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14-4-1960
Jueves Santo
«¡OH JERUSALÉN…!, ¡JERUSALÉN QUERIDA!»
Jesús «vino a los suyos, y estos no le recibieron», no le comprendieron, no le admitieron…
Jesús, filigrana del amor de Dios para con el hombre; Amor incomprendido, ultrajado, despreciado, Amor no recibido…
Jueves Santo… ¡Día de amor y dolor…!
¡Oh alma de Jesús, dolorida en lo más profundo, íntimo y hondo…, allí donde tus hijos están…!
Alma de Cristo incomprendida, lacerada por la espada más aguda: ¡la ingratitud…!
«¡Oh Jerusalén, Jerusalén…! ¡Cómo quise cobijarte como cobija la gallina a sus polluelos, y no quisiste…!».
Jesús, el que nunca se cansa de esperar ni amar…; Jesús bueno, despreciado, «el desecho de la plebe» y «el maldito…».
¡Día de amor y dolor, en el cual el Amor Infinito se nos da en comida y en bebida…! «¡¿Qué pude hacer por vosotros que no hiciera?!».
Dolor terrible del alma del Cristo… Herida profunda que laceraba lo más íntimo, lo más hondo, lo más sagrado y lo más profundo: ¡la ingratitud…!
Y Jesús, en sus largas horas de oración, orando al Padre, exclamaba: «¡Padre!, ¡y el mundo no te ha conocido…! ¡Ni te conocen a Ti, ni me conocen a mí…!».
Jesús, yo quiero hoy, con el Espíritu Santo, besar todos los repliegues profundos, íntimos y escondidos de tu alma, depositándome en amor que te sepa a esposa fiel… ¡Toda mi alma, un beso para consolar tu alma herida…!
Jueves Santo… ¡Qué dolor…!
Jesús, metida en tu seno, quiero penetrar en las profundidades profundas de la amargura amarga de tu dolor sangrante, recogiendo, como en una patena, toda tu tristeza amarga y terrible, para consolarte cantando contigo tu divino pregón…
¡Jesús, no estás solo ni incomprendido! ¡No sufras, que yo quiero, «levantando bandera de amor» y dolor, cantar con la Iglesia tu eterno pregón…!
Jesús… «Gusano, y no hombre», más aún en tu alma que en tu cuerpo… ¡Toda tu alma como un guiñapo…!, ¡deshecha…!
¡Jueves Santo…!
¡Jerusalén…! ¡Jerusalén…! ¿Qué hice yo contigo para que así me trates…? ¡Siempre amándote, cuidándote, protegiéndote…!
¡Ay Jerusalén, Jerusalén querida…!, ¡aún estás a tiempo…! ¡Anda, Jerusalén, recibe la Canción eterna del Amor Infinito…!
Jueves Santo… Día de soledad, de amargura, de tedio incomprensible…
María, unida a Cristo sin separarse un momento, atravesada con la misma espada que traspasaba el alma de Jesús, de su Hijo, de su Cristo, de su Dios…, hundida en el más profundo de los silencios…
«María guardaba su secreto», de dolor, casi infinito, «en lo profundo de su corazón».
María… ¡Mar amargo…! ¡Mar de dolor, de tristeza…! Consuelo para el corazón incomprendido y desamparado del Verbo de la Vida…
Yo quiero hoy, Madre Inmaculada, acurrucarme en tu seno maternal, para dar un beso en el alma de Jesús que le sepa a Ti… ¡Yo necesito besar a Jesús con un beso que le diga: protección, amparo, dulzura, calor de hogar!
