El pasado 8 de noviembre del año 2012 celebramos el centenario del nacimiento de una insigne figura del Episcopado español: D. Laureano Castán Lacoma, Obispo de la diócesis de Sigüenza – Guadalajara durante 16 años y “El Obispo de la Obra de la Iglesia”.
Este año 2022, pasada ya una década, recordamos con entrañable afecto y veneración a este “Buen Pastor”al que muchos de nosotros tuvimos la dicha de conocer.
Un Pastor, “según el corazón de Dios” (Jer. 3,15), que amó a su grey y la condujo con cariño, entrega y celo pastoral hacia “las verdes praderas y fuentes tranquilas” (Salmo 22), pero sobre todo, un sucesor de los Apóstoles que supo como San Juan apoyar su cabeza en el pecho del Maestro y, en prolongada oración ante Jesús en la Eucaristía, hacer suyos los sentimientos doloridos del Sumo y Eterno Sacerdote; “Me abandonaron a mí, fuente de agua viva, y se cavaron aljibes, aljibes agrietados que no retienen el agua” (Jer. 2,13)
Dolor de Cristo que se prolonga y manifiesta a lo largo de todos los siglos en su Esposa la Santa Iglesia y que prendió en el alma de D. Laureano experimentando en su interior el “drama de la Iglesia”.
En el año 1964, cuando tan sólo hacía unos meses de su toma de posesión de la diócesis de Sigüenza – Guadalajara, la Divina Providencia, por la que Dios conduce el curso de nuestra vida haciendo confluir situaciones y circunstancias, dispuso que recibiera en su despacho del obispado de Sigüenza la visita de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia.
Cinco años hacía que la Madre Trinidad había recibido de parte de Dios una gran misión para la Iglesia; y en el breve periodo de tiempo del 18 de Marzo de 1959 al 18 de Abril, Dios la había adentrado por una gracia singular en la hondura de sus misterios. Le había sido mostrada la hermosura y exuberante riqueza de la Iglesia “repleta y saturada de Divinidad” por contener en sí al mismo Dios que por Cristo y a través de la Maternidad divina de María quiere hacer vivir a todos los hombres en intimidad familiar con Él.
Pero también le fue mostrada la misma Iglesia sufriendo una dolorosa tragedia, cubierta con un manto de luto, desgarrada, maltratada y abandonada por muchos de sus hijos que, por no conocerla se habían marchado de su seno de Madre dejándola terriblemente herida.
La tragedia de la Iglesia se fundió con el alma de la Madre Trinidad identificándose tanto con ella que la vida, misión y tragedia de la Iglesia pasó a ser la vida, misión y tragedia de la Madre Trinidad que, como Eco vibrante y dolorido de la Iglesia era enviada por Dios a manifestar el esplendor de su verdadero rostro.
El mandato vehementísimo de Dios ardía fuertemente en su interior y, tras haber ido a Roma por tres veces para depositar su mensaje en las manos de Juan XXIII superando incontables barreras y dificultades muy por encima de sus posibilidades y sólo por Dios conocidas hasta el fondo, ahora era enviada a los Pastores de la Iglesia en España, donde nuevas barreras se levantaban a su paso, al tiempo que el ímpetu de Dios se hacía incontenible en su espíritu, como expresara el profeta: “Había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos, yo intentaba sofocarlo y no podía” (Jer. 20, 9)
Y así fue como aquel 5 de Mayo de 1964, en su pequeñez y humildad, la Madre Trinidad se dirigió a visitar al Obispo de Sigüenza – Guadalajara, encontrando en él un Pastor bueno, sencillo y acogedor.
Diez años más tarde, el 25 de Marzo de 1974, acompañada por dos de sus hijos espirituales sacerdotes, el “Eco penante y dolorido de la Iglesia” acudía nuevamente al despacho de D. Laureano con el alma desgarrada bajo el peso ingente de una cruz demoledora que se cernía sobre ella.
Transcribimos algún texto escrito por la Madre Trinidad en fechas próximas a aquel momento, que nos pueda permitir entrever algo de la fuerte apretura de su espíritu:
“Yo conozco a Dios, entiendo sus misterios, penetro su pensamiento, descubro su plan, su modo de ser y de obrar, y me siento abrumada por el desconcierto y la desolación que en pavores de tiniebla envuelven a la Iglesia”.
“Vivo en el silencio de mi corazón la apretura de mi espíritu acongojado. Escucho en la lejanía carcajadas burlonas de desprecio y de incomprensión que se mofan de la Nueva Sión…
Intuyo corazones soberbios, mentes oscurecidas, pensamientos ofuscados, pasos temblorosos, cobardía y respeto humano, apercibo concupiscencia, humanismo y desconcierto…, y traiciones asolapadas que, por treinta monedas, con un beso entregan al Hijo del Hombre, como Judas, “al que más le valdría no haber nacido” (Mt. 26,24)
“Busco y no encuentro, y el eco de mi sollozar se pierde en el silencio de la incomprensión inmolante de mi incruento peregrinar
¿Qué importa que el “Eco de la Iglesia” llore, si en la peregrinación de la vida todos tienen tanto que hacer que no hay lugar para escuchar el lamento lleno de peticiones de Dios con clamores eternos puesto en mi pecho dolorido?” (28-9-1972)
El Eco “sangrante” de la Iglesia acudía nuevamente al encuentro de aquel Obispo sencillo y bueno buscando amparo, corazón de Padre y Pastor, y con confianza filial le expuso abiertamente cuanto contenía oprimido en su alma, pidiéndole su aprobación para fundar en su diócesis.
