VIVIR EN LA VERDAD
Separata del libro: “FRUTOS DE ORACIÓN. Retazos de un diario”
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia
SENCILLEZ EVANGELICA
1.076. «Dios es Amor», y para entrar en Él hace falta un gran amor de confianza en nuestro Padre, que está, abrasado en el Espíritu Santo, esperando la venida de todos sus hijos. (27-3-59)
1.077. ¿Por qué no encuentran los hombres llenura en sus esperanzas? Porque no esperan a Dios, única llenura del hombre. (17-4-70)
1.078. Los hombres que no han descubierto el corazón de Dios, o abusan de Él revolviéndose con desprecio e indiferencia o se asustan por las imperfecciones de sus propias miserias al acercarse al Infinito. ¡Qué importante es conocer a Dios para responderle como Él se merece y estar en el centro de su voluntad! (18-8-73)
1.079. ¡Oh si los hombres supieran el corazón inmenso de Dios, que ama, se da por entero y, que en respuesta, sólo pide nuestra donación, según el modo personal, y tal vez imperfecto, de nuestra entrega! (18-8-73)
1.080. ¿Cómo puede Dios, a un hijo que es cojo, pedirle que no cojee? ¿Cómo puede pedir a un paralítico que ande, o a un ciego que vea? ¿Cómo puede Dios pedir lo imposible? Por eso, Él, que conoce nuestras debilidades, sólo nos pide una total entrega contando con las deficiencias de nuestra propia naturaleza. (18-8-73)
1.081. Cuando el desaliento quiera apoderarse de ti, piensa que es toda la sabiduría del sapientísimo Ser infinito quien, conociéndote te amó y escogió con predilección eterna. Ante tanto amor de Dios, ¿quién desconfiará? (1-3-61)
1.082. Creo que no hay falta que tanto hiera el corazón de nuestro Padre como la desconfianza, ya que ésta va directamente contra el amor misericordioso de la Misericordia Encarnada. (21-3-61)
1.083. ¿Por qué me turbo cuando soy defraudada por las criaturas? Porque puse en ellas mi confianza, sin pensar en esto que dice la Escritura: «Maldito el que pone su confianza en un hombre que no puede salvar». (12-12-61)
1.084. La infancia evangélica está en confiarlo todo en el Padre, sabiendo que su amor hará en nosotros todo eso que, a nuestra pequeñez, le es imposible conseguir. (12-11-63)
1.085. Sé pequeño, viendo en todo lo que te sucede la mano amorosa de Dios que, con corazón de Padre, te quiere meter en su seno. (6-1-64)
1.086. ¡Qué bien nos vienen a veces unos cachetes de nuestro Padre Dios! Más que castigos, son besos cariñosos que nosotros no queremos ver. (19-9-66)
1.087. ¿Por qué te preocupas tanto de ti como si no tuvieras Padre? ¡Falta de fe en el amor que Dios te tiene! (19-9-66)
1.088. Eso que sientes, y lo otro, por muy malo que sea, si tú no lo quieres, no desagrada a Dios. Confía…, confía; Él es amor. (21-4-67)
1.089. Muchas veces, Dios permite diversas dificultades para que nosotros prudentemente procuremos resolverlas y, poniéndolas en sus manos con confianza y amor, le pidamos todo con humildad. (3-11-76)
DIOS SE COMUNICA A LOS PEQUEÑOS
1.090. El más pequeño entre los hombres, es tal vez el más grande ante los ojos de Dios, ya que Éste conoce lo recóndito del corazón y se complace en los sencillos, comunicándoles sus secretos. (14-12-76)
1.091. A los pequeños se les revela el secreto del Amor para que lo comuniquen. (26-3-59)
1.092. «Nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quiera revelárselo». Y el Hijo quiere comunicárselo a los pequeños, cumpliendo el deseo del Padre que le ha enviado: «Gracias te doy, Padre, porque ocultaste estas cosas a los sabios y prudentes, y se las revelaste a los pequeñuelos». (6-11-63)
1.093. El Padre nos sienta en sus rodillas, nos dice su Palabra y nos besa con el Amor del Espíritu Santo. (6-11-63)
1.094. ¿Cómo entrarás en los secretos del Reino de Dios si no eres pequeño? ¿No sabes que «a los soberbios les resiste el Señor»? En la medida que seas pequeño, sabrás el secreto del Padre, que se encuentra en el seno de la Iglesia. (12-11-63)
1.095. En el humilde, el Señor descansa, y le comunica sus misterios, aun los más ocultos. (9-1-67)