Jesús, toda yo me siento dolorida con tu alma dolorida, y quiero depositarme en cada uno de esos matices casi infinitos del dolor que te produce el desamor de tus hijos, ahí, en ese punto fino en que cada uno de ellos te abofetea, en lo más profundo y sagrado de tu paternidad…
Hoy mi alma comprende un poquitín el dolor penetrante del alma de Cristo, porque sabe algo de incomprensión y desamparo…
¡Oh Amor Infinito…! ¡Corazón de Cristo! Todo Dios es paternidad infinita que, rompiendo en infinitos matices, se derrama a borbotones, por Cristo, para con los hombres…
Jesús, un Padre Dios que nos custodia «como a las niñas de sus ojos, bajo el amparo de sus alas»; un Padre que está reventando en sangre por nuestro amor…
La mayor muestra de amor de Cristo para con el hombre está en la Eucaristía…: «Esta noche quiero celebrar la Pascua con vosotros».
Jesús, rodeado de todos sus discípulos, está solo… Jesús sí que es el Solo, el incomprendido, abandonado, desamparado, ¡el desamado…! Jesús, ¡qué solo estás en la noche cargada de Getsemaní…!
¡Oh Amor…!, reventando por la boca del Verbo de la Vida, nos diste la máxima muestra de amor para con el hombre: «Mi Carne es verdadera comida, y mi Sangre es verdadera bebida»; «el que come mi Carne y bebe mi Sangre está en mí y Yo en él…».
Jesús, ¡qué dolor tan terrible para tu alma!: ¡El mismo Jueves Santo!, el día del amor, de la entrega en manos de tus hijos…, ¡un traidor!, ¡un Apóstol…!, ¡el primero que desgarra tu alma de Supremo Pastor…!
Toda la adorable Trinidad, derramándose paternalmente sobre el alma del Cristo para que Este la irradie a todos los hombres con corazón de Padre… Y el Cristo de la Vida, ¡chorreando en sangre por todos sus poros para cantarnos su amor infinito…!
¡Oh, qué terrible…!, ¡qué terrible…! ¡Cómo lo veo…! ¡Ya no puede más…! ¡Ya no puede más Jesús…! ¡Ya no puede más mi Jesús bueno…! ¡Ya no puede más…!, ¡está deshecho!: «¡Gusano que se arrastra, y no hombre, el desecho de la plebe y la mofa de cuantos le rodean!».
¡No conocemos a Dios…! ¡Si le conociéramos, y supiéramos cómo el Verbo de la Vida revienta en sangre para cantarnos su paternidad infinita…!:
«¡Padre, si es posible, pase de mí este cáliz…!», ¡este cáliz tan amarguísimo…!
¡Qué abandono el de Cristo…! ¡Qué terrible y espantosa soledad…!
¡Terrible soledad…! ¡Terrible soledad…!
¡Qué desamparo…! ¡Qué amargura…! ¡Qué tristeza…!
¡Oh, qué pavor…! ¡Qué miedo…! ¡Qué temblor ante «la hora del poder de las tinieblas»!
¡Oh Amor Infinito, caído en tierra, reventando en sangre…! ¡Mi Jesús bueno…! ¡Mi Jesús manso…! ¡Qué duro es el desamor…!
¡No puede más Jesús…! ¡Está todo Él temblando como la hoja en el árbol…! ¡No puede más…! ¡Se le doblan las piernas de tanto peso, de tanto dolor…! ¡No puede más, y cae en la tierra desplomado…!
¡Oh terror…! ¡Yo hoy lo veo en la noche terrible de Getsemaní…! ¡Está tirado en tierra…! ¡No puede más…! ¡Oh terror…!
¡Ángeles del Cielo! ¿Dónde estáis…? ¡Sostened a la Fortaleza Encarnada, que, de tanto serse amor, se está tambaleando ante la mofa del infierno, que, descargándose sobre Él, lo derrumba en tierra «como gusano, y no hombre»…!
Mi Jesús bueno, ¡caído en tierra chorreando sangre…! ¡Empapado en su misma sangre divina…!
¡Oh Amor…! ¡Ya no puedes más…! ¡Ya no tienes más que dar…!
¡Oh Amor…! El desamor, desamparo, abandono, tristeza y dolor, dieron contigo en tierra en el más terrible desgarro… ¡Dios chorreando en sangre…! ¡Terrible misterio…!
