Escrito de la
MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,
del día 2 de abril de 1972, titulado:
LAS VOCES DEL SILENCIO
QUE EN EL SILENCIO HABLA
Cuando, silenciada, el alma apercibe la voz del Eterno, rompe, en sus clamores, en brisa callada y en llamas de fuego, el silencio.
El silencio habla como en melodías de tenues conciertos… El silencio habla en su reteñir sonoro y secreto, en misterio.
Es algo profundo lo que escucha el alma, que a decir no acierto, cuando, trascendida, oye en la oración las voces del Verbo en silencio.
Nada explica tanto el habla de Dios, como este misterio de nada decir que, en sus tecleares, contiene el silencio en concierto.
Es conversaciones…, melodías dulces en brisas de fuego…, eternos romances…, palabras inéditas…, voces de cauterio, en secreto;
algo que se escapa…, algo que es tan grande envuelto entre velos, que es decir de Dios, silente y sagrado, que es el mismo Inmenso en sus fuegos.
¡Oh si yo lograra expresar las voces que oprimo en mi pecho…!, que vienen y van, cuando el alma logra quedarse en silencio, muy quedo.
Tres clases de silencio se aperciben, en saboreo sagrado de eterno misterio, allí en lo profundo del espíritu, en el contacto interior, sacrosanto y silenciado del alma con Dios, y en los ratos de sagrario, ahondada en el misterio del Señor del Sacramento que se oculta, silenciado tras las noches del misterio, esperando por si alguno viene a verle.
Uno –silencio de bienestar, de saboreo, de dulzura, de paz, de enajenación–, el que experimenta el alma que, saboreando de alguna manera la cercanía del Eterno, busca, llevada por el deseo suave y silencioso que apercibe en su interior, la soledad;
en la cual descansa amorosa, reposando en la cercanía del que ama; como reclinada en el pecho de Jesús que la espera incansable para que, tras la búsqueda del que se lanza a su encuentro, aperciba su presencia deleitable, sabrosa y silenciosa, que de alguna manera le habla, en el misterio de la cercanía de Jesús, tan silenciosa y sobrenaturalmente que, sin saber cómo es, es separación de las cosas de acá y unión sapientalmente amorosa y comunicativa del espíritu con el Dios del Sacramento.
El que busca a Dios tras las puertas del sagrario o en el recóndito de su corazón, perseverante, le encuentra en un descanso de paz y un saboreo secreto y deleitable que le hace descansar, sin nada saber, sin nada querer, sin nada buscar y sin nada escuchar, bajo la sapiencia suave y sabrosa de algo sobrenatural que hace reposar el espíritu en un regustito de silencio silenciado que por ninguna cosa de este mundo quisiera perder.
Por lo que, quietecita, descansa en un saboreo que es vida, cercanía del Amado; quedándose como trascendida en aquello que sólo apercibe y lo sabrá expresar el que, junto a los pies del sagrario o en lo recóndito y profundo de su interior, sabe algo, en paladeo amoroso, de la cercanía del Bien buscado y hallado, en el secreto misterioso del arcano recóndito del espíritu: «Llevaré al alma a la soledad y allí hablaré a su corazón».
A la soledad de las cosas de acá, y a la búsqueda del encuentro con Dios que nos espera incansable, bajo las especies sacramentales, hecho Pan por amor, siglo tras siglo, sin cansarse, tras las puertas del sagrario, por si alguno viene a verle para estar con Él en coloquios de amor, en dulce e íntima compañía amorosa.
Por lo que hay que buscar ratos para estar en el sagrario en silencio. Y junto a Jesús, en espera amorosa, pacífica, silenciosa y paulatinamente se va experimentando de una manera secreta, pero profunda y silenciada, la cercanía del Dios vivo, viviente y palpitante, que dice a nuestro corazón: «Y sabed que Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».
A Jesús le gusta ser buscado por los que ama, para manifestarles su secreto de amor tras las notas silenciadas de la brisa callada del silencio.
«Cercana lejanía…,
nostalgia del Eterno…,
dulce melancolía
de Dios…
Horas largas de espera
me llaman al silencio,
donde el Amor de amores
me amó.
Misterios del Sagrario
que el alma amante intuye,
en días silenciosos
de Sol…
¡Lumbrera de mis ojos!,
¡fuego de mis volcanes!,
¡aurora de mi vida
en calor…!
