Escrito de la MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,

del día 17 de diciembre de  1981, titulado:

PARTÍCULAS PEQUEÑAS

Hasta ahora yo no supe, ¡oh Jesús de mis amores!, otra nueva maravilla de tu amor entre los hombres…

A la santa Eucaristía yo me acerco reverente, con temblores cada día, casi sin querer rozarte con mi boca entorpecida, pues conozco, en mi pobreza, las eternas perfecciones de tu excelsitud excelsa, en tus lumbreras divinas…

Con sorpresa hoy he sabido, que partículas se caen de las manos de tu ungido sin que nadie lo aperciba…: ¡diminutas…!, ¡tan pequeñas…!, que, aunque no quiera el que ama, como un beso, se le escapan, que Tú das desde tu alteza a mi bajeza, para besar este suelo con infinita clemencia…

Cual mendigo, Tú derramas mil perdones con la brisa de tu vuelo, al obrarse el gran portento del sublime Sacramento por la palabra amorosa, reprobable o temblorosa, de uno de tus elegidos que, en voluntad poderosa, fue por Ti mismo escogido…

¡Nada importa cómo sea el que consagre! para obrarse el gran prodigio de que el pan se torne en Ti y que en Sangre cambie el vino, ya que en tu amor has querido repletar, como Alimento, por medio de este portento, a cuantos quieran comerte con amor, con desprecio o con descuido…

Seguir leyendo...

Mas mi alma enamorada, ha quedado subyugada con ardores que recrujen en la hondura de mi pecho, al saber que partículas se caen, una vez que Tú has venido de la altura de los Cielos a la Hostia consagrada, que quedó transubstanciada por la eficacia que has puesto, a través del Sacramento, en la boca de tu ungido…

¡¿Que Tú caes, Jesús mío, desde el altar hasta el suelo…?! ¡¿Que te pierdes sin que nadie lo aperciba, y tal vez seas pisado, al quedar tan escondido y de todos olvidado…?!

¡Pueda ser, Jesús del alma, que también yo haya cruzado, a través de mis caminos, en ese ingente momento en que Tú te hayas caído, y mi pie, lleno de barro, sin saberlo, sobre Ti se haya posado…! Y Tú así me hayas besado, diciéndome de este modo tan humilde y tan sencillo, pero de tanta excelencia en tu excelso señorío, los amores de tu pecho: ¡de ese volcán encendido! que se abrasa en requemores por decirme de mil modos tus besares, tus ternuras, tus conquistas, tus cariños…

¡Qué sorpresa me ha causado, al saber, en tu sapiencia, esta nueva donación de tus designios sagrados…! ¡Manifestación potente! que, por serte Amor que puedes y por serte Amor que amas, en tu amor has conseguido, sin saberlo el que te ama, ser pisado, ¡y quién sabe si has llegado a ser, tal vez, escupido…!

Yo sé, mi Jesús bendito, que el donarte, en Ti, es olvido, ¡si en Ti cupiera olvidarte de la excelencia excelente de tu Seerte infinito y poseído…! Pues tu gloria fue entregarte, cuando, en tu eterno designio, determinaste salvarme, para llevarme a las bodas de tus festines divinos.

¡Nada me extraña de Ti! Pues lo que más aprendí de cuanto en mí has infundido, es saber que cuanto sé, nada es, si lo comparo con la plenitud pletórica de tu Seerte seído, teniendo en Ti el gran poder, en tu modo indefinido, de serte cuanto te eres, y hacer todo cuanto quieres manifestando hacia fuera los poderes escondidos desde los siglos eternos en tu volcán encendido.

Hoy te beso, como esposa enamorada, temblorosa y adorante, en el pasar de los siglos en todas esas partículas que al suelo se hayan caído; para decirte, en amores, las ternuras que de mi alma han surgido, al descubrir el misterio que a mi espíritu ha afligido en amores, para amarte con este nuevo matiz de mi corazón herido…

Yo te amaba en las alturas, y en el sagrario escondido después que, en el Sacramento, por las manos de tu ungido, te donabas por doquier en Alimento divino…

Te amaba en mi corazón, cuando te había recibido…; en el pecho de los hombres…; en el alma de mis hijos…; y reparaba amorosa y dolorida, del modo que yo podía, las grandes profanaciones que siempre se han cometido por los que no te descubren, al no haberte conocido.

¡Pero nunca, Esposo amado, yo te había acariciado dentro de la barahúnda de los hombres que, al pasar, habiéndote Tú caído, te pisaban, sin saber que obraban tal desatino…!

¡Son tan grandes tus amores y tan pequeños los míos, que no llego a comprender la esplendidez de este don, que en mi ser ha recrujido!

Mas, si ahora he descubierto esta nueva donación, ¡quedarán tantas maneras, sin que nunca se descubran, mientras moro en el destierro, a mi vivir reprimido…!

Hoy también quiero besarte, con mi pecho enternecido, en tantos y tantos modos que me son desconocidos, por la donación eterna de tu amor para conmigo…

¡Gracias por cuanto nos amas…!, ¡y en tantos modos distintos que tu excelencia infinita determinó realizar, al ser Amor que, pudiendo, manifestó sus amores, según la excelsa potencia de sus poderes divinos…!

Hoy te beso, Esposo amado, junto al sagrario escondido, con mi espíritu adorante y mi pecho enternecido, al sorprender ¡tantos modos!, tan sublimes y divinos, del amor con que nos amas por tu eterno poderío…

¡Venid, hijos de la Iglesia! ¡Besad a Jesús conmigo!; adoremos reverentes al Dios que al suelo ha caído; siendo una sola respuesta, como Él siempre me ha pedido, hacia su Don que se oculta en el sagrario, escondido…

Obra de Iglesia, ¡no tardes! Soy tu Madre… ¡Hoy te lo pido!

Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia

Tema extraído del opúsculo nº 10 de la Colección: “Luz en la noche. El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa».

Nota.- Para descargar el opúsculo completo para imprimir haz clic aquí.

Nota.- Para descargar el opúsculo completo para dispositivos electrónicos haz clic aquí.