Jesús, tendido rostro en tierra, clamando: «¡Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz…!», este dolor del desamor…
Todos los pecados de todos los tiempos, cayendo sobre Cristo, atravesando de parte a parte las fibras más íntimas de su alma…
¡Amor desamado…, incomprendido…, ultrajado, por decirnos tu vida infinita en canción…! ¡Y el mundo no le ha recibido, no le ha comprendido, no le ha amado…!
¡Señor, anda, levántate…! ¡No, Jesús, en tierra, no…!, ¡caído en tierra, no…!
¡Padre, si es posible, pase de mí este terrible y amargo cáliz de amargura amarga que me anega en la más profunda e indecible tristeza…!
¡Oh…!, es terror de infierno lo que me anega… ¡Es amargura de dolor inmenso, dolor terrible, oscuro, de pavor y tristeza!
¡Está temblando el Cristo del Padre…! ¡Temblando el Verbo Infinito ante la terribilidad amarga de la amargura que desgarra su alma santísima…! ¡Es «el momento del poder de las tinieblas» que se ceba en el Verbo Encarnado!
Hoy, día de Jueves Santo, he visto a Jesús terrible e inexplicablemente cargado, en una amargura amarga, en una soledad incomprensible, en un abandono inimaginable, bajo la sombra escalofriante del «poder de las tinieblas»; llegando a un extremo tan terrible, que, en un momento, le he visto empezar a sudar, al mismo tiempo que a temblar en todo su cuerpo de pies a cabeza, con un temblor tan escalofriante, tan terrible, tanto, tanto, ¡tanto!, que han empezado a tambaleársele las piernas… Y poco a poco ha ido desplomándose por la fuerza del dolor que le aplastaba…
Le he visto queriéndose sostener para no caer desplomado en tierra, buscando un apoyo, un consuelo, una comprensión…; y, ante la soledad, el desamparo y la amargura, por fin, empapado en su propio sudor, que, a fuerza de tanto dolor rompió en sangre por todos sus poros, ha caído en tierra… ¡Ha caído en tierra y en un desplomo total…!
Y, sacando fuerza de flaqueza, ha gritado: «¡Padre mío, si es posible, pase de mí este cáliz tan amargo…!».
Y he exclamado: «¡Oh terror…! ¡Ángeles del Cielo!, ¿dónde estáis…? ¡¿Cómo no viene toda la Corte celestial a levantar, a sostener a la Fortaleza Infinita chorreando en sangre y tirada en tierra…?!».«Es el momento del poder de las tinieblas», y el Amor Infinito espera…, espera, clamando, que el hombre le consuele…
Va a los Apóstoles y pide ayuda: «Pedro, Juan, Santiago… ¡¿No habéis podido velar una hora conmigo?! ¡Velad y orad para que no caigáis en tentación…!». Pero ni velaron ni oraron, y por eso, cayendo en la tentación, abandonaron al Maestro…
Y, ante la inconsciencia incomprensible de los hombres que duermen mientras que Jesús revienta de dolor, el Ángel acude a ayudarle a beber su cáliz…
¡Qué sorpresa he apercibido hoy en los Ángeles del Cielo al ver al Verbo Infinito caído en tierra…! ¡Y qué desamor he sorprendido en el hombre ante la entrega del Amor Infinito…!
¡Amor ultrajado…! ¡Amor Infinito pisoteado…! ¡Amor eterno escupido…! ¡Amor arrastrado…, incomprendido, desamorado por sus hijos…!
¡Oh Verbo mío, Esposo de mi alma, déjame que ponga un beso en tu alma santísima que te sepa a Espíritu Santo, a María…!
¡Oh, venga toda la Corte celestial para besar al Cristo, al Dios Encarnado chorreando en sangre por amor al hombre…!