1.096. Quiero, más que nada, ser pequeña y sencilla, porque en ello encontré la manera de agradarte, el modo de decirte que sí y el de consolarte. (10-12-64)
1.097. Quiero ser pequeña y sencilla ante la mirada del Padre, para cantarle la canción, abrasada en el fuego amoroso, que sólo cantan los pequeños y limpios de corazón. (9-8-59)
1.098. Mi gran riqueza es no tener ninguna riqueza humana; mi gran riqueza es no ser, no poder, no saber, no servir; es ser pequeña, pobre, desvalida, no teniendo ciencia, ni sabiduría humana, que estorbe al don infinito de Dios depositando en mi pobreza su riqueza, en mi pequeñez su grandeza, en mi nada su todo, en mi muerte su vida, en mi ignorancia su sabiduría y ciencia. (19-4-64)
1.099. ¡Cómo me atrae una persona sincera y sencilla, sin doblez, que se manifiesta como es, y que es como se manifiesta! Para mí, es éste uno de los valores más grandes del hombre. (13-1-73)
1.100. ¡Qué bueno es ser sencillo, y qué sencillo es ser bueno, cuando se es sencillo! (24-1-69)
1.101. ¡Cuánto me cuesta hacer sufrir a los que amo! ¡Cuánto cuesta decir que no a lo que los demás ven que sí! ¡Qué duro es ser verdadera! Pero por amor a los que me diste, ¡no callaré, Señor! (28-1-77)
1.102. La hipocresía me repele terriblemente; busco corazones sencillos para hacer de ellos moradas donde Dios descanse contento. (13-1-73)
1.103. Jesús, la tortura más grande de mi alma fue siempre ver que los tuyos no entraban dentro de ti, que también ellos se quedaban fuera por falta de constancia en la oración, de entrega en sus vidas, de olvido de sí y de una verdadera humildad. (12-5-64)
1.104. Mi alma no tiene consuelo y grita hasta morir, por la gran tragedia en que se encuentra la Iglesia mía, pues, a pesar de la abundancia de cultos, el espíritu de muchos de los que siguen a Dios está reseco; pues el Señor busca corazones sencillos en quienes descansar, para decirles su Palabra. (29-4-66)
1.105. Un corazón puro necesito, un alma sencilla que se entregue, un alma abnegada que se olvide, para descansar en ella y darle mi eterna sabiduría. (12-9-63)
UN ABISMO ATRAE A OTRO ABISMO
1.106. ¡Qué descanso! La misericordia se manifiesta en la miseria. A mayor miseria más grande misericordia. ¡Qué gozo que Dios sea tan amor, que nos ame, no porque nosotros seamos buenos, sino porque Él es infinitamente bueno! (25-1-75)
1.107. «Un abismo atrae a otro Abismo»; por eso mi pequeño ser te robó. (11-5-61)
1.108. —Señor, ¿por qué me amas tanto…? —Eres tan pequeña, pobre y nada que robas mi corazón de Padre. (27-3-62)
1.109. —Señor, ¿qué te enamoró de mí? —Tu pobreza, tu nada, tu pequeñez. (27-3-62)
1.110. Dios mío, nuestra miseria te robó de tal forma, que «el Verbo se hizo carne» y, a través de María, nos dio a participar su vida divina durante todos los tiempos en la Iglesia. (28-6-61)
1.111. La gran misericordia de Dios para con el hombre es Cristo, pues en Él el hombre es Dios y Dios es hombre. Y, en la medida que el alma, reconociendo su miseria, se arroje en los brazos del Padre, sabrá de la infinita misericordia. (20-1-60)
1.112. Todos los atributos en Dios, Él se lo es en sí, por sí y para sí; pero hay un atributo en la perfección del Ser increado, que a pesar de sérselo en si y por sí, no lo es para sí, y es el atributo de la misericordia; ya que ésta es el derramamiento del poder infinito de Dios en manifestación amorosa sobre la miseria. (6-4-67)
1.113. Dios no puede ser para sí misericordia, porque la misericordia implica derramamiento de amor sobre la miseria; por lo que la misericordia surgió en el seno del Eterno Serse, el día que la criatura creada para poseer a Dios, le dijo al Ser Subsistente: «No te serviré»; y ya Dios se es misericordia, porque el Amor Infinito se dio al hombre en la esplendidez magnífica de su desbordamiento. (6-4-67)