Corro buscando ansiosa
el término seguro
que replete en mis luchas
mi don.
Secreta es mi carrera
en busca del Amor».
5-1-1974
Tras este silencio, vivido en la intimidad con Jesús en la Eucaristía o por la presencia de Dios en lo recóndito e íntimo de nuestro corazón, donde el alma-Iglesia por la gracia, mediante su vida de fe, participa del misterio de Dios en su Trinidad de Personas morando en ella y comunicándosele en participación de vida amorosa, bajo el arrullo silencioso y sacrosanto del Espíritu Santo;
perseverante en la búsqueda del Dios de su corazón, queda y paulatinamente, va siendo introducida, y como trascendida, en otro silencio que no es de acá; que, más que silencio, es un rumor silencioso…, profundo… que es trasunto de tenues conciertos que llenan al alma de recogimiento, sintiéndose cerca del Amor Eterno, mas sin poseerle del modo certero que lo necesita el amor en vuelo, en la cámara nupcial del Infinito Ser, ahondada y penetrada en su silencio sagrado.
El silencio de las cosas de acá pone al alma en contacto con Dios; y este silencio interior la llena de vida y la hace capaz de escuchar al Verbo, de recibirle, de captarle, de apercibir su conversación, de gustar su misterio, de alimentarse en su gozo, en su vida, en su perfección y en su secreto…
Y ¡qué profundidad tan maravillosa, tan secreta, tan tierna, tan misteriosa, tan saboreable, tan cercana, y al mismo tiempo tan distante y tan distinta del silencio de las cosas creadas, tiene este silencio, que, en su modo creado, nos pone en contacto con el Increado y es habla de Dios de espíritu a espíritu…!
«¿Qué tiene el silencio,
en las melodías
de sus notas dulces,
que habla de Inmenso…?
¿Qué tiene el silencio,
que invita a adorar,
toda trascendida,
ante su misterio…?
¿Qué tiene el silencio,
que hiere en el alma
y la deja ungida
en brisas de Cielo?
¿Qué tiene el silencio,
que impregna, en su don,
todo lo que es vida
con su roce quedo…?
¿Qué tiene el silencio,
que habla de Dios
sólo en el rozar
de su tenue beso?
¿Qué tiene el silencio,
que, sin decir nada,
con su brisa honda
me habla de Eterno?
¿Qué tiene el silencio…?
¿Qué tienen sus notas…?
¿Qué tienen sus brisas…?
¿Qué tienen sus fuegos…?».
22-4-1972
Y hay un tercer silencio que es distinto y distante de todo lo de acá, porque es cercanía del que Es en posesión del misterio del Eterno, y que sumerge al espíritu y lo silencia en el Misterio infinito de su profundidad. Y allí, dentro de aquella hondura, le hace escuchar conversaciones en voces eternas del Ser.
Conversaciones que no son palabras, sino que es sabiduría sabrosa de silencio secreto. Pero una sabiduría tan subida y silenciosa y un silencio tan sabroso, que el alma sabe saboreable y deleitablemente –sin saber– cómo no es precisamente que esté saboreando la dulzura del silencio de acá, aunque sea espiritual, sino que está sumergida y embriagada en la posesión del Silencio que es Dios; que, en claustrales requiebros, son voces de fuego que comunican al espíritu algo tan misterioso, tan inédito, tan hondo y tan secreto, que sólo el Infinito Silencio sabe decir en la conversación sabrosa de sus voces…
Porque el Silencio que es Dios, ¡son voces!; voces de sabiduría en concierto de paz y en romance de amor; voces de vida eterna; voces que el espíritu abierto comprende que son melodía en cercanía de Eternidad…; melodía de Eternidad que es comunicación del Eterno y manifestación de sus atributos y perfecciones en sabiduría sabrosa de divino y consustancial Silencio.
«Cuando Dios me ahonda dentro de las voces
que encierra el Silencio,
quedo sumergida en lo más profundo
de su ocultamiento;
y allí, sin palabras, respondo en mi estilo
del modo que puedo,
sin nada decir con frases terrenas
de cuanto comprendo.
¡Secretos profundos de la voz eterna
del Verbo en mi pecho…!