En la tierra, todo en silencio… El mundo no sabe el Misterio… Los Apóstoles, dormidos… El Cristo, chorreando sangre…
¡Padre…! ¡Oh, qué terrible nuestro desamor y desamparo…! ¡Qué terrible agonía y tristeza la de Jesús…! «¡Padre, Padre mío, si es posible, pase de mí este inmenso cáliz de amargura que me anega en lo más profundo de la tristeza del infierno…!».
¡Ay mi alma, cómo se me revienta al ver a Jesús así…! ¡Yo hoy tampoco puedo más…! ¡Todo el infierno contra el Cristo, derramándose, descargándose en su terribilidad y amargura…!
«¡Oh Padre, todo el infierno contra mí mientras los míos duermen…! ¡Mas no todos!; el traidor vela…». «¡Busqué quien me consolara, y no lo hallé!».
En el Cielo todos los Ángeles como temblando de pavor… ¡Todo el Cielo como temblando ante el Verbo de la Vida reventando en sangre por cantar su eterno pregón y hacernos vivir de la comunicación íntima y cálida de la Familia Divina…!
¡Oh qué terrible contraste…!, ¡el hombre no sabe de amor! El Cristo del Padre reventando en sangre, metido en lo más profundo de la tristeza, para hacernos participar de su misma felicidad… ¡Todo el Cielo en silencio, atónito, en adoración, contemplando al Cristo reventando en sangre por cantar a Dios a los hombres…!
¡Oh, cómo es posible! ¡El Amor Infinito, blasfemado…! ¡Ay, una blasfemia! ¡Ay lo que es una blasfemia…! ¡Todo el infierno blasfemando al Cristo del Padre…!, ¡ultrajándole, riéndose, mofándose ante el terrible desamor de sus hijos para con Él…!
Veinte siglos han pasado desde que Cristo, chorreando en sangre, nos dio su máxima muestra de amor infinito…, ¡y aún estamos los hombres de hoy, como los hombres de ayer, sin recibir la misión del Verbo de la Vida…!
¡Terrible misterio!: ¡El Padre está derramándose amorosamente por el Espíritu Santo sobre el Cristo…!, ¡y está recibiendo el sacrificio cruento que la Víctima Infinita le ofrece en reparación por todos los hombres…!
¡Oh qué misterio…! ¡Tanto pecado ante tanta Santidad…! ¡La Santidad, como abrazada al pecado…!
¡No puede! ¡Este es el Verbo del Padre, el gran Sacerdote que contiene en sí, siéndolo Él mismo, la Divinidad y la humanidad, cargándose con los pecados de todos los hombres…!
¡No puede…! El Verbo de la Vida, en su humanidad unida a su Divinidad, está aplastado…, se desgarra…, se deshace…, parece que no puede… ¡Oh terrible contraste de amor infinito y desamor de los hombres…!
Jesús, ¡¿quién podrá penetrar en tu alma, ante el amor desgarrador que te abrasa hacia el Padre, y ante el amor desgarrador que te abrasa hacia tus hermanos?!
¡Oh Amor!, ¡¿quién podrá comprender tu dolor ante el pecado espantoso de uno de tus discípulos, Judas?!
¡Padre, no puedo beber este cáliz…! ¡Yo no puedo, Padre, yo no puedo…! ¡No puedo beber este cáliz…!; ¡no puedo…! Pero… ¡sí, Padre…!; ¡sí, Padre…!, «¡no se haga mi voluntad, sino la tuya…!».
«¡Padre Santo, y el mundo no te ha conocido!». ¡Y el mundo te ha ultrajado!, ¡te ha blasfemado…! ¡Yo no puedo beber este cáliz! Pero sí, porque así es de tu agrado que lo haga… «¡Levantaos y vámonos…!».
La hora de las tinieblas se apodera de la hora de la Luz.