1.114. Dios mío, cada día te conozco más y, al conocerte y amarte más profundamente, aumenta el conocimiento propio de mi miseria; entonces el eterno envidioso de las almas intenta desalentarme ante la bajeza de mi nada y la alteza de tu Todo; e, impelida por el amor, me lanzo en la corriente divina de tu amor misericordioso, y allí me gozo en que Tú, mi Dios, te eres, por serte, el «SOLO SANTO». (18-4-61)
1.115. Cuando me abismo en la bajeza de mi miseria y ésta intenta aplastarme, doy un salto de alegría, gozándome tan sólo en que el Ser, en su vida divina de comunicación trinitaria, se es la santidad inmutable y perfección suma. (18-4-61)
1.116. Por muy malo que seas, serás finitamente malo, y el infinitamente Bueno es tu Padre, y te regala, en prueba de su bondad, su amor eterno. ¡Confía en el buen amor del Bueno! O ¿es que te crees mayor en tu maldad que Dios en su bondad? (21-9-59)
1.117. Por mucha que sea mi miseria, siempre será finita y, arrojada en el abismo del Infinito, queda reducida a una alabanza del Amor misericordioso. (18-12-60)
1.118. Si no fuera por la confianza que tengo en tu amor misericordioso moriría aplastada por el peso de mi miseria. (18-4-61)
1.119. ¡Mi eterna e infinita Misericordia! ¿por qué me amas tanto? Mi miseria cautivó tu ser reventando en misericordia. (23-4-61)
1.120. Señor, cuando te conocí, me enamoraste, porque la hermosura de tu rostro me robó. Y Tú, que siempre me conociste, ¿cómo fue que, conociéndome, me amaste? ¡Mi miseria robó tu misericordioso corazón! (18-12-60)
1.121. Mi abismo en tu Abismo, mi miseria en tu Misericordia, mi nada en tu Todo, son una alabanza de tu glorioso amor bueno. (18-12-60)
1.122. Amor, cuando te beso, me besas; cuando te amo, me amas; cuando te siento, todo Tú me eres experiencia sabrosa en comunicación amorosa… ¿Por qué eres así con mi pequeño ser? Porque derramándote amorosamente sobre la miseria, te manifiestas en amor misericordioso. Amor, ¡qué bueno eres! ¡Gracias, Señor, gracias! (26-6-61)
1.123. Dios se compadece de los atribulados, tanto, que quiso vivir toda nuestra vida en amor y dolor, y así nos comprendió totalmente. (14-4-67)
1.124. Dios se inclina al que sufre por su amor, y le besa con cariño de Padre, dándole paciencia para saber esperar los bienes futuros. (14-4-67)
1.125. El esplendor de tu misericordia deslumbra y aplasta y, ante tu amor infinito, el abismo profundo y recóndito de mi miseria, arrojándose en tu seno de Padre, espera que hagas en mi alma tu obra de amor y, a través mía, lo que para la Iglesia me has encomendado. (21-3-61)
1.126. A pesar de nuestra miseria, el Señor hará su obra en nosotros y realizará su voluntad amorosa sobre nuestras almas. Él es poderoso para hacer infinitamente más de lo que pudiéramos ni llegar a desear. (1-2-64)
1.127. ¡Señor, cierra el egoísmo con el poder de tu misericordia, y sé Tú la posesión de todos los hombres que te quieran poseer, abriendo ansias de ti con el resplandor de tu rostro, en las mentes oscurecidas! (8-1-75)
MI NADA Y EL TODO DE DIOS
1.128. Cuando mi miseria y pequeñez me tienen en la verdad de mi nada, mi gozo se acentúa al ver que sólo Dios se es. (17-7-62)
1.129. En tu poder se manifiesta mi pobreza. Es el poder de Cristo el que efectúa toda la obra de nuestra santificación, y en su poder brilla su gloria, como en nuestra debilidad se manifiesta su poder. (1-2-67)
1.130. Cuando te parezca que no puedes más, piensa que es la Potencia infinita la que te sostiene; y, ante tal poder, ¿quién dudará? (8-3-67)
1.131. Todo cuanto tengo, lo he recibido y, como lo recibí, lo puedo perder; por lo tanto, mi postura tiene que ser confiar en que quien me lo dio, no me lo quitará, y reconocer que, de por mí, nada soy ni tengo; procurando mantenerme en esta verdad, que me hace humilde y me capacita para recibir nuevos dones. (8-5-70)
1.132. De tanto ahondarme en la bajeza de mi nada, me perdí en Dios, y allí, en un descuido amoroso de Éste, sorprendí, en el sacro silencio del Infinito Ser, a la Virginidad Eterna rompiendo en una Fluyente luminosa de infinita Caridad, donde la escondida y sustancial Palabra está siendo engendrada en el instante instantáneo de serse Tres el que Se Es. (18-12-60)
