Escrito de la MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA,
del día 26 de julio de 1997,
Fiesta de San Joaquín y Santa Ana, Padres de la Santísima Virgen,
titulado:SE HA DORMIDO LA SEÑORA EN ASUNCIÓN TRIUNFANTE Y GLORIOSA A LA ETERNIDAD
[…] Ante la proximidad del día glorioso de la Asunción de Nuestra Señora, quiero manifestar lo que el día 15 de agosto del año 1960 vivió mi espíritu, llevado por Dios […] a contemplar de una manera profundísima, clarísima, inimaginablemente sorprendente, y vivida en saboreo de disfrute de Eternidad, el momento trascendente, sublime e indescriptible, lleno de esplendor y majestad, de ser levantada de esta tierra, en Asunción gloriosa, dichosísima y esplendorosa, Nuestra Señora, ¡toda Virgen…!, ¡toda Madre…! ¡y toda Reina…!, en cuerpo y alma al Cielo.
[…] Gocé tanto […] aquel 15 de agosto, contemplando el último paso del peregrinar de la Virgen a la Eternidad, que lo tengo lacrado en la profundidad de mi espíritu como un romance de inédita ternura que jamás se podrá nublar en el alma de la última, más pobre y miserable de las hijas de la Santa Madre Iglesia, por el centelleo luminoso de su manifestación, ante la magnificencia de la dormición, en Asunción en cuerpo y alma a la Gloria, de Nuestra Señora de la Encarnación.
En una nota explicativa al final del escrito que dicté aquel día, adentrada por Dios en una oración muy profunda, expresaba esto que […] acabo de manifestar:
«Al atardecer de este día, 15 de agosto de 1960, tuve una luz muy fuerte de la Asunción de Nuestra Señora en cuerpo y alma a la Eternidad.
Contemplé cómo era levantada toda Ella por el beso inmutable del Espíritu Santo.
Como otras muchas veces, me sentí totalmente tomada por Dios, y expresé, como pude, lo que mi alma vio de la Asunción de Nuestra Señora.
Sintiéndome robada y translimitada por la contemplación de tan maravilloso espectáculo, gocé de una dulzura tan profunda, de una paz tan espiritual y de una dicha tan indescriptible, que jamás podré olvidar esta impresión.
Y me dejó tan tomada, que durante mucho tiempo tuve una presencia continua de este gran momento:
¡Se ha dormido la Señora…! Se ha dormido a la vida de la tierra, para vivir en toda su plenitud la posesión de la Eterna Sabiduría en su clara, plena y total visión.
¡Se ha dormido la Señora…! Sueño que es un romance de amor, lanzado por la Boca divina en el beso eterno de la sabiduría amorosa del Espíritu Santo.
¡Se ha dormido la Señora…!
Dicen que “es preciosa la muerte de los justos”, porque no es nada más que un beso del Espíritu Santo, ¡tan silencioso…!, ¡tan suave…!, ¡tan hondo y tan profundo…! que, en un requiebro de amor inmutable, se lleva al alma, a veces sin que ésta casi lo aperciba.
Así le pasó a María: fue ¡tanta paz…!, ¡tanta inmutabilidad…!, ¡tanto silencio…!, ¡tan hondo y tan profundo…!, que se encontró de pronto en la Gloria.
Fue un sueño de amor, en el aleteo infinito del Espíritu Santo, en el abrazo de su Consorte divino: ¡Se durmió a la vida en el beso y el abrazo del Espíritu Santo…!
Se ha dormido la Señora ante el beso inmutable del Amor Infinito que, al mecerla en su arrullo divino, casi sin apercibirlo, se la llevó: ¡robó su “presa” en un descuido de Ésta…!
“Hijas de Jerusalén, por las gacelas y cabras monteses, no despertéis ni inquietéis a mi amada, hasta que a ella le plazca…”.
“Ven del Líbano, esposa mía, que ya pasó el invierno, y ya las viñas en flor esparcen su aroma…”. “Ven, amada mía, que ya pasaron las lluvias” para la Madre del Verbo del Padre, Encarnado, y la Esposa del Espíritu Santo…
¡Silencio…!, ¡que se está durmiendo la Señora en el beso infinito de la Inmutabilidad eterna, saboreando silenciosamente el contacto divino del Esposo virgíneo en su boca buena de Amor increado…!
¡Día de la Asunción de Nuestra Señora…!
Toda la vida de María, de la Virgen, fue una asunción que, al llegar el instante cumbre, máximo, repleto y total de su transformación en Dios, según su capacidad como criatura única, predestinada y creada para ser Madre del Verbo Infinito Encarnado por la voluntad del Padre, bajo el arrullo infinito y la suavidad sonora del Espíritu Santo, Consorte divino de la Virgen, que la hizo romper en Maternidad divina; se paró ante la posesión cara a cara, en la luz de la Gloria, de la Sabiduría Eterna en su inmutabilidad infinita…
¡Se ha parado la Señora en su ascensión hacia Dios…! Ascensión que empezó el día que fue concebida sin pecado original, llena de gracia y sólo para Dios y la realización de sus planes eternos derramándose sobre la humanidad por medio de la Encarnación realizada en las entrañas purísimas de la Virgen; para terminar en aquel instante en el cual, estando su capacidad repleta, fue poseída por la inmutabilidad de Dios…
Tenía que ser saturada, abrazada y sostenida por la inmutabilidad inmutable de las tres divinas Personas aquella criatura que, anunciada por Dios desde el Paraíso terrenal y predestinada para ser Madre de Dios, Corredentora con Cristo al pie de la cruz y Madre de la Iglesia universal en Pentecostés, subió ¡tanto…, tanto…, tanto…! que, ahondándose en la profundidad honda de la divina Sabiduría, tuvo que ser besada con un beso eterno de inmutabilidad, ante la imposibilidad, según su capacidad de pura criatura, única e inimaginable como Madre de Dios y de todos los hombres, de poder ahondarse más.
María, en su Asunción gloriosa en cuerpo y alma a la Eternidad, remontó su vuelo por encima de los Ángeles y Arcángeles, Querubines y Serafines y de toda la creación; siendo introducida por el Amor infinito de la Virginidad eterna en la profundidad honda de aquel Eterno Engendrar…; Engendrar que da a luz, de su misma Luz, al Eterno Oriens en el amor infinito y coeterno del Espíritu Santo.
Si María hubiera podido ser un poquito más divinizada, hubiera vivido más. Dios hizo a María con capacidad casi infinita de divinización; y cuando estuvo saturada y repleta, abalanzándose sobre Ella, manifestándose en el atributo de la inmutabilidad, como Jayán enamorado, robó su presa, y la inmutabilizó en la luz de la Gloria.
Toda la vida de la Virgen fue un tránsito, en el cual el Espíritu Santo, Amor del Padre y del Hijo, depositó un beso de Eternidad; beso que, en su saboreo amoroso, terminó introduciéndola en la inmutabilidad silenciosa de la Eterna Sabiduría.
En el silencio silencioso del beso sacro-santo de la Boca divina, la Señora nota…, experimenta…, que su asunción en su vuelo por este destierro, con sus grandes alas de águila imperial extendidas, llega a su término…; que su asunción, por su capacidad llena y repleta de Divinidad, está para pararse de un momento a otro en la luz de la Gloria de la Inmutabilidad.
El alma de María, toda deificada, transformada en la Deidad, es toda ella un trasunto de Cielo. Es el Jardín florido, “el huerto sellado”; Aquella que entre millares fue escogida, predestinada, creada y concebida para ser Madre de la Sabiduría Encarnada; de aquella Sabiduría que, en su serse el Inmutable, se es el Instante virgíneo de la Eternidad silenciosa.
Ya está preparada por Dios el alma de María para su tránsito definitivo a la luz de la Gloria en visión esplendorosa, en posesión total, desatada de este destierro…En el Cielo todo es fiesta, alegría y contento; porque, desde el mismo seno de Dios, se contempla cómo la Señora, la Madre, está para ser arrebatada en cuerpo y alma, de un momento a otro, por aquel Amor que, desde toda la eternidad, la creó para hacerla su Esposa preferida…
Está el Divino Consorte de la Señora esperando aquel instante-instante en el cual, desde toda la eternidad, predestinara a María para tener llena, ¡totalmente llena!, la capacidad de divinización que Dios había determinado para Ella.
Y ante la imposibilidad de más llenura, al estar su capacidad, casi infinita, plena, ¡se ha dormido la Señora…!
Al llegar el alma de María a aquel punto de divinización casi infinito, toda Ella era llevada y traída…, besada y festejada…, amada…, abismada y adentrada en aquella vida íntima de la adorable Trinidad…
Y el Amor, besándola suavemente…, tiernamente…, silenciosamente…, en su beso inmutable, silencioso e indecible de Virginidad…; en aquel instante-instante en el cual está el alma de María con su capacidad llena de divinización según el plan de Dios para con Ella, sí, en aquel instante-instante, la caricia inmutable del Espíritu Santo robó su “presa”, en un éxtasis de amor, llena y repleta, saturada y apretada, por participación, de Divinidad».
[…] Y anonadada, temblorosa y asustada, quiero transcribir también a continuación […] lo poco que pude expresar el día 15 de agosto de 1960, ante la contemplación de tan sublime e inefable misterio;
pues no encontraría otra manera más expresiva, espontánea, profunda y clara de comunicar […] lo que el Señor me hizo vivir y manifestar aquel día sobre el misterio esplendoroso de la Asunción de la Virgen:
«¡Silencio…! ¡Silencio…!
¡Silencio…!; que se está durmiendo la Señora…
¡Silencio…! ¡Silencio…!
¡Silencio…!; que se está saboreando tan silenciosamente…, tan tiernamente…, tan divinamente…, en el convite divino del beso inmutable del Espíritu Santo, que toda Ella, casi sin apercibirlo, está siendo levantada, sin ningún movimiento, por el mismo beso divino e inmutable del Espíritu Santo…
¡Silencio…! ¡Silencio…!, ¡respeto…!, ¡veneración…!; ¡que estoy contemplando el momento esplendoroso y majestuoso en que la Señora está siendo levantada a la Eternidad por el paso silencioso de Dios que, en beso amoroso de Espíritu Santo, la está atrayendo hacia sí por la suavidad de su brisa divina…!
¡Se ha hecho un gran silencio…!
¡Todo es silencio en torno a María…!
Todo, para su alma de Virgen-Madre, es como el arrullo silencioso de la tórtola que viene a arrebatar su presa en el silencio secreto de la inmutabilidad virgínea, de la santidad pacífica, del silencio profundo del Espíritu Santo…
¡Todo está en silencio…! ¡La paz inunda la tierra…!
Y mi alma, desde la tierra, en esta ruda habitación, y en la paz del silencio que envuelve a María, contempla, adorante, cómo la Señora está siendo levantada en Asunción gloriosa a la Eternidad…
El respeto anonada todo mi ser, que desearía correr tras Ella, para acompañarla en su Asunción triunfal, en un cántico de agradecimiento a Dios y de alabanza perfecta…
¡Silencio…!, ¡silencio…!
¡Silencio…!, que la inmutabilidad inmutable del serse del Ser, en su acto trinitario de vida divina, se lanza silenciosa y amorosamente al encuentro de aquella alma tan divinizada, en la cual, suave y tiernamente…, en la profundidad profunda de su paz silenciosa…, la adorable Trinidad deposita un beso de inmutabilidad infinita…
Beso de Eternidad que, en el silencio sabroso de la boca divina del Espíritu Santo, atrae, como un imán sutilísimo, al alma de la Virgen, levantando con ella a su cuerpo por la fuerza de la brisa acariciadora del ímpetu divino, a la posesión total, completa y absoluta, en pleno goce, de la luz resplandeciente de su faz divina.
¡Oh, qué momento de felicidad rebosante de plenitud para la Virgen…!
¡Silencio…! ¡Silencio…!
¡Silencio…!, que la Señora siente que toda su alma se enciende suave y pacíficamente en el calor sabroso, misterioso e infinitamente inalterable del beso divino de la Inmutabilidad por esencia en un acto trinitario…
Y sin casi apercibirlo…, sin darse cuenta…, sin notar nada…, la Señora se encuentra, en un abrir y cerrar de ojos deleitable…, suave y silencioso…, ante aquel Dios que Ella contemplara y poseyera durante toda su vida; pero ahora, realizado el grado de divinización determinado por el mismo Dios, es arrebatada e introducida en la cámara nupcial, para tener en la Patria lo mismo que tenía en el destierro, pero en posesión plena, gozosa y absoluta de Eternidad.
No se ha obrado en María más variación que la de haber llenado los límites de la voluntad de divinización que Dios, desde toda la eternidad, la tenía predestinada como a Madre suya, para pasar a la posesión total de la Inmutabilidad divina en su acto eterno de vida trinitaria…
Y a María, que hasta entonces había estado divinizándose, en este momento, el beso eterno del Espíritu Santo, metiéndola en su inmutabilidad, la hace participar de tal forma de esta misma inmutabilidad, que la Señora es por participación un acto inmutable de vida trinitaria, en el cual se ha parado su divinización con su capacidad repleta…
Y ante esta llenura como infinita de la criatura por su Creador, se obra un misterio de amor en el beso silencioso, eterno y arrullador del Espíritu Santo, que, enamorado y robado por la Virgen Madre, por la Señora, la arrebata en cuerpo y alma, metiéndola de lleno y plenamente a participar de la inmutabilidad inmutable de la Trinidad una.
Y en el silencio de aquel Sancta Sanctórum de la Eterna Sabiduría, se ha hecho un mayor silencio –si esto cupiera en el Cielo–; porque la Señora, ante el roce silencioso del beso divino, entra Asunta, envuelta, penetrada, saturada e impelida por la corriente divina del Espíritu Santo, en la cámara de aquel Divino Consorte que la creara y predestinara desde toda la eternidad, para hacerla la Creación-Madre de la creación, después del alma de Jesús…
¡Silencio…! ¡Silencio…!; que estoy contemplando a María siendo levantada en cuerpo y alma hacia el día glorioso de la Eternidad por el beso infinito que las tres divinas Personas depositan en Ella…¡Oh…! ¡toda la tierra se ha quedado en un gran silencio…!
Porque, al remontar su vuelo la Señora, el Cielo, en su gloria accidental, se ha hecho más rico, mientras que la tierra se ha quedado más pobre…
El Cielo se ha llevado a la Señora, y la tierra la ha perdido para encontrarla gloriosamente en la luz de la Gloria de la Eterna Sabiduría…
Había llenado María su misión de Virgen Madre, de Corredentora y Madre de la Iglesia; y ahora, Assumpta, sube al Cielo para seguir su mediación universal entre Dios y los hombres.
¡Tuvo que dormirse la Señora…! ¡Era necesario que la Inmutabilidad la poseyera totalmente, y Ella, así mismo, poseyera a la Inmutabilidad!
Porque, ¡un paso más!, y hubiera rebasado los límites de su capacidad casi infinita de divinización…
Y por eso, porque esto no era posible, ¡SE HA DORMIDO LA SEÑORA…!».
Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia
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