¡Ay, cuánto descubro dentro de la hondura
que oprimo en mi seno…!:
Son voces claustrales, melodías dulces
de eternos conciertos…,
sonoros amores del Ser en mi alma,
con tiernos acentos…
¡Es tanto y tan dulce, tan enamorado
lo que yo contengo!,
que el Silencio rompe en hablas sagradas,
dentro, en mis cauterios.
¡Qué dulce!, ¡qué hondo,
qué tierno y secreto
es gustar las voces
que encierra el Silencio!».
13-3-1975
Una cosa es sentir el silencio de la creación que, con su voz inanimada, nos habla del Inmenso o la dulzura del silencio espiritual, con su paz, su gozo, su trascendencia en nuestros ratos de oración o en el silencio del espíritu; y otra sentirse introducida en Dios, que es el eterno, consustancial, subsistente y divino Silencio. Es como un salto de lo creado al Increado, de la criatura al Creador, de lo humano a lo divino.
Es verdad que, ante la cercanía de Dios, el alma, de una u otra manera, es introducida en el silencio más o menos sobrenatural, o más o menos trascendente; llevada por Él a la separación de las cosas de acá y sumergida en la embriaguez del gozo sapiental de su cercanía.
Pero ¡¿qué tiene que ver con lo que se experimenta cuando Dios se hace vivir en el atributo del silencio, el cual, rompiendo en voces de comunicación, deletrea en silbo delgado la sabiduría sabrosa de sus infinitos atributos y perfecciones…?!
Ya que, cuando el alma, levantada de todo lo de acá y sumergida en el silencio sacrosanto del Ser, se siente introducir en el Silencio y atraída por él; conforme se va adentrando, apercibe en la hondura del espíritu un teclear de inéditos conciertos, en una profundidad y en un «algo» fino y delicado; ¡tan dentro, tan secreto y sobrenatural!, que se experimenta en la hondura honda del silencio callado del espíritu.
Y se descubre allí, en lo recóndito del ser, allí dentro, ¡dentro…!; de tal forma que todos los ruidos, los pensamientos y las imaginaciones que pudieran venir, todo lo que sea distinto y distante de esa percepción que se está experimentando en lo profundo del Coeterno Seyente en su consustancial silencio, ¡todo, todo! le sabe al alma a rotura e impedimento de aquello que está viviendo en lo más interior y lacrado de su espíritu.
Cuando el alma, en su silencio, se pone en contacto directo con Dios, de espíritu a espíritu, todos los ruidos de la tierra parece que aumentan al sentir el toque del Eterno Silencio que la va introduciendo lentamente, levantándola de todo lo de acá con la brisa de su paso y el roce de su vuelo, sabroso y deleitable, en ese saboreo delgado que la pone en unión directa con el mismo Dios.
Pareciendo a quien esto vive como si experimentara la separación del alma y del cuerpo; tomando todos los ruidos externos unas dimensiones terribles, y siendo todas las cosas como un choque fuertísimo que le repercuten dolorosamente en la médula del ser.
¡Qué martirio sufre mi espíritu ante el contacto con Dios en silencio, y ante su fuerza que me impulsa irresistible y desgarradamente a decir lo que tengo en mí y la lucha de no saber exponerlo…!
«En el silencio te busco,
en el silencio te encuentro,
en el silencio te vivo,
y en sed de silencio muero.
Nada hay que diga tanto
como la voz del silencio,
donde el mismo Dios se dice
en silencioso misterio.
Cuando penetro en la hondura
del silencio de mi Verbo,
escucho cómo Dios habla
en beso de Coeterno.
Dios es Silencio infinito
que, en silencio, va diciendo
su silenciosa Palabra
en silentes aleteos;
aleteos de amor puro
en su besar de concierto.
Dios es Silencio divino…
Hijos, ¡qué profundo es esto!
Silencio, en la Eucaristía,
silencio, en los altos cielos,
silencio, dentro del alma,
silencio, al arder el fuego…,
porque Silencio, en su vida,
es el Seyente Coeterno».
13-2-1975
Tres clases de silencio conoce mi ser, los dos primeros son preludio del tercero y preparación para él, pero como infinitamente distintos y distantes.
Para ser introducida en el Silencio del Ser es necesario que el alma haya sido anteriormente poseída y robada totalmente, en enajenación y pérdida de todo lo de acá, por el silencio sabroso que la cercanía del paso de Dios infunde en el espíritu.