1.133. Cuando quise encontrar al Todo, me hundí en mi nada, y ahí, en la nada de mi nada, abismada y adorante, me perdí del todo en el Todo. (18-12-60)
1.134. Cuando la miseria de mi nada me desploma en tierra, adoro, desde mi abismo, al Abismo insondable e infinito de mi Todo. (18-12-60)
1.135. Gracias, Señor, porque yo soy la nada y Tú eres el Todo. (18-5-61)
HUMILDAD
1.136. Dios es la Luz que «vino para dar testimonio de la Verdad»; la humildad es la verdad, y la verdad es luz. (21-1-65)
1.137. La sabiduría del hombre radica en la humildad. ¿De qué le sirve saber todas las cosas si, ensoberbeciéndose, su espíritu se empobrece? (10-9-63)
1.138. Humildad, dame tú el saber de lo divino, pues sólo en ti se encuentra, ya que Dios, en las almas que te poseen, descansa y les dice su eterno secreto. (12-9-63)
1.139. Amo la humildad más que todas las riquezas, más que todas las gracias, porque sé que sólo el humilde roba el corazón de Dios. (9-1-67)
1.140. La humildad es el fruto más codiciado de la caridad, que es la reina de todas las virtudes. (9-1-67)
1.141. El que está en la caridad, es humilde. Por eso, mira cómo andas en tu amor a Dios y al prójimo, y verás cómo andas en la humildad; pero caridad verdadera que se siente en la verdad de su nada sin desalentarse. (9-1-67)
1.142. Sin humildad, por más cosas que hagamos, no agradaremos a Dios. El que busca aparecer, ser estimado, quedar bien, ya recibió su recompensa. Y el que lo busca de forma que hace quedar mal a los demás, ya fue juzgado por su propia acción, porque obró contra la caridad. (21-1-65)
1.143. ¡Qué pocas almas humildes hay!, y cuántas que creen que lo son, sin saber siquiera de sus elementales exigencias. (9-1-67)
1.144. ¡Humildad!, ¡humildad! ¿Por qué eres tan deseada y tan poco poseída? (15-11-59)
1.145. ¡Alma mía, no te mires…! Mira al Dios escondido en tu interior que te dice: Hijo, dame tu corazón. Como sabe Él que es lo más costoso para ti, por eso te lo pide. (24-5-62)
1.146. ¿Por qué lo que tú piensas, ves o dices, te parece lo mejor? Señal de que te tienes en mucho. (24-5-62)
1.147. ¿Por qué te inquietas o turbas cuando te tienen en menos? ¿No sabes que te mereces el infierno? (24-5-62)
1.148. ¿Yo quién soy, para que piense que todo se me debe, para que sufra cuando no me consideran? (24-5-62)
1.149. ¿Tienes tiempo en pensar que no te conocen? ¡Es una lástima!, pues todos los instantes debes ocuparlos en buscar la manera de dar a conocer a Dios. (30-12-59)
INCOMPRENSIÓN, DISCULPAS, FALTA DE HUMILDAD
1.150. El alma que empieza a encontrarse sola y a creerse incomprendida, fácilmente está envuelta en la soberbia. (30-12-59)
1.151. Aunque es señal de santos, no todos los que se creen despreciados, lo son. El santo busca y saborea esa soledad que, cuando llega al olvido de sí, ni la apercibe. (30-12-59)
1.152. Un alma despechada, siempre se cree incomprendida; y del alma que se lamenta de ser incomprendida, ¡líbreme Dios! (30-12-59)
1.153. ¿Te crees solo e incomprendido cuando te reprenden? Empieza a ser humilde y verás que todo te viene ancho. (30-12-59)
1.154. Dices que sólo vives para la gloria de Dios y sufres porque te crees incomprendido… Recapacita, no sea que vivas para tu gloria. (30-12-59)
1.155. ¿Te preocupas mucho de que no te entienden? ¿Por qué no ocupas ese tiempo en comprender a Jesús y hacerlo comprender, dándole a conocer y amar? (30-12-59)
1.156. ¿Por qué encuentras disculpa para ti siempre que te reprenden? ¿Por qué no lo haces igual con los demás…? Ese espíritu que buscas en todas tus acciones, es amor propio y adulación de tu yo. (17-11-63)
1.157. Hijo, no te disculpes sin necesidad, si quieres gozar de una alegría honda, que da Dios a los que se humillan por Él. (17-11-63)
1.158. La soledad es producida por la incomprensión y la incomprensión es un regalo que Dios da al hombre para que le busque sólo a Él. (14-8-74)
LA SOBERBIA ES EL GRITO DE ¡SÓLO YO!