¡Ya se oyen los pasos lejanos del traidor, que viene para abalanzarse sobre el Verbo de la Vida Encarnado…! Y Él se levanta…
¡Pero si no puede sostenerse en pie…! Jesús, todo tu cuerpo tambaleándose…, desgarrado…; las piernas te fallan…, ¡no puedes sostenerte en pie…! Se te doblan las rodillas, y tambaleándote…, con la mirada fija en la voluntad del Padre, vas en busca de la muerte, donde darás tu grito supremo de amor eterno…
Jesús está solo…, ¡totalmente solo y desamparado…! Los Apóstoles duermen… ¡Ya no puede más…! Pero, fortalecido por el Ángel, se levanta como lleno de vigor; el Amor le empuja a la crucifixión, y exclama en un grito de entrega: «¡Padre, todavía más…!, ¡necesito crucificarme para cantar por toda la tierra mi Canción…!».
«¡Levantaos, ha llegado la hora terrible; levantaos y vamos»; «el hijo de las tinieblas es más sagaz que los hijos de la Luz…!».
Ya se ve venir a lo lejos al traidor… «Vienen con hachas y palos» para prender al Verbo de la Vida… ¡Con hachas y palos como a un maldito!, ¡a la Paternidad Infinita Encarnada…! ¡Como a un «maldito» vienen a prenderle!
«¡Yo necesito ser bautizado con un bautismo de sangre…!». «¿No habéis podido velar una hora conmigo…?». El único «amigo» del Solo, que vela, se acerca y deposita en la mejilla de Cristo un beso de traición y desamor… ¡Y este es el único que no duerme en la noche terrible de Getsemaní…!
—Maestro…
—«Amigo, ¿con un beso entregas al Hijo del Hombre…?».
¡Oh amor infinito de Dios, reventando por la boca de Cristo! «Amigo», al traidor; «amigo», al ingrato; «amigo», al que viene a entregarlo a la muerte…
Jesús mira a sus Apóstoles que tiemblan de miedo…: «Amigo», si quieres, préndeme a mí, mas deja a estos…
Jesús siempre olvidado de sí: «Dejad a estos», a sus Apóstoles, que, temblorosos, cobardes y presurosos, corren abandonando al Divino Maestro…
¡Amor Infinito incomprendido…, ultrajado…, lacerado por la herida más terrible y dolorosa: el desamor!
La Libertad por esencia, ¡prendida…! El Verbo de la Vida, ¡encarcelado, blasfemado, coronado de espinas, azotado…!, ¡solamente por mi amor…!, ¡solamente por mi amor…!, ¡solamente por mi amor…!
Jesús, «gusano que se arrastra, y no hombre…», «el maldito del Padre y el desecho de la plebe…». ¡Qué contraste para tu alma santísima, verte Tú, como representante del hombre, ante la terribilidad espantosa del pecado y ante la majestad infinita del serse del Ser…!
Jesús, yo quiero participar, aunque sea un poquitín, de la amargura indecible de tu alma taladrada… Yo quiero decir, contigo, a todo que «sí», hasta morir como Tú, para llenar mi misión en la Iglesia.
María, Madre Dolorosa, Madre del mayor dolor… Quiero acompañarte en estos momentos terribles del desamparo y desamor de todos tus hijos… Repercutiendo en tu alma santísima todo el amor del Verbo de la Vida a sus hijos, te hace gemir con Él, en el Espíritu Santo, en gemidos inenarrables: ¡crucifixión!
María, temblorosa, agonizante, también descargándose sobre su alma inmaculada todo el infierno en pavor y terror…
María, maravillosa manifestación del Verbo de la Vida Encarnado… ¡Mar Amargo! ¡¿Quién podrá comprender tu dolor…?!
María, desconocida, destrozada: ¡Madre!, con eso está dicho todo… Madre que ve destrozado a su Unigénito Hijo y a su Dios…
María… Madre…, ¡hoy quiero consolarte…!
Jesús, ¡también profundamente dolorido ante el dolor de su Madre Inmaculada…! Jesús, abrazado, fundido, penetrado con la Virgen en un mismo dolor, en una misma agonía… ¡Sumergidos los dos en un mar amargo de incomprensión y de soledad…!
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia
Separata del libro inédito de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia: «EL DÍA ETERNO».
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