Tras este silencio, el Amor Infinito coge a la esposa del Espíritu Santo y, adentrándola en su seno, le hace pasar del silencio espiritual al abismo insondable de su serse Silencio. Y allí, en la hondura honda de su misterio, en vida de Eternidad, le dice, en la conversación de su infinita Sabiduría, su serse, en melodías eternas de infinitos y coeternos conciertos.
Y cuando, abismada y poseída por el silencio en la cercanía de la posesión del Subsistente Ser, infinito y eterno, empieza a experimentar que éste no es el silencio que necesita, a pesar de serle tan profundamente saboreable; entonces es cuando está siendo preparada por Dios para ser introducida en la cámara nupcial, recóndita y sellada, de su Silencio sagrado.
Y apercibe como si se abrieran unos portones que separan a todo lo de acá del Infinito; y que, sin saber cómo, en un instante de silencio indescriptible y en un vuelo de misteriosa trascendencia, es introducida e internada en el Silencio del Ser, dejando como infinitamente distantes los silencios que, para ella, fueron camino certero y seguro que la llevó hasta la puerta suntuosa del eterno e infinito Silencio que es Dios.
Y una vez introducida en aquella hondura profunda, experimenta que, tras ella, se le cerró la puerta, y que existe un abismo de separación entre el silencio creado y el increado, como podría existir entre la vida y la muerte, entre la tierra y el Cielo, entre el Todo y la nada, entre la criatura y el Creador; pasando a vivir, por el silencio de acá, al Silencio infinito que es Dios en su ser, en la conversación eterna de su subsistente y consustancial silencio, que son voces inéditas de divinales conciertos.
Hoy he comprendido y vivido, de una manera nueva, la separación completa y absoluta entre el silencio creado y el increado, entre los silencios con minúscula y el Silencio con mayúscula que se es Dios, bajo las notas sacrosantas y silenciosas del misterio ante el paso de Dios en beso de Eterno.
Mi silencio es Dios en voces claustrales de eterno misterio. Y cuando mi alma entra en el volcán de su fuego eterno, gusta –de gustar– el néctar divino de su cautiverio. Y se siente presa, y se siente herida en su mismo centro, toda sumergida en la grieta honda del volcán abierto.
¡Todo es un martirio por ver que no digo eso que yo siento que el Silencio es, y que no se puede decir entre velos; eso que no sabe decir mi palabra con estas maneras, frases y conceptos, por más que lo intente con mi pobre acento!
Hoy he comprendido en un modo nuevo que el Silencio es Dios, en este silencio que apercibo yo cuando entro dentro.
Por fin hoy he roto con este misterio; pues, cuando decía que iba al silencio, siempre apercibía un hondo secreto que, en su trascendencia, me sabía a Eterno, sin que aún supiera su desciframiento… ¡Y es que mi Silencio no era de acá, era de los Cielos!
Y por eso sola vago en mi destierro, porque siempre llamo del modo que puedo, con mis expresiones, humano a lo eterno.
¡Mi Silencio es Dios…! Es voces de Cielo…, es conversaciones en concierto inédito que gusta mi alma cuando a mi Dios tengo…
Hoy he comprendido en un modo nuevo las profundidades de mis tres silencios: Uno que es descanso en paz de consuelo; otro cercanía del Dios de los Cielos; mas otro es claustrales voces del Eterno.
Los tres son sabrosos, los tres son muy buenos; unos son de acá, otro de los Cielos.
Uno lleva al otro. Uno se consigue a fuerza de esfuerzos; otro, que es toque de Dios, beso de cauterio, cercanía dulce, que remonta en vuelo al alma que busca en su reclamar, con su regustar, las lumbres del Cielo.
¡Mas el otro es Dios que habla en secreto, dentro, en la sustancia, de su gran misterio!; ¡es explicación en voces de fuego, comunicaciones en su mismo seno de los atributos que, en descubrimiento, Dios nos da de balde en dulces encuentros!; sin que el hombre sea capaz de tenerlo por las propias fuerzas de su valimiento y gustar el don del Silencio eterno.
Hoy he comprendido la gran diferencia que enseña el misterio. Hoy he comprendido, en un modo dulce y en un modo nuevo, que el Silencio es vida, ¡tanto!, que es eterno: es la Eternidad vivida en destierro.
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia.
Tema extraído del opúsculo nº 16 de la Colección: “Luz en la noche. El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa.
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