en la oración, junto a la Eucaristía, donde en romance de amor silencioso nos dice El que Es su amor infinito como Palabra eterna del Padre. (1-2-64)

617. ¡Emmanuel…!, clamaban en el Antiguo Testamento los profetas. ¡Emmanuel…!, clamaba María en su oración amorosa de sólo Dios. ¡Emmanuel…!, clama la Iglesia, vestida de luto por sus hijos pródigos. «Dios con nosotros», clamamos las almas que buscamos al Amor. (6-12-59)

618. En el silencio del misterio infinito se descorrió el velo del Sancta Sanctórum; y, en pronunciación sapiental de amorosa Sabiduría, el Padre dijo su Palabra en el seno de Nuestra Señora, por el arrullo del Espíritu Santo; el cual la besó tan fecundamente, que la hizo romper en Maternidad divina. Y desde este instante la Virgen ya es Madre, y Madre de Dios; y Dios ya es Hijo de la Virgen Madre, para que ésta, en manifestación del querer divino, nos lo entregara en la noche sagrada de Belén, llena de amor y ternura. (Navidad de 1974)

619. En el silencio de la noche y de la incomprensión se dijo el Amor. (4-12-64)

620. Misterio de inédita ternura en secreto sagrado de profunda adoración: la Virgen rompe en Madre en los albores de la noche, por el Hálito infinito… Romance trascendente de silencio: el Sol de las alturas se encarnó, cubriendo con un Manto Inmaculado su luz centelleante… Expectación adorante de María: ¡Dios hecho Niño sólo por amor…! (Navidad 1973)

621. En la noche fría de Belén, cubierta y cercada, como hoy, por la nube de la confusión, alumbró Nuestra Señora de los Soles del Espíritu Santo, dando a los hombres la Luz infinita, que, fluyendo del seno del Padre en Palabra sapiental, nos dijo en claridades refulgentes de santidad el Secreto del Amor. Misterio de Vida que los hombres no reciben, porque «se cavaron cisternas, y cisternas rotas», rechazando el «Manantial» eterno de las infinitas perfecciones. (Navidad 1976)

622. Cuando el mundo estaba en tinieblas y el silencio envolvía a la tierra, se hizo la Luz… (4-12-64)

623. El seno de María se abre; los Ángeles adoran gozosos; los hombres no saben; José, atónito y tembloroso, adora… ¡Dios nace…! (8-12-59)

624. ¿Por qué adoras, María…? ¿Por qué tiemblas, José…? ¿Por qué cantan los ángeles…? ¡«Emmanuel»! (8-12-59)

625. ¡Qué «frío» hacía en Belén la noche que nació Jesús…! Pero ¡qué «calor» sentía el Niño Dios en los brazos acogedores de su Madre…! El corazón de María le sabía a Jesús a divinidad. (19-12-74)

626. En el Portal, María, José, los Ángeles, los pastores, en silencio, atónitos, adoran al Dios hecho Hombre; en la ciudad, alocados en ruidos, los hombres corren a la perdición; ¡no saben de Dios!, ¡no saben de Vida!, ¡no saben de Amor…! (27-12-59)

627. No había lugar en la posada para ellos… No había posada en nuestro corazón para Jesús… Y por eso, al contacto del relente frío de la noche, Jesús tembló en la desabrida soledad de un establo, buscando entre los hombres quien le consolara, y no le halló. (22-4-75)

628. En la noche de Belén, la Virgen María puso a Jesús en el pesebre, porque Dios «vino a los suyos, y éstos no le recibieron…». ¡Misterio del amor infinito de Dios al hombre, y del desamor del hombre a Dios! (11-12-73)

629. El Verbo del Padre, impulsado por el Espíritu Santo, en un pesebre nos canta su amor. ¡Silencio, adoración, que en un pesebre Dios llora! (4-12-64)

630. En el misterio trascendente de Belén, Dios hecho Niño se nos da con apariencias sencillas en Cántico infinito de amor eterno, y nos pide recepción sincera en apertura incondicional a su estancia entre nosotros. (11-12-73)

631. ¡Qué bien se está en el portal de Belén con María, esperando que su maternidad me dé la Vida…! ¡Qué bien se está en el Portal, esperando que la Luz brille en las tinieblas y llene nuestras almas…! (24-12-63)

632. Hazte pequeño, extiende tus brazos y, levantados en alto, ejerce tu sacerdocio, orando «entre el vestíbulo y el altar», para comunicar a las almas la misión que el Niño Jesús quiere decirte a ti al pie del pesebre. (6-1-64)

633. Jesús, quiero recibirte con toda la ternura y cariño de mi corazón, en respuesta amorosa, para que Tú descanses y sonrías en la noche cargada de misterio de Belén; con el único deseo de que encuentres en la tierra del desamor, consuelo a tu tierno pecho dolorido. (19-12-74)

 

634. Para saber el secreto de Cristo, hay que entrar dentro de Él y allí aprenderle. (31-1-67)

635. Escucha al Señor y aprende así a vivir de Él, siendo descanso para su alma, reseca por el dolor de la incomprensión. (1-2-64)

636. El Verbo Encarnado vivía en cada momento de su vida en una victimación ofrecida en amor y dolor (11-11-59)

637. ¡Qué terrible es la contención del misterio de la redención, que le hacía a Jesús vivir, en un mismo instante, con Dios en una dimensión incomprensible, y con todos los hombres en entrega de amor, en necesidad de respuesta, y en negativa de ingratitud por parte de ellos! (22-9-74)