1.159. ¡Qué ladina es la soberbia, que no se deja ver por los que la poseen! Para el soberbio todo son disculpas, interiores o exteriores. Es el defecto en el que más trabaja el subconsciente. El soberbio no se conoce porque está ciego. (1-11-67)
1.160. El soberbio cree que todo lo hace bien; por eso, es muy difícil que se corrija, pues no recibe consejo de nadie, al creerse suficiente; y, en su oscuridad, llega a constituirse en maestro de la confusión. (29-6-70)
1.161. El que cree que lo sabe todo, es el que no sabe nada, pues no sabe que la más grande sabiduría no es lo que sabemos, sino lo que nos queda por saber. (29-6-70)
1.162. Quien se aferra a su propio criterio, difícilmente recibe a Dios, que se comunica por el criterio de los superiores. (29-6-70)
1.163. El que no es capaz de someter su criterio a los demás, tampoco es capaz de sometérselo a Dios, que se nos comunica a través de la Iglesia. (29-6-70)
1.164. ¿Quieres saber cómo vive una persona? Mira cómo piensa. El que defiende apasionadamente una causa, por sí se afana… Por eso, pon a Dios en tu corazón, y Él será tu propia causa. (29-6-70)
1.165. Dios mío, ¡qué horrible es la envidia! Ella es la causa de grandes males, porque la envidia es la soberbia llevada a los frutos más amargos. Ella es el grito de «¡sólo yo!», conseguido como sea. (21-1-65)
1.166. La soberbia es: «¡sólo yo!»; y la envidia, la desesperación al no poder conseguirlo; y entonces se corroe en amarguras de infierno, siendo lo más contrario a la caridad, que es: «¡Sólo Dios en mí y en todos!». (21-1-65)
1.167. A Dios no le ofenden nuestras imperfecciones involuntarias ni los escapes de nuestro temperamento; le ofende nuestra mala voluntad. Al que le ofenden tus escapes involuntarios, es a tu amor propio, que no resiste verse imperfecto. (17-4-70)
1.168. Mi dependencia de Dios es tan total, que, si en cualquier momento Dios dejara de mirarme en voluntad de que permaneciera, quedaría reducida a la nada; por eso, ¡qué absurdo es el que se cree suficiente con lo que es, tiene o sabe! (8-5-70)
LA MUERTE, DEMOSTRACIÓN DE QUE SÓLO DIOS SE ES
1.169. La muerte es la rendición del hombre ante Dios, que, con la destrucción de su ser, le dice: Tú sólo eres de por ti, y lo que no eres Tú, no es más que lo que Tú quieres que sea, en tiempo, realidad y ser. (8-5-70)
1.170. Un hombre muerto está diciendo a Dios con su destrucción, en demostración de su total impotencia: Tú sólo eres. (8-5-70)
1.171. La soberbia del hombre termina con y en su destrucción el día de la muerte, sometiéndose al que Es, en manifestación de su nada ante el Todo, que para serlo todo, se es en sí «la Resurrección y la Vida» por sí mismo. (8-5-70)
1.172. Gracias, Señor, por el descanso que me das, al saber que un día, con mi muerte, yo seré una demostración visible de que Tú sólo eres, y de que yo no soy. (8-5-70)
1.173. El día que el hombre dijo a Dios que «no», murió; y con su muerte, en rendición total, clamó escalofriantemente: «Tú sólo eres, y todo lo que no eres Tú, a ti te está sometido. Yo hoy lo demuestro con mi destrucción y fracaso total, pues, si Tú no me resucitas, ya nada soy capaz de ser ni hacer». (8-5-70)
1.174. Señor, Tú que eres «la Resurrección y la Vida», dáteme a mí para poder volver a ser en ti, por ti y para ti. (8-5-70)
1.175. La muerte es la consecuencia del «no te serviré», y la rendición del hombre, diciendo con su destrucción: «Tú sólo eres de por Ti, y yo dependo total y exclusivamente de tu voluntad; lo reconozco, en Ti espero». (8-5-70)
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