Escrito de la MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,
del día 23 de abril de 1977, titulado:
TU PETICIÓN EN MI PECHO
Escucharte… Recibirte… Entrar dentro de tu pecho dolorido y saber que estás herido en amor, de tanto amarme; y que ocultas en tus horas de silencio, enclaustrado tras las puertas del sagrario, el misterio agonizante de tu corazón transido, ahogado por tus penares de lamentos contenidos.
En un rato penetrante de cauterio has mostrado a mis amores, Dueño mío, que estás solo en soledades de secretos reprimidos, por no encontrar quien escuche, así, adorante, en tu pecho, tus latidos.
He sabido que nos buscas jadeante, y que quieres confidentes que descansen a tu alma siempre amante, repletada en amores encendidos.
¡Cuánto, en nada de este tiempo, he comprendido…! Un instante que he mirado hacia el Sagrario me ha inflamado con las lumbres de tus ciencias, penetrando agudamente mis sentidos; y he sabido que, si esperas tras los siglos en silencios prolongados sin que sepan tus gemidos los humanos, no es tu gusto el quedarte sin «sonidos» tras las notas del silencio y escondido.
Es por nuestra captación, que no sabe comprender, en el modo tan divino que Tú tienes de explicar, «así», a las almas, cuanto oprimes en la hondura de tu pecho reprimido…
Hoy he visto, en un momento de romances amorosos, algo dulce y doloroso que a mi corazón ha herido: ¡Está solo el Dueño amado de mi espíritu afligido…!;
¡oprimido con urgencias de nostalgias y en melancólico olvido de aquellos que Él tanto ama y que fueron elegidos para ser sus confidentes y enviarlos a mostrarle por los siglos…!;
¡esperando sin cansarse, por si un día, al acordarse, le escucharan, y supieran los amores tan divinos que le abrasan sus entrañas hacia el pueblo consagrado, por los celos contenidos del Amor de los amores, que llama sin ser oído…!
Tú me has dicho, Esposo amado, sin palabras y sin ruido, en el modo tan secreto que Tú tienes para entrar por los sentidos de mi alma:
¡Que consuele tus penares…!, ¡que te ame con los míos…!, ¡que te escuche en tus silencios de nostalgias reprimidos…! Pues deseas descubrirme los arcanos de la hondura de tu pecho taladrado, que, de tanto amor herido, ¡de penares ha sangrado…!
Y que entre en tu secreto; que Tú quieres, con las notas silenciadas de un teclear de misterio, descubrirme cuanto encierras en tu corazón abierto, por si alguien quiere entrar para gustar tus encierros…
Mas, si quedas en silencio, Dueño amado, Jesús mío, ¡no es por falta de palabras ni deseos de decirte a los pobres, pequeñuelos y sencillos!; ¡es porque andan distraídos sin saber captar tu anhelo, y «así» hacerte descansar reposando en horas largas, hechos uno allí en tu seno!
Me has robado el corazón, enaltecido, cuando me has dicho, mi Esposo, sin palabras ni sonidos, en la hondura taladrante de mi corazón herido, que, adorante, te consuele, «así», una con los míos, reclamándome en tu pecho;
y que escuche tus lamentos y asimile tus latidos, y el reteñir de tu pecho, y el llamear de tu espíritu abrasado por los fuegos del Eterno.
¡Eres Dios!, Jesús del alma, dulce Esposo y Dueño mío, que revientas, cual volcán que en sí es sido, en llamaradas eternas por tu corazón abierto en sapientales gemidos…
¡Gemidos de amor eterno, que quedan desconocidos por no encontrar quien escuche quedamente sus latidos…!
¡Cuánto, en nada, he penetrado…!
Y digo: «en nada he sabido», porque el tiempo no contaba cuando, en un solo segundo, tu misterio he comprendido:
¿Que Tú me pides consuelo…? ¿Que repare los olvidos de aquellos que no te aman, y que aperciba el gemido de tu alma lacerada, apoyada «así» en tu pecho, hecha una con mis hijos…?
¿Es que yo busco otra cosa, fuera de Ti, mi Querido, que introducirme en tu hondura, y allí vivir los motivos del porqué que en Ti se oculta tras los siglos escondido…?
¡Si yo pudiera expresar lo que hoy he comprendido, al ver tus ojos sagrados buscando en la lejanía a tus ungidos, aguardando confidentes que recojan tus quejidos…!
¡Yo te amo…! ¡Tú me amas…! en amores tan sabidos que mutuamente nos damos, ¡sin yo entender cómo ha sido esa mi constante unión ya siempre, Jesús, contigo…!
¡Me hiciste tu confidente, receptor por Ti escogido, contención de tus misterios, de modo que, en mis esperas, Tú te me das a mi estilo, contándome cuanto encierras en petición de cariño…!
Eres, mi dulce Amador, ¡tan conquistador conmigo!, que toda mi vida es tuya sin desear más que amar, dándote en fruto a mis hijos.
¡Cuánto supe en un instante junto a Ti, Jesús querido…!: ¡Supe que mi Dios lloraba por el gemir de su Ungido!
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia
Tema extraído del opúsculo nº 10 de la Colección: “Luz en la noche. El misterio de la fe dado en sabiduría amorosa”.
Nota.- Para descargar el opúsculo completo para imprimir haz clic aquí.
Nota.- Para descargar el opúsculo completo para dispositivos electrónicos haz clic aquí.