638. En mi pequeñez, experimento algo de la amargura que experimentaría Jesús en «la hora del poder de las tinieblas»… ¡Qué misterio tan terrible y desolador el de su alma! ¡Sólo por el poder de Dios, que le sostenía en cada instante, pudo vivir treinta y tres años sin morir de amor y dolor en cada uno de los momentos de su vida! (11-12-74)

639. Jesús, ¡qué dolor hay en tu alma! Cada uno de nosotros es una herida en la dimensión de la capacidad de tu amor. ¡Cómo he comprendido hoy lo que supuso cada uno de los momentos de tu vida! ¡Qué grandeza!, ¡qué nostalgia de los que amabas!, ¡qué soledad de todos ellos! (19-9-74)

640. ¿Es posible que Tú hayas pasado este momento de tanto dolor para mí, lo hayas sufrido conmigo, comprendiéndome totalmente…? ¡Gracias, Jesús! (21-10-59)

641. Largos son los días del destierro, duros para el alma enamorada que tiene que ver ultrajado al Amor Infinito por aquellos que, sólo por amor y para que le amaran los creó, los redimió y los destinó a entrar con Él en el gozo infinito de su eterno convite; pero que ellos, en la locura de su terrible insensatez, una y mil veces le dicen que no. (9-4-75)

642. Buscando al Amado, me encontré con Él y le dije: —Amor, ¿por qué sufres? –Por falta de amor a mi amor. (16-3-63)

643. —¿Qué tienes, Cancionero de mi Trinidad una…? –¡Dolor por serme la Canción no recibida! (11-11-59)

644. —¿Qué tienes, Amor…? –¡Que me ha herido el desamor por ser desconocido! (11-11-59)

645. —¿Qué tienes, mi Dios…? –¡Dolor de amor al verme despreciado por los míos! (11-11-59)

646. ¡Qué triste está Jesús el Jueves y Viernes Santo, porque no hemos entrado en la hondura profunda de su soledad amarga! (26-3-64)

647. Hoy todos hablan de los marginados… Pero ¿quién se acuerda del Amor Eterno, marginado, desconocido, olvidado y hasta despreciado y ultrajado? ¡No hay lugar para pensar en Él! El hombre insensato olvidó al Amor y lo marginó. (25-5-78)

648. Quisiera cantar al Amor de los amores. Yole conozco y por eso le amo. ¡Si los hombres le conocieran, irresistiblemente se lanzarían a amarle! Pues Él, y sólo Él, es el único bien capaz de llenar todas las exigencias del corazón, creado para engolfarse en la posesión del que todo lo es en la perfección divina de su Ser. (25-5-78)

649. Jesús es el más amado de los hijos de los hombres, por ser el más amante; y el más bien amado, por ser el más buen Amador. (20-7-77)

650. La mirada de Jesús es secreto de eterno misterio que invita al silencio, donde Él se nos dice en amor. (17-7-75)

651. ¡Son tan dulces tus ojos serenos, tan penetrante el palpitar de tu pecho, tan inmenso el poder de tu paso…! (17-7-75)

652. Quiero mirarte como Tú me miras. ¡Qué dulce es amar al Amor en respuesta de amor a su don! (30-9-75)

653. ¡Qué bueno es apoyar la cabeza en el pecho de Cristo y, descansando en Él, darle así descanso! (1-2-64)

654. Descansa sólo en el Amor y así le darás descanso. Búscale descanso en tu alma y almas que le hagan descansar. (26-3-64)

655. El Señor quiere que le escuches para decirte y darte su secreto de amor infinito y, como consecuencia de esto, abrir en ti sed de almas. (1-2-64)

656. Señor, los que te consuelan en medio de tu desolación son los que sólo buscan consolarte a ti aun a costa de su crucifixión. (28-11-59)

657. ¡Qué fieles son las almas cuando las consuelas…! Y esas mismas, ¡qué infieles cuando, en la prueba, les pides consuelo! (28-11-59)

658. Porque pido amor puro de inmolación y olvido de sí, me vi solo, y «busqué quien me consolara y no lo hallé». (28-11-59)

659. Ya sé, Jesús mío, que el sitio donde se reposa para dormir es la propia casa; por eso, duerme en mí, aunque yo no experimente en mi vida más que el respirar de tu sueño, sabiendo así que te soy descanso en tu duro caminar. (20-3-62)

660. Señor, ¿estás cansado?, ¿no tienes dónde dormir?, ¿todos te piden fiestas…? Ven, Amado, duerme, que yo, velando tu sueño, no te despertaré, siendo en tu duro caminar un lecho donde reposes y encuentres tu descanso. (20-3-62)

661. El que ama sabe esperar que Jesús repose dormido en su alma; pero el que no sabe de amor, al primer sueño del Esposo, huye a buscar otros amores que no duerman. (20-3-62)

662. ¿Duerme Jesús en tu alma? Eres esposa de confianza cuando Él ha puesto en ti su descanso. (20-3-62)

663. Señor, te doy eso, y lo otro, y todo lo que me pidas; pero, ¡dime que te hago descansar! (26-3-64)

664. Jesús, si no soy consuelo para tu alma dolorida, muero de amor doloroso. (11-11-59)

665. ¡Qué duro es ver a Cristo tan solo y desconocido, tan amor y tan desamado…! Jesús, no queremos que estés tan herido por el desamor, y, por eso, con el Espíritu Santo y con Nuestra Señora, te amamos. (21-1-75)

666. Jesús mío, queremos amarte con la ternura de Nuestra Señora de Belén, el amparo del Padre y el fuego del Espíritu Santo. (22-12-74)

Separata del libro: “FRUTOS DE ORACIÓN. Retazos de un diario”

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