D. Laureano que escuchaba con toda atención y respeto, se puso a su disposición para ayudarla personalmente en todo cuanto le pudiera necesitar. A partir de aquel momento se estableció una frecuente comunicación entre D. Laureano y la Madre Trinidad, que a sí misma se veía como “la más pequeña de las hijas de la Iglesia”.
La humildad de D. Laureano hizo que poco a poco fuera descubriendo la magnitud del carisma de la Madre Trinidad, encontrando en ella un manantial de sabiduría amorosa.
Con admirable naturalidad y precisión exponía los contenidos más profundos de la teología que ella nunca había estudiado, como quien vive inmersa en ellos.
Para ella, todo el dogma de la Iglesia, los misterios de la fe eran algo amorosamente vivencial, porque su conocimiento no procedía del estudio intelectual sino que, por un designio de Dios, había sido introducida en estos misterios y enviada por Él a comunicarlos en sabiduría y amor; por lo que ella lo denominaba “teología calentita”.
Encendida en amor y gozo espiritual manifestaba con toda sencillez: el vivir de Dios en sí mismo y la intercomunicación familiar de las Tres Divinas Personas; la plenitud del sacerdocio de Cristo ya desde el momento de la Encarnación y su vivir abarcador de todos los tiempos, el esplendor de María por ser creada para ser Madre de Dios y su lugar privilegiado dentro del plan de la salvación, el misterio de la Iglesia en su hermosura y su honda tragedia por no ser conocida… todo el dogma apretado de la Iglesia no solamente lo exponía con toda claridad, sino que era su vivir cotidiano.
D. Laureano, como él mismo manifestó, sufría el “drama de la Iglesia” y era testigo del desconcierto que existía en muchas de sus Columnas por lo que experimentaba el peso abrumador de tanta diversidad de pensamientos, de criterios, de modos… de la desunión… de la confusión.
Bajo la acción del Espíritu Santo, fue constatando que la Madre Trinidad traía una profunda renovación y que para ello, Dios la enviaba de una manera especialísima a los Pastores de la Iglesia, para ayudarles en el principal quehacer que, como sucesores de los Apóstoles, Jesús les encomienda realizar, esto es, la misión esencial de la Iglesia: hacer vivir a todos los hombres en intimidad con su Padre Dios, participando de la vida familiar de las Tres Divinas Personas.
Porque sólo para esto Dios nos creó, para esto envió a su Hijo al mundo, para esto Cristo padeció por nosotros, fundó su Iglesia quedándose en Ella cuanto duren los tiempos y se lo encomendó a los Apóstoles; para esto la puso bajo el amparo de la maternidad de María, la Madre de la Iglesia, para esto el Espíritu Santo la repletó con todos sus dones y la guía en su peregrinación hacia la Casa del Padre… ¡SOLO PARA ESTO!
Comprendió que la misión de la Obra de la Iglesia se identificaba con su misión episcopal, y así fue abriéndose paso en su alma la necesidad, o mejor, la llamada del Señor a una mayor entrega y dedicación a la Obra de la Iglesia, por lo que en el verano de ese mismo año pidió a la Madre Trinidad su entrada en la Obra de la Iglesia en el máximo grado, en el grupo de Responsables.
El año siguiente, el 4 de Julio de 1975 D. Laureano presidió la solemne ceremonia de inauguración de la casa de apostolado de la Obra de la Iglesia en Guadalajara.
Por motivos de salud, seis años más tarde solicita al Papa San Juan Pablo II la dimisión de su cargo en la diócesis; el Papa la acepta y D. Laureano se traslada a Madrid viviendo en comunidad con los sacerdotes y seglares consagrados de la Obra de la Iglesia.
La Madre Trinidad y toda la Obra de la Iglesia encontró en D. Laureano Castán Lacoma el apoyo de una columna firme y erguida. La plenitud de su sacerdocio, repletó el espíritu sacerdotal que la Obra de la Iglesia vive como algo intrínseco en su propia fisonomía espiritual.
Hoy en día, Obispos de todo el mundo acuden a los centros apostólicos de la Obra de la Iglesia, principalmente en Roma, Madrid y la casa natal de la Madre Trinidad en Dos Hermanas (Sevilla), para escuchar su mensaje y llenarse de la “teología calentita” que enciende el alma en el amor de Dios, a beber del abundante manantial que como patrimonio la Madre Trinidad ha dejado a la Obra de la Iglesia para su custodia y expansión, y que ella fue día a día enriqueciendo con sus charlas, vídeos y escritos, hasta el 28 de Julio de 2021 en que el Señor se la llevó a la Eternidad.
Hoy, muchos obispos esparcidos en los cinco continentes pertenecen a la Obra de la Iglesia y trabajan en sus diócesis para realizar entre los sacerdotes, religiosos y seglares la profunda renovación que el Señor pidió a la Madre Trinidad: presentar el verdadero rostro de la Iglesia; pero por un designio de Dios, D. Laureano Castán Lacoma será siempre, durante todos los tiempos y en la Eternidad, reconocido como
“EL OBISPO DE LA OBRA DE LA IGLESIA”.
Ofrecemos a continuación un video montaje preparado con ocasión del centenario de su nacimiento.