
Esto es tan sublime y tan difícil de explicar a nuestra mente acostumbrada a vivir para sí, a gozarse sólo en lo que personalmente le proporciona alegría, que los que, ofuscados, no entienden la plenitud de perfección del Eterno Seyente, al comparar al Ser en su modo de actuar o de ser con nuestro ser, muchas veces, sin querer, lo profanan y lo blasfeman, considerando a Dios rastreramente.
¡Qué bueno es Dios, qué grande, qué dichoso y qué infinito! ¡Qué inmenso en su eterno poder, para sí y para mí…! Es tanto lo que se nos da, ¡tanto!, que se nos da en lo que es, en lo que tiene, en lo que vive.
Y, al dársenos, por perfección de su serse, el hombre, en subyugación total y arrebatado por la belleza infinita, rompe en un gozo de participación eterna, sin quedarle capacidad para gozar o querer algo que no sea aquella Perfección que arrebatadoramente le subyuga y que delirantemente le enamora.
Dios es tan grande y tan infinito como bueno, como amor, como comunicación. Y mientras más grande le veamos, más grande será nuestro gozo, el gozo que nos proporcionará la contemplación de que Dios sea lo que es de por sí.
Un segundo gozo tendremos en la Eternidad, que será gozarnos en que Dios esté en nuestra alma poseído y poseyéndola.
Pero hasta ese mismo gozo tiene dos partes. La primera pertenece al gozo esencial, y consiste en gozarnos en que Dios esté siéndose lo que es en el alma, no porque esté en el alma, sino porque Él se lo sea poseyéndonos según su voluntad.
Y la segunda parte… ¿Es que hay segunda parte en el gozo de los Bienaventurados…? ¿Es que puede el hombre, contemplando a Dios, volverse para gozarse en algo propio…? ¿Es que es tan pobre Dios que no puede llenarnos totalmente…?
¡No! Es que es tan pequeñita nuestra mente, que si yo aquí en la tierra, al hablar de la posesión del Infinito, no pongo un gozo en el cual el hombre sea el primer actor; su pensamiento egoísta y acostumbrado a vivir para sí y de los sentidos corporales, entendiéndolo todo a lo humano, parece que se queda en el vacío; no comprendiendo con su mirada raquítica que haya algo más grande que él y que pueda gozarse con tal perfección en el gozo ajeno, que llegue a olvidarse totalmente de sí; ni mucho menos puede vislumbrar que haya algo tan sublime, que sea capaz de no dejarle capacidad para mirarse a sí mismo; no por pequeñez del hombre, sino por grandeza de Dios; no por pequeñez de la capacidad del ser creado para el Infinito, sino por la inmensidad trascendente del Eterno Ser…
Si mi Eternidad en el Cielo consistiera en el gozo que tendré y en el disfrute que yo experimentaré por yo ser o por yo tener, no podría pasar a ser Dios por participación, que tiene su razón en ser y gozarse en lo que Él es por perfección de su ser.
La Eternidad es entrar en la vida infinita, no para serla con Dios, que eso sólo le pertenece a Él, pero sí para poseerla en su compañía; y así lo que en Dios es ser o serse de por sí, en mí es poseerle, gozarle, saberle…

Dios es Mirada infinita, Contemplación eterna en una fecundidad tan rica, tan plena, que rompe engendrando en un reventón de Sabiduría tan expresivo, que la Explicación infinita de esta eterna Sabiduría es Persona.
Y esta Persona, Palabra eterna, es tan infinita, es tanta Explicación, que es toda la infinita perfección en deletreo eterno.
Y esta Perfección de Sabiduría infinita rompiendo en Explicación, entre el Padre y el Hijo es de una adhesión tan perfecta y de una intercomunicación tan infinita, que hace surgir en gozo perfecto de sabiduría eterna el amor infinito en Persona-Amor, el Espíritu Santo…
Y Dios, que se es así y tiene su gozo en su modo de ser trinitario y personal, por la unidad de su ser, nos da todo cuanto es; no para que lo seamos, porque eso es lo que le hace a Dios serse lo que es y es intrínsecamente suyo, sino para que lo poseamos y, haciéndonos una cosa con Él, le gocemos.
Y entonces Dios nos da su Mirada para que, con ella, le miremos, para que, con ella, le entendamos, para que, con ella, poseamos su modo, su estilo, su interpretación; y su disfrute pase a ser nuestro disfrute, nuestro gozo, nuestra vida.
Y nos da su Palabra para que con Él gocemos deletreando su infinita perfección; dándosenos a su vez el mismo Espíritu Santo, y así le amemos como Él se ama.
Pero Dios es tan maravilloso, tan eterno, tan dichoso, tan bueno, tan donador que, cuando se da, lo hace como es, y al que se da lo hace como a Él, por participación.
Y entonces el hombre, criatura a distancia infinita del Ser, es capaz, por un derramamiento del Amor Infinito, de olvidarse a sí totalmente y, pasando a ser Dios por participación, vivir y gozar de lo que Dios vive y goza…
Ahora veo que, cuando mi alma se siente llamada a gozarse en que Dios sea Dios, a disfrutar de su disfrute y a alegrarse en su gozo; la medida en que esto se obra en mí es la medida de mi participación y mi posesión de Dios.
Veo que el hombre mientras más se acerca a Dios y mientras Dios más lo atrae a sí y lo tiene en Él, más se capacita para llenar su fin, que es gozarse en lo que Dios se es.
Hoy mi alma quiere ser un himno de alabanza a la gloria de Dios, por la atracción que en mí noto a gozarme siempre en que Él sea feliz, a buscar siempre y sólo el que Él esté contento, a procurar que todos cuantos me rodean sean descanso para Dios.
Y esto quiero agradecerlo, no porque esté en mi alma, sino porque Dios tenga donde poner su descanso y manifestar su gloria en el destierro; porque haya seres creados que, aun bajo la luz de la fe, den a Dios el descanso de Él podérseles comunicar tan profundamente que sean capaces de gozarse, en la noche de la vida y tras velos, en que Él sea lo que es…
Cuando procuramos que los hombres se gocen en que Dios sea lo que es, estamos dándoles la máxima felicidad, haciéndoles llenar su fin, y estamos dándole a Dios la parte que le corresponde entre los hombres; estamos haciendo de la tierra el paraíso de Dios, y estamos haciendo al hombre bienaventurado en la tierra, incluso a través de los velos de la fe y en la noche de la incomprensión.
¡Dios es feliz…! Ése es mi gozo, ésta es mi bienaventuranza terrena, y éste es el plan de Dios cumplido en la tierra con relación al hombre.
¡Qué alegría que Dios sea feliz…! Cuando mi alma siente esto, mi destierro es mi bienaventuranza, aunque sea entre velos.
Gracias, Señor, porque este sentir –Tú bien lo sabes– es la respiración de mi ser […].
¡Gracias, Señor; gracias, Señor; gracias, Señor…! ¡Gracias por tu modo de ser y actuar, eterno, perfecto y feliz!
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia