PINCELADAS SOBRE LA FIGURA ESPIRITUAL Y HUMANA DE
LA MADRE TRINIDAD DE LA SANTA MADRE IGLESIA
Por Bartolomé Valbuena García
28/08/2021
Tal como ha ido apareciendo en multitud de medios de comunicación en distintos idiomas, el pasado 28 de julio la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia dejó este mundo, para irse con Dios a la Eternidad. Eternidad, que tanto anhelaba, y por la que, en sus nostalgias, que a veces se le hacían inaplazables, tan fuertemente clamaba; y donde esperamos que Dios la haya introducido para siempre.
En su libro: «FRUTOS DE ORACIÓN», escribía:
«Mi sed de Dios es torturante como los celos, terrible como la muerte, encendida como el fuego... Por eso, Amor, ¿cuándo vendrás a mí?» (2170).
Con la muerte de la Madre Trinidad, una voz se ha apagado en la Iglesia. Una canción de Iglesia viva y palpitante se ha quebrado, y ya no suena en la tierra; aunque los hombres, por nuestro aturdimiento, la mayoría de las veces no oigamos las voces del Espíritu.


Así la vida, misión y tragedia de Cristo, María y la Iglesia, pasaron a ser la vida, misión y tragedia de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia.

«¡Un 18 de marzo, principio de cuanto encierro!»
No obstante voy a intentar trazar un perfil, forzosamente muy pobre, con algunas pinceladas sobre la figura espiritual y humana de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia. En la vida de la Madre Trinidad se yergue el 18 de Marzo de 1959 como una cumbre hacia la cual va ascendiendo toda su vida, como preparación, y de la cual fluye el torrente de luz, de vida, de conocimiento en sabiduría y amor de los misterios de Dios en sí, en lo que Él se es, y por lo que se lo es, y cómo se lo es, y se lo está siendo teniéndoselo sido; y en su manifestación hacia fuera, dándosenos por Cristo y a través de María en el seno de la Iglesia. Ese día Dios la introdujo en su seno... y le mostró «lo que el ojo no puede ver ni el oído puede oír» (1 Cor 2, 9), «ni hombre alguno puede ver sin morir» (Éx 33, 20). «Si en el cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe» (2 Cor 12, 2), podría ella haber repetido con el Apóstol. Y una vez allí, y siempre desde allí, con más o menos velos, le fue haciendo ver durante un mes seguido más fuertemente, y después durante toda su vida cuando y como al Señor le parecía bien: La riqueza del misterio de la Encarnación, el vivir íntimo de Cristo durante sus treinta y tres años como el Hijo de Dios hecho Hombre; el misterio de su Sacerdocio, el de la inserción de todos los hombres en Él, la terrible y gloriosa realidad de la Redención; la grandeza de la Maternidad virginal de María, las prerrogativas únicas que esta inimaginable realidad comportaba desde la Concepción Inmaculada hasta su Asunción en cuerpo y alma a los Cielos, y nuestra participación, por Cristo, con Él y en Él, de la vida íntima de Dios, y de todos los misterios remansados en el seno de la Iglesia. ¡Y venga a ver...!, ¡y venga a contemplar...!, ¡y venga a sumergirse en aquellas profundidades de luz y de amor...! ¡Y venga a vivir y transformarse y participar de las realidades que contemplaba...! Viéndolas y contemplándolas remansadas en el seno de la Iglesia, «repleta y saturada de Divinidad y capaz de saciar de vida divina a todos los hombres de todos los tiempos». Y, como ya he indicado, quedó su alma marcada para siempre, como troquelada con una misión:«¡Vete y dilo...!»; «¡esto es para todos...!». «¡Canta tu canción de Iglesia con todo cuanto te he mostrado, introducida en mi Sancta Sanctórum!».
Y también «pregona que Dios quiere que se conozca a la Iglesia con toda la hermosura que Él mismo ha puesto en ella»; «y que así hay que presentarla a todos los hombres».
Y verán «cómo entonces, y solo entonces, subyugados por la hermosura de su rostro, vendrán los hermanos separados nuevamente a su seno todo lleno de maternidad para todos sus hijos».
«Y esa será también la manera de que vengan los negritos, los amarillos y todas las razas del mundo a su seno de Madre».
«Que hace falta que la teología se ponga al alcance de todos los hijos de Dios»; «y hay que darla calentita y caldeada en el amor».
«El Concilio viene para esto». «¡Con todo a Juan XXIII...!». «¡Con todo al Papa...!».
Y un largo enumerado de «ques...» y «ques...» y «ques...», para terminar con un apremiante y sorprendente llamamiento:«Hay que hacer una revolución cristiana en el seno de la Iglesia, para que se conozca bien a esta Santa Madre y se viva de ella».
Y más tarde: «¡Hazme La Obra de la Iglesia...!». Y ante el asombro indecible y la sorpresa de la Madre Trinidad, que le decía asustada: «Pero..., Señor, ¡si eso ya lo has hecho Tú...!», escuchó por toda respuesta:«Con todo cuanto te he dado, ¡ya sabes lo que tienes que hacer...!».
El maravilloso y sublime vivir de la Madre Trinidad desde el 18 de Marzo de 1959 en adelante, hasta el último suspiro de su existencia; su vida heroica, el drama desconocido que taladró su alma; el porqué de los ataques de los enemigos de la Iglesia con el propósito de hacerla callar o destruirle La Obra de la Iglesia; sus inexplicables y sospechosas enfermedades con sus terribles sufrimientos físicos; tienen su explicación plena, y solo se podrán comprender en su justa medida, a la luz de lo que Dios obró en ella, de las peticiones que imprimía indeleblemente en su alma, y de la respuesta de incondicional entrega, tan terminante y decidida como prudente, a la realización de la misión que el mismo Dios la encomendara para el cumplimiento de sus planes amorosos sobre la Iglesia en estos momentos, y a partir de estos tiempos en adelante.
—«¡¿Por qué a mí, Señor...?! ¡¿Por qué a mí...?!» –le preguntaba–.
Y escuchaba en lo profundo del alma, como respuesta:
—«Porque no he encontrado en la tierra una criatura más pobre y desvalida que tú».
Esta conciencia de su nulidad y su nada ante las manifestaciones del Omnipotente, la acompañó durante toda su vida. Y cuando las comunicaciones y donaciones del Señor sobre ella, solo para la realización de sus planes en la Iglesia, tocaban lo sublime, el mismo Señor se cuidaba mucho de mantenerla en esa su conciencia de la nada ante el Todo, de la criatura ante el Creador, de la que nada puede, ni sabe, ni es, ante el que todo lo es y todo lo puede:«Esto quiero hacer contigo; pero no te mires, porque, si te miras, como cayó Luzbel, podrías caer tú» –imprimió Dios en su alma–.
Y esto, ¡¡después de haberle mostrado el encumbramiento de aquel Ángel de Luz por encima de todos los Ángeles del Cielo, y su caída como un rayo a lo más profundo del más tenebroso Abismo, por haberse mirado, haberse ensoberbecido y haberle dicho al Dios tres veces Santo, que lo había sacado de la nada: «¡¡No te serviré!!» (Jer 2, 20b)!!

Ella se le entregó sin reservas, ¡total e incondicionalmente! No podía hacer otra cosa ante aquel paso en poderío avasallador del Omnipotente. Le robó su libertad. Solo podía repetir, desplomada y llorando en la trastienda donde huyó a refugiarse:
«¡Seré tuya!, ¡totalmente tuya!, ¡y para siempre...!».
Al día siguiente, en la Misa principal del Pueblo, arrodillada en las gradas del altar, pero delante de una columna para no ser descubierta por las miradas de la gente, y con la suya elevada y fija en la imagen de la Inmaculada, rubricó «sus Votos perpetuos» al Señor. Y ante el cambio tan drástico en todo, que siguió a aquella mañana, de la joven hasta entonces tan moderna como simpática, se corrió por todo el pueblo de Dos Hermanas que «la niña de “La favorita”» –así se llamaba el comercio de calzados de la familia– había visto a la Virgen. Aquella invasión de Dios la víspera de la Inmaculada iba y venía, y volvía y continuaba... Así durante casi un mes. Después se hizo el silencio. Una formidable tormenta se desató sobre su cabeza: oscuridad interior, incomprensiones en su propia casa al no entender nada de aquello sus familiares, por repentino y por extraño. Y aun de los Sacerdotes del Pueblo sentía una soledad muy grande. Unos cinco meses pasó así, inmovible ella, como una roca en medio de aquella tempestad. Hasta que un día oyó la respuesta de la Directora del Instituto Secular «La Alianza en Jesús por María» en Dos Hermanas a una compañera que le preguntaba:—¿Y qué tengo que hacer en mi caso?: —Vete al Sagrario y pregúntaselo a Jesús.
Y la Madre Trinidad, solita e inexperta de todo en aquel entonces, se dijo: «Pues voy a hacer yo lo mismo».
Fue al Sagrario, le preguntó a Jesús qué tenía que hacer, ¡y el Señor empezó a contestarle...! Y así, el Jesús de su Sagrario comenzó a constituirse en su único Maestro. Ella le preguntaba todas las cosas, y el Señor, con cariño inmenso, la iba contestando y le iba enseñando; volcando sobre ella los secretos de su corazón amoroso, y dolorido por la soledad de los suyos. Le iba haciendo «conocer todas las cosas», y ella se deshacía en amores, y penetraba cada vez más hondamente en los secretos de su Esposo. Cuando le veía sufrir tan profundamente, inventaba «sus locuras de amor» para consolarle; hasta que por fin vencía en aquella lucha amorosa, y Jesús sonreía. Ella se iba ya tan contenta, después de largos y muy prolongados ratos de oración ante el Sagrario. Nadie se enteraba de estos caminos por los que el Señor la empezó a conducir. Primero, porque ella, en su ingenuidad, creía que esta era la manera ordinaria y normal de entenderse las almas con Jesús. Y segundo porque el Sacerdote que llegó a su Pueblo y con el que ella empezó a confesarse, jamás le dio a entender que los caminos por los que el Señor la conducía no eran los ordinarios. Imposible enumerar aquí todo lo que el Señor fue obrando en el alma de la Madre Trinidad hasta conducirla, Él solo, a donde quería llevarla, preparándola para el 18 de Marzo de 1959. Solo contaré una anécdota. Pocos años después de su primer encuentro con Jesús en el Sagrario, una amiga suya, muy instruida y redicha, le dijo un día: —«Te voy a leer este pasaje de San Juan de la Cruz. Tú no lo vas a entender, claro, porque es la cumbre de la vida espiritual». Y empezó a leerle la «LLAMA DE AMOR VIVA». Y ¡cuál no sería la sorpresa de aquella compañera!, cuando vio la cara radiante de la Madre Trinidad. Tanto, que le preguntó: —Pero..., ¡¿tú entiendes esto?! —Sí, muy claro: las lámparas de fuego son los atributos divinos... Y siguió explicándole, a su modo, casi lo mismo que San Juan de la Cruz comenta de esta poesía en sus escritos.∗∗∗∗∗
De la vida heroica de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia antes y después del 18 Marzo he dado alguna pincelada. Pero de lo que no he podido decir nada es de su personalidad humana tan rica y con tan diversos matices. Va desde la escritora fecunda y revolucionaria en tantos aspectos, a la sencillez del niño más desvalido; desde «profeta» de Dios para su Iglesia, de palabra encendida y a veces cortante como espada de doble filo, hasta sentirse la hija más pequeña de los miembros de la Iglesia. La sencillez y el pasar desapercibida fueron uno de los distintivos más salientes de su vida hacia fuera. Fundadora avezada a las luchas, curtida en el sufrimiento, emprendedora, indomable, firme como una roca, se experimenta la criatura más pobre de la tierra, que acude a desahogar sus penares llorando como una niña ante su Jesús del Sagrario, el único que la comprendía hasta el fondo. Alegre, simpática y graciosa, como andaluza y sevillana de pura cepa, tocaba sus «palillos», cantaba por sevillanas, o sus villancicos del «cante hondo», animando como la primera las fiestas familiares con sus hijos o hijas de La Obra de la Iglesia. Con ellas, hasta bailaba las sevillanas.

«¡Gloria para Dios...! ¡Gloria para Dios...! ¡Gloria para Dios...! ¡Solo eso...! ¡Lo demás no importa..., no cuenta..., es intrascendente!
¡Gloria para Dios y vida para las almas...!, para que le conozcan, le amen y le glorifiquen».
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El día 28 de julio de 2021 una voz se ha apagado en la Iglesia. Se ha dejado de oír una canción subyugante de Iglesia viva y palpitante. Y la nostalgia de un «adiós», embarga los corazones de cuantos han conocido y tratado de cerca a la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia.Pero también es verdad, según los planes irrastreables del Señor ardiendo en celos por la gloria de su Amada, la Iglesia, que el eco de esa canción se seguirá oyendo más potente aún en toda la Iglesia por los numerosos escritos, los vídeos, las charlas y la propia vida de la Madre Trinidad; y también por la descendencia que el Señor un día le pidiera:
«Dame descendencia que haga lo mismo, para tenerte siempre ante mí».
Bartolomé Valbuena García NB: Los textos en cursiva cuya fuente no está indicada en el texto son expresiones o citaciones de la Madre Trinidad de la Santa Madre Iglesia.Nota.-Para descargar el artículo completo para imprimir haz